Las
encuestas –así, en plural-- vienen
diciendo de unas semanas a esta parte que la orientación de voto se inclina
hacia el Partido Popular.
Más todavía, que con tales números la
derecha gobernaría en España. Eso querría decir, en palabras de Paco Rodríguez de Lecea para otros asuntos, que la «zona de confort» de las izquierdas se
va reduciendo.
Lo
cierto es que no me lo explico, ni tampoco tengo la picardía de hacerme trampas
en el solitario. Porque el balance que puede ofrecer el gobierno de progresista
de coalición es razonablemente positivo. Pero tal vez por fas o por nefas, no
hay coincidencia entre lo positivo del balance y la percepción que del mismo
tiene una gruesa parte del electorado. Esta es una ecuación cuya incógnita todavía
no he logrado despejar. Pero, en mi caso –un joven que galopa aceleradamente
hacia la estación octogenaria-- es
irrelevante que no sepa resolver la ecuación.
Eso
sí, lo importante –casi podríamos decir obligatoriamente necesario-- es que los estados mayores de las izquierdas
tengan (a) sensores para el buen conocimiento de lo que sucede, (b) saber
interpretar los humores de la gente y (c) dar con la tecla adecuada. Porque la
zona de confort de la izquierda no tiene ahora el perímetro suficiente para
volver a gobernar.
Ya
quisiera saber por qué se mueven las encuestas con, ahora, cierta enemistad
hacia las izquierdas. Justamente cuando cae un temporal sobre los camaranchones
del Partido Popular; justamente cuando la olla de grillos y chicharras de
Madrid está en todo su apogeo.
Un
consejo, no necesariamente válido: la izquierda debe dejarse de farfolla y pisar
calle. Ustedes dispensen, no doy para más.
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