Catalunya
registra ahora el mayor número de parados de su historia. Sin embargo, la
situación política está monopolizada por el tema del derecho a decidir su relación institucional con España. O lo que es
lo mismo: la cuestión social está fagocitada por la politique politicienne. Mientras
tanto, el gobierno de la
Generalitat , aprovechando que el Besós pasa por Sant Adrià,
pone en marcha un conjunto de medidas que (como en el caso del troceo del Institut
Català de la Salut )
significa una especie de pasaporte para el tránsito hacia la privatización o
–como sostiene Lluís Casas-- “a ser colonizado
por las empresas multinacionales o simplemente inversoras”. Pregunto: ¿no había figurado en los pactos
públicos entre CiU y Esquerra Republicana de Catalunya algo así como el freno a
esas privatizaciones? ¿O es que hay algunas cláusulas, secretas o reservadas,
que estipulan la contrario? Pregunto otra vez: ¿qué énfasis está poniendo la
izquierda política y la izquierda social en contra de todo ello?
Y, mientras se
está dando esta situación –el mayor número de desempleados de la historia de
Cataluña y en ese contexto de cambio de metabolismo de la sanidad
catalana-- sigue la pertinaz y
autoritaria reestructuración de los aparatos productivos en las empresas que
tienen sus instalaciones en Cataluña? Pongamos que hablo de Nissan, que es sólo
un ejemplo entre tantos. ¿Dónde está la propuesta de la izquierda política y
social de Cataluña? ¿Dónde se encuentra su capacidad de intermediación política
que pueda ayudar a quienes, en los centros de trabajo, defienden sus nobles
intereses?
Digamos las
cosas por lo derecho: la izquierda política (y en otro orden de cosas, la
izquierda social) está atrapada en la revolución
pasiva –de gramsciana factura-- que lidera la derecha nacionalista y sus
proveedores. La revolución pasiva entendida así: el proceso político, social y
cultural, cuya dirección está en manos conservadoras.
Cierto, el choque entre las
derechas políticas (Partido popular y CiU) tiene una importante componente
sobre, dicho de manera esquemática, el modelo de distribución de los poderes en
España. No hace falta decir que se trata de una áspera batalla que viene de
antiguo. Pero ambas derechas están empeñadas, y eso les une, en la exportación
del modelo neoliberal norteamericano, que en nuestro país tiene menos controles
y más impudicia. Un modelo que se va implantando, además, de la mano de una
turbia promiscuidad entre el dinero y la política. Ahora bien, existen percibo
ciertos contrastes en el neoliberalismo español: el que podríamos denominar de
matriz carpetovetónica con un personal toque chusquero –el que está poniendo en
marcha el Partido Popular-- y el de matriz
académica de los proveedores de la derecha
catalana. Ambos se orientan a romper las cuadernas del arca de Noé,
ciertamente. El primero lo hace de manera prusianamente cuartelaria; el segundo
en clave de power light, en el
sentido que le da Joseph
S. Nye. Es decir, el PP intenta su operación, podríamos
decir, manu militari; la derecha
catalana lo hace a través de oro, incienso y mirra donde cada cosa de estas
tres tiene su propio cometido con el objetivo de cooptar sujetos sociales. El primero arremete cual fiel espada toledana;
el segundo intentando diluir el conflicto social e, incluso, mistificándolo, es
decir, publicitando indecorosamente que es un apoyo al liderazgo de Artur
Mas.
Ahora
bien, ¿en qué coinciden? En algo que, para otro menestar, dice el profesor Juan Laborda: “en que las políticas que nos
están imponiendo [los neoliberales] son
pura ideología y no economía” (1). Sin
embargo, el
carácter de uno y otro neiliberalismo (y, sobre todo, su puesta en funcionamiento)
tiene sus diferencias. Pero eso lo dejaremos para otra ocasión. No conviene
agobiar demasiado a quien tiene la amabilidad de leer ese ejercicio de redacción.
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