Apostaría
que el Papa Francisco lee La Vanguardia y,
especialmente, los artículos de Enric Juliana.
Posiblemente el introductor del periodista de Badalona en las lecturas del Papa
Bergoglio sea el nuncio apostólico en Madrid, el
prelado filipino Bernardito Azua. O el cardenal de Brcelona, Omella. Lo digo
porque Francisco, en la audiencia concedida a Pedro
Sánchez –a Casado
no le sentó bien la entrevista— habló del riesgo de que Weimar apareciera en la
escena española. Este es un tema que Enric Juliana, que nunca da puntadas sin
hilo, refiere de vez en cuando.
Yo
veo las cosas de una manera distinta. No creo que sea gratuita la referencia a
Weimar por parte del maestro de Badalona, pero entiendo que –hoy por hoy— existen
diferencias substanciales con los acontecimientos dramáticos de aquella
república. Son los siguientes:
Primero.
En aquellos entonces Alemania estaba desahuciada económicamente y aislada en el
continente europeo. Hoy es una potencia, no sólo europea sino global.
Segundo.
En aquellos tiempos no existía el pararrayos, paraguas y colchón de la Unión
Europea.
Tercero.
Tampoco existían dos importantes institutos: el Estado de bienestar con sus
amortiguadores sociales y el Banco Central Europeo con sus amortizadores
económicos. Amortiguadores y amortizadores que hoy juegan un papel fundamental.
Cuarto.
Weimar es también una secuela de la Gran Guerra y, más en concreto, de la
nefasta política de los vencedores, que puso de los nervios a Keynes.
Estas
cuatro consideraciones me llevan a no poder acompañar a Enric Juliana en este sentido.
Al tiempo que recuerdo a mis amigos, conocidos y saludados que, en este tema,
el Papa no habla ex cathedra. Con todo, no elevo a definitivas mis
conclusiones. Vale la pena seguir reflexionando sobre ese particular.
Post
scriptum.--- Mis felicitaciones efusivas a Juliana; ha salido ya otra nueva edición,
en castellano y catalán, de su libro “Aquí no hemos venido a aprender”. Buen guión cinematográfico puede salir de este
libro. Y, de paso, añadimos que «Lo primero es antes», tal como enseña don Venancio Sacristán.
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