El
independentismo catalán tiene su parecido con la madrileña ´casa de tócame,
Roque´. Setenta y nueve días sin gobierno sin que Anás y Caifás decidan ponerse de acuerdo o romper
la baraja definitivamente. ERC
y Junts x Cat,
cada una por separado, se han instalado en el síndrome del asno de Buridán.
Pere
Aragonès García (ERC) cambia de parecer los días pares y los nones; los del
trío de la bencina (Puigdemont, Jordi Sánchez y Laura Borràs) se
neutralizan entre sí y lo que parece estrategia de desgaste contra Esquerra se está
convirtiendo en una línea de actuación que perjudica notabilísimamente a la
sociedad catalana. Y no son tiempos normales.
La
regla parece ser la improvisación: de un lado, Aragonès predica ahora que «ERC
no puede gobernar en solitario», pero antes había chicoleado con los fraticelli de la CUP; el trío de la
bencina post post post convergente quiere convocar una consulta a su militancia
para saber qué hacer. Embrollo a granel.
Por
lo demás, esta colosal embustería podría explicarse de esta manera: los de ERC
no saben –o no quieren-- salir de la insularidad independentista de Waterloo porque
no saben crear una insularidad propia; ERC sigue siendo un partido de anorak y
chirucas. Por otra parte, la consulta que han anunciado los post post post
convergentes responde a la incapacidad de ponerse de acuerdo los componentes
del trío de la bencina. No se trata de un alarde democrático.
Siempre
se dijo que la madre del cordero de estos chicoleos estaba en: a) quién ejerce
la jefatura del proceso independentista, y b) quien tiene el poder efectivo
para conducir el carro y sus atalajes. Pero, visto lo visto, aquí no hay jefe,
ni se le espera; ni hay carro, carreta ni carretera.
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