La Justicia vuelve a poner los
ojos en la doble contabilidad de los viejos convergentes catalanes. Vuelven a
estar en el ojo del huracán Artur
Mas, el tesorero y algunos masoveros. Es el famoso 3 por ciento. Que
según dijo Carod Rovira
en su día podía ser incluso el 4, o 6 o incluso más. No es que eso le diera
mayor credibilidad al feo asunto, pero efectivamente dejó sin habla a las
viejas cohortes de la derecha nacionalista. La podredumbre estaba instalada en
todo lo alto y desde allí se desparramaba verticalmente en todas las
direcciones de la vieja Convergència y sus alrededores.
Así pues, desde la sala de
máquinas había que reaccionar. Y aprovechando que iba tomando grosor el
independentismo catalán, en buena medida propiciado por Esquerra Republicana de Catalunya, Artur
Mas y sus mesnaderos organizaron la gran operación del transformismo que se
haya visto hasta entonces en Cataluña. Aplicaron, pues, el famoso «¿dónde va
Vicente?» y ellos mismos aplicaron la receta. Donde va (alguna) gente.
Abrazaron desparpajadamente la teología independentista, también para que las
importantes dosis de neoliberalismo –en Sanidad y Enseñanza, por ejemplo-- pudieran camuflarse como buena compañía. Es
decir, vieron que había que crear un cordón sanitario entre los negocios
oscuros del 3 por ciento y la posible intervención de la Justicia que ya
empezaba a oler las braguetas de los dirigentes de la vieja Convergència.
Más todavía, arreciaron en dicho
quehacer porque los chavales de Esquerra empezaban a ocupar un preocupante
cacho de la centralidad de la política catalana. Y esto era –y sigue
siendo-- lo intolerable.
En resumidas cuentas, la
reacción del rey (también emérito) Artur recuerda determinadas poses del Partido Popular. Todos, así pues, se ponen de largo con su particular
banderita. Y, en cierta medida, ambos han contagiado a quienes nunca se hubiera
sospechado de seguidismo. O, si se prefiere, en una nueva edición del viejo
baile gatopardesco.
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