Sigue la
conversación que nos traemos entre manos, ayer lo hacía Miquel Falguera en (1) DEBATE SOBRE EL MODELO EUROPEO DE EMPEORAMIENTO DE
LAS CONDICIONES DE TRABAJO
Isidor Boix
Gracias, José Luis, por tu nueva provocación. Lo cierto es que llevaba unos días
(mejor dicho, semanas y meses) con ganas de sacar del buche algunas ideas que
se me iban acumulando ante hechos vistos y palabras recibidas en torno a lo que
es el título de este comentario de Matteo Rinaldini, “el modelo europeo
de empeoramiento del trabajo”.
Me
resulta fácil afirmar mi coincidencia con el análisis formulado desde la
perspectiva de Rinaldini en calidad de atento espectador. También con las que
considero escasas y vagas afirmaciones de cómo responder, pero las formuladas
como tales las considero insuficientes. Y desde tal coincidencia y
consideración me decido a lanzar algunas afirmaciones con mi por adelantado
agradecimiento de participar desde esta tribuna como es tu blog “Metiendo
bulla” (y nunca mejor dicho).
Empiezo
por lo que es para mí una conclusión: llevamos demasiados años llorando,
quejándonos de los males, de las consecuencias resultantes de la deriva
“neoliberal” de la política económica y social europea. Denunciamos la crisis,
sus efectos, y también sus responsables, que lo son, y a los que hemos señalado
repetida y acertadamente con el dedo, pero sin asumir que también las
organizaciones sociales progresistas, sindicales y políticas, alguna
responsabilidad podemos tener al haber orientado en demasiadas ocasiones las
reivindicaciones sociales a una mejora en la capacidad de compra, sin
cuestionar el modelo de consumo, y probablemente poco a la conquista de
espacios de poder en el posible, necesario e inevitablemente conflictivo
cogobierno de la vida económica y política del entramado europeo, un cogobierno
más necesario aún en el marco de la crisis. Pero la denuncia de los culpables
no resuelve por sí misma el problema y tiene además el riesgo de parecer que ya
hemos cumplido nuestra función.
Añado
algunas observaciones del texto de Rinaldini que comparto como punto de
partida. “Los modelos organizativos, la regulación del mercado y las
mediaciones institucionales han obturado los espacios para democratizar las
relaciones de trabajo”. “La construcción de la Unión Europea … (ha
representado) un decisivo apoyo institucional para que pudiesen
realizarse los procesos de re-articulación del tejido económico y social de los
países europeos”. “Durante todo el proceso de construcción de la Unión Europea el
equilibrio entre la ‘Europa social’ y los procesos de desregulación del mercado,
de restricción del welfare y de la mercantilización de bienes y servicios … no
solamente no se ha realizado sino que ni siquiera se ha buscado verdaderamente”.
Y
una que no comparto: “la integración de los trabajadores … no pueda
corresponderse con una representación y una ciudadanía democrática … (como)
tendencia general …”, que parece afirmar la incompatibilidad entre un
proceso de “integración de los trabajadores” (en la actual sociedad europea) y
las formas de acción y representación democráticas. Quiero añadir en todo caso
que lo planteo desde la concepción no peyorativa del concepto de “integración”,
como sinónimo de formar parte, incluso como resultado de la lucha por
conseguirlo, y, por tanto, como sinónimo de “implicación”, “participación”,
“intervención”, …
Coincido
también en su denuncia de los dos riesgos que señala para la estrategia
sindical. Uno, el de “adaptación (repliegue burocrático)”. Quiero
añadir que considero que estamos hablando de adaptación a la deriva europea, no
a su posible traducción nacional. En mi opinión, esta adaptación se da tanto en
la ausencia de respuesta, como entiendo que ha sido la práctica de los
sindicatos del centronorte europeo, los alemanes en primer lugar, como en la
reiteración de movilizaciones cuyos convocantes saben de antemano, o podrían y
deberían saber, que no van a modificar el curso de los acontecimientos, con las
huelgas generales griegas como mayor exponente. Y otro, el “defensivo (el
repliegue a la dimensión nacional)”, aunque podría considerarse como
otra expresión del anterior, puesto que supone una renuncia (“adaptación”) a
intervenir en el ámbito europeo, en el que en la práctica se decide el rumbo.
Y
sigo coincidiendo en la necesidad de “la recuperación de una acción
crítica y autónoma por parte de los sindicatos europeos”. Pero comparto
menos su afirmación de que “los sindicatos están considerados (como)
los únicos actores potencialmente para oponerse al estatus quo y relanzar
una idea alternativa de Europa”, sobre todo si se considera no tanto
como una constatación (en cuyo caso tengo simplemente mis dudas), sino más bien
como una afirmación del protagonismo sindical como único posible, lo que
llevaría a la renuncia a otros necesarios actores, a los sujetos políticos en
primer lugar. Y, sobre todo, estimularía una perversa tentación sindical ya
presente en muchos casos, la de considerarse como únicos, o principales,
depositarios de la necesaria respuesta social, lo que puede llevar, lleva, a
esconder detrás de la acción “sociopolítica” las carencias de la necesaria
acción “sindical”, en la que los sindicatos han de ser, y pretender ser, los
únicos protagonistas.
