Ni
está el horno para bollos, ni el momento político está para imprudencias. Dispensen mi falta de modales: Pablo Iglesias el Joven tiene, a veces, momentos
de irreflexión. Algunos opinamos que el vicepresidente segundo va a piñón fijo sin
tener en cuenta si el parte meteorológico anuncia calma chicha o fuerte
marejada. O como si su agenda no supiera si entorpece el proyecto político o
qué. En concreto: a estas alturas –y en esta situación-- debería saber que la inoportunidad no sólo le
puede acarrear perjuicios sino a todo el Gobierno progresista del qué es un
miembro destacado.
Por
lo que justificar el plantón de Colau y las autoridades
independentistas al Jefe del Estado es un disparate. Esta exhibición de republicanismo
de feria es, en esta coyuntura, contraproducente. Porque el problema no es, aquí
y ahora mismo, si monarquía o república, sino la estabilidad y el sosiego para
que el gobierno progresista siga el itinerario del nuevo ciclo de derechos de
ciudadanía social, que está en curso. Perturbar este momento es hacerle el
juego a los nuevos obstáculos
tradicionales: las derechas políticas, la caverna mediática y la célula Carl Schmitt –togas negras y puñetas en encaje. Si
se mantienen las intemperancias de los
nuestros el gobierno puede caer. Mateo 10.36: «Y los enemigos del hombre
serán los de su casa».
Tenga
seguro Pablo Iglesias que si sigue con su obstinación está cantada la
posibilidad de ruptura de la coalición y la puesta en marcha de otra distinta. Entonces
se alzarán miles de voces clamando ¡traición! Vale, ¿y qué? Porque, así las
cosas, con otros socios en el gobierno se encallan las reformas progresistas que
son necesarias. Yo no les acompañaré en ese griterío. Y, hablando en plata,
entonces vayan a reclamar al maestro armero.
Post
scriptum.--- «Lo primero es antes». Lo enseña
don Vicente Sacristán.
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