Los
socialistas y los comunes han votado en el Ayuntamiento de Barcelona no erigir
un monumento a don Quijote, bien acompañados por
los de Esquerra Republicana
de Catalunya. No lo entiendo por muchas vueltas que le dé a mi cabeza,
posiblemente porque no pasan en balde mis años.
No
conozco ningún caso de, pongamos por caso, que en Alemania, Italia, Francia e
Inglaterra ningún ayuntamiento haya negado algo similar a Goethe, Dante,
Voltaire y Shakespeare.
Podría
entender los motivos de los independentistas –aunque no veo una relación lógica
entre ser tal y negarse a un homenaje a Cervantes— pero no encuentro razón o motivo para que
socialistas y comunes hayan votado en contra. Aunque solo fuera porque el mayor
elogio que se haya hecho a la ciudad vino de la pluma del autor del Quijote:
Barcelona, «archivo de cortesía». (Ahora, un servidor podría decir almacén de
estúpidos y hato de pijos).
Yo
tenía a los socialistas de Barcelona por gente aproximadamente razonable, pero ese
voto me ha dejado tieso; de los Comunes solo hablaré delante de mi abogado.
Ni
socialistas, ni comunes han argumentado que la propuesta, que venía de Ciudadanos,
era para que ellos se tragaran el sapo de votar a favor. Porque, entonces,
habrían tenido que recordar que muy gustosamente aceptaron el voto alimenticio de
Manuel Valls que hizo alcaldesa a Colau. Los argumentos del rechazo son de una
cutrez diplomada. En síntesis, asombro ante el pusilánime Collboni y estupor
frente a Colau. Ahora se está en esta fase: no molestar a los independentistas.
Por
cierto, les recomiendo una singular tasquilla en Madrid –callos, cocido y otros
frutos de la tierra-- a la mitad de la
calle Poeta Joan Maragall. Aunque
hay quien dice que los mejores callos están en el figón de la calle Jacinto Verdaguer.
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