Seguramente
un análisis menos triunfalista del 14 N europeo nos ayudaría para analizar
estas cuestiones. Es cierto que hay que reconocer el avance que tal “jornada de
acción europea” supuso por la coincidencia de las movilizaciones nacionales.
Pero, además de la muy heterogénea respuesta, hay que tener en cuenta que no
fuimos más allá de esta coincidencia en la fecha, pero menos en las formas y en
los objetivos. Precisamente porque el valor de una movilización (si no queremos
repetir el error de Artur Mas al contabilizar todos los manifestantes del 11 de
septiembre como adeptos) entiendo debe medirse no sólo por el número de los
movilizados sino por su consciente movilización en torno a un mismo objetivo.
En
el inicio de la crisis aventuré la opinión de que deberíamos asumir una
necesaria “austeridad”, precisamente para poder discutir qué tipo de
austeridad, con qué contrapartidas de presente y de futuro. Pero se impuso,
desde el sindicalismo organizado, a nivel nacional y europeo, el “no a la
austeridad”, una política sindical que ha resultado impotente para corregir el
rumbo de la política económica europea y ha significado convertir en realidad
tanto el primero de los dos riesgos señalados por Rinaldini, en las dos
variantes en que lo entiendo, como el segundo.
En
tal coyuntura resulta curioso, o quizás significativo, que los alemanes, nada
menos que el Presidente de su DGB, viniera a arengarnos contra la austeridad en
nuestra primera huelga general de esta etapa, sin explicarnos por qué ellos la
habían asumido en los prolegómenos de la crisis, negociando reducciones de los
costes salariales no solo por unidad de producto sino también por unidad de
tiempo de trabajo, y que, en cuanto a una huelga general, ni la habían
realizado ni se planteaban realizarla. Y sin argumentar el por qué de su
ausencia en todas las jornadas de acción europea convocadas por estructuras
sindicales europeas y dirigidas casi al 100% por sindicalistas alemanes.
Hoy
la austeridad se ha impuesto, con fórmulas no consensuadas y muy negativas, por
lo que la discusión en el movimiento sindical debería ya ser otra de la posible
en los inicios de la crisis. En primer lugar, si partimos de que se ha impuesto
es una política económica de ámbito europeo, y, aún, de la supuesta voluntad
europeísta del movimiento sindical, será necesario plantearnos qué iniciativa
corresponde al sindicalismo europeo, es decir cuáles pueden ser los objetivos y
reivindicaciones de un sindicalismo que debe pretender organizar y representar
tanto a los trabajadores alemanes y suecos como a los españoles y griegos, así
como a los búlgaros, lituanos, portugueses, franceses, … Estoy hablando de objetivos
y reivindicaciones “comunes”, que así deben ser y entenderse, y que,
precisamente por ello, deben encontrar formas de movilización conscientemente
solidarias en torno a los mismos, así como exigencias de interlocución y
negociación sobre tales reivindicaciones comunes, contribuyendo de tal modo a
configurar las contrapartes empresariales e institucionales, necesariamente de
ámbito también europeo.
Adelanto
que en mi opinión sobre ello supone asumir con claridad una “negociación
colectiva europea”, tema aún tabú en las actuales estructuras sindicales,
federales y confederales, europeas. Y también contenidos en tal ámbito,
orientados a la defensa y desarrollo de los derechos básicos europeos, derechos
del trabajo entre los cuales no pueden estar ausentes los temas salariales,
elemento esencial de la relación laboral, entre ellos el “salario mínimo
europeo”, otro tema tabú. El problema está en que los trabajadores nórdicos, y
los alemanes, entiendan que les “interesa” que mejore el mínimo europeo y se tienda
a una homogenización europea, igual que las trabajadoras de Inditex entendieron
que les interesaba que mejoraran las condiciones salariales y de trabajo de las
trabajadoras textiles de Bangladesh o de China. Pero para ello hace falta que
también lo entiendan los y las dirigentes sindicales respectivos, como también
hemos comprobado en Inditex.
Elocuente
es asimismo el devenir de la
Campaña aprobada en el Congreso de la CES de mayo 2011 en Atenas con
el título de “Campaña sobre la igualdad de derechos salariales y sociales en
Europa”, propuesta precisamente por la
DGB alemana y la
CGT francesa, a la que ya en su momento me referí ligado a
las demás cuestiones que entonces se planteaban (http://iboix.blogspot.com.es/ 2011/05/congreso-ces-cronicas- atenienses-3.html),
y de la que aún se esperan concreción e iniciativa.
En
mi opinión no hemos sido capaces de formular adecuadamente el problema, por lo
que será difícil encontrar la solución, aunque quizás la búsqueda, necesaria
por otra parte, de ésta nos ayude a formularlo mejor, contribuyendo así a
avanzar hacia un “modelo europeo de mejoramiento del trabajo”.
Y
para no dejar cabos sueltos, o al menos intentarlo, quiero terminar señalando
que esta voluntad de “mejoramiento” del trabajo en Europa debe ir acompañada de
similar objetivo en el ámbito de nuestro mundo globalizado, ya que existe una
inevitable interdependencia entre ambos espacios.
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