Los
jefes y los covachuelos de Waterloo
y sus islas adyacentes tienen ahora la boca de oreja a oreja. Es decir,
satisfacción a cascoporro tras los resultados de las elecciones madrileñas que,
de manera contundente, han dado la victoria a Isabel Díaz Ayuso. Es esta una expresión de la
singular lógica de los amigos enemigos que tienen coincidencias plenas en lo
material y desacuerdos en lo metafísico, aunque aparecen ciertas novedades en
esta enemistad: quieren fundar el club de los que se quieren ir. Son las
derechas amigas cuando el verbo se hace carne y enemigas en la competencia
espiritual. Por si faltara poco, Ayuso y Waterloo se regocijan de: el bajón
preocupante de los socialistas madrileños y la hecatombe de Ciudadanos.
Los
amigos enemigos ven reforzados sus objetivos económicos –política fiscal y
privatizaciones-- orientada a trasladar
el Estado de bienestar a un welfare empresarial. Este es el diseño de Ayuso y Puigdemont, disfrazado en
el segundo con una serie de potingues sociales para encandilar a la CUP.
Con
todo, los amigos enemigos creen estar ahora en mejores condiciones para asediar
a Pedro Sánchez. Su objetivo es la permanente
turbulencia. Para ello contarán con que, de momento, se apaciguarán las
inquietudes internas en el Partido
Popular, aunque siga sumergida la cuestión del liderazgo tras la
apabullante ascensión de Ayuso; y, en Cataluña, Waterloo también cree estar en
mejores condiciones para verse (o no verse) las caras con ERC.
En
todo caso, pronto veremos que Waterloo hará carantoñas con Ayuso y viceversa:
«Nosotros no podemos ser menos que Cataluña», dirá la lideresa; «Si Madrid
están yéndose, nosotros no seremos menos», podrá decir el pintoresco exiliado.
Por
lo que es de cajón que, de un lado, el Gobierno necesita una iniciativa
inmediata de fuerte aliento; y, de otro lado, los socialistas catalanes,
concretamente Salvador Illa, debe decir ´aquí estoy yo´.
El
resto de lo que se deba hacer «averígüelo Vargas», que diría la señorona que
fundó Santa Fe, capital de la Vega de Granada.
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