No
es que lo ignoraran, es que lo tenían archivado en la recámara de las cosas
eternamente pendientes. Es ese negociado que acumula asuntos con la voluntad de
que duerman plácidamente el sueño eterno. Al grano: España tiene un déficit de
120.000 profesionales de enfermería; de ellos, 24.000 corresponden a Cataluña,
un 20 %.
En
tiempos de normalidad sería escandaloso ese déficit, que es un grano en el culo
del welfare español, que interpela a la grandísima mayoría de las comunidades
autónomas, auténticas responsables de esos agujeros negros. Y en estos tiempos
pandémicos el problema tiene una costra de escándalo. Se trata fundamentalmente
–me dicen amigos que están al tanto del asunto-- de un gigantesco vacío en la primaria con
jornadas de agobio.
Es
de reseñar la paradoja que viene de muy atrás: los salarios más bajos se pagan
en las residencias y centros sociosanitarios; y, a más carga de trabajo, menos
personal contratado (en precario, por supuesto). Sin pelos en la lengua: las
recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud se
las pasan las autoridades autonómicas por la cruz de los leotardos.
Por
último, nunca habíamos tenido un plantel de profesionales de la enfermería como
de un tiempo a esta parte. Académicamente preparados y con una acumulación
envidiable de práctica en el día a día. Es un personal que se ha formado aquí
en nuestras Universidades y, pasado un tiempo, ha decidido hacer las maletas y
marcharse allende nuestras fronteras, donde se les tiene en alta consideración,
mejores condiciones de contratación y buenos salarios.
No
es de extrañar que los cuatro amigos de arriba hagamos lo posible por
cuidarnos, comiendo sano, en buena compañía y en la montaña.
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