domingo, 12 de febrero de 2017

Después de Vistalegre 2 (Nota de urgencia)

La convención de Vistalegre 2 se ha saldado, ya lo saben ustedes, con una holgada victoria de Pablo Iglesias El Joven. Ahora bien, lejos del mundanal ruido de esa magna reunión, podemos decir que la representación de Íñigo Errejón no es irrelevante. Más todavía, que Errejón haya conseguido ser el tercer dirigente más votado indica que un muy amplio sector pablista no se ha dejado llevar por los nervios, y le ha votado. Son dos mensajes que la mayoría podemita haría bien en no echar en saco roto. Pasadas las calenturas previas a la convención es la hora del machihembrado y de un encofrado político. Sería un error si el sector mayoritario procediera a una paz cartaginesa.

Vale la pena hacer una lectura de Vistalegre 2 y compararla con su primera edición. Si quitamos la hojarasca de ambas diremos que, durante ese trayecto, el lenguaje de Podemos ha ido variando. Ciertamente, una parte importante del discurso mantiene grandes dosis de inútil retórica, pero hay variaciones no irrelevantes. Un observador tan atento como Isidor Boix nos lo indica: «Me ha sorprendido una afirmación, creo de Irene Montero, al subrayar la necesidad de una movilización social a la vez que una acción institucional, lo que comparto, afirmando la necesidad de la “movilización en la calle y las plazas, en los barrios, en las escuelas y hospitales”. Se olvidó de “las fábricas”. No es un tema secundario» (1). El veterano sindicalista se refiere obviamente a la relación entre acción institucional y movilización social. O si se prefiere, por extensión, a la formulación togliattiana de «partido de lucha y partido de gobierno».

Dos elementos me han llamado la atención tanto del proceso de Vistalegre 2 como de su realización. 1) La ausencia de análisis de los últimos resultados electorales y 2) la exacerbación del yoísmo y el culto a la personalidad del líder. Que, a mi juicio, han empañado un tantico tan importante asamblea.


Me imagino que la primera limitación se ha obviado porque se quería evitar una reflexión sobre la política de alianzas que, en el fondo, es uno de los problemas sobre el que oblicuamente ha girado el áspero debate entre las dos principales corrientes de Podemos. La segunda es el yoísmo. Yo, yo, yo. Muy pocas veces nosotros. Nunca he escuchado tanto uso y abuso del “yo” en un dirigente político. Es un latiguillo que usa desmedidamente Iglesias y que desluce sus esfuerzos por hablar de un proyecto «coral». Y una dirección «coral». Es más, ese yoísmo es una de las fuentes que exacerba esa tendencia tradicional –podemos decir incluso viejuna--  al culto a la personalidad. Que todos sabemos como acaba. En pesadillas que destruyen todo tipo de sueños. Y la estatua del idolatrado por los suelos. 

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