En los primeros andares de la economía, entendida
como ciencia, se consideraba que esta disciplina debía versar sobre “lo que no
debe hacerse”. Más adelante, y ya con mejor criterio, se dio el salto de
cualidad: había que hablar de “lo que
debería hacerse”. Sin embargo, visto lo visto, no estaría de más incorporar a
“lo que debe hacerse” unas cuantas arrobas de “lo que no debería hacerse”. No se trata de volver a los orígenes, por
supuesto, pero sí de frecuentar la cordura y la consciencia de los límites de
esta disciplina económica.
“Lo
que debería hacerse” comportó, además, una especie de mandato bíblico hasta el
punto que Alfred
Marshall se obligó a llamar la atención a su pendenciera cofradía afirmando
que la economía “más que un conjunto de verdades es un ´motor de análisis´ que
él denominó organon (palabra griega
que significa herramienta). Lo que nos lleva a considerar que este gran hombre tenía la
virtud de la modestia y, por eso, fue un gran sabio. Y “lo que debería
hacerse”, en su mejor fase, se tradujo en el sentido en que la economía debería servir la
economía, según Keynes, para “resolver el problema político de la humanidad, la combinación de los
tres principios: la eficiencia económica, la justicia social y la libertad individual”.
El
mismo Keynes, también desde su modestia, tuvo que salir al paso de la
tendencia, consolidada ya, de verse los economistas (y querer ser vistos) como
auténticos deus ex machina. Y les rebajó los humos: los artistas y los
escritores son los custodios de la civilización, mientras que los economistas
somos los custodios de la posibilidad de civilización”.
Los
economistas instalados de nuestros tiempos han echado a la cesta de los papeles
los tres principios keynesianos, han elevado a la categoría de ciencia exacta
su disciplina y la han convertido en autoritarismo, como instrumento de
dominio, que --cada vez más-- se desvincula de la democracia. Mi
amigo Riccardo Terzi describe ese movimiento como “la idea y la práctica
tecnocrática en nombre de una presunta objetividad de las leyes económicas para
las que existe una única solución, una sola agenda posible, a la que se debe
someter totalmente” en Democrazia e partecipazione nella crisi
del sistema político. La ética, así las cosas, no
sólo estorba sino que es un impedimento. Algunos de estos economistas
instalados están dirigiendo, directa o in directamente, los destinos de no
pocos países; otros, de medio pelo, haciendo de chupacharcos y chamarileros de
los poderes.
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