En
realidad la gran conmoción en las izquierdas españolas será cuando se vea físicamente que la derecha preside la
Junta de Andalucía. Lo sabemos ya políticamente, pero ahora falta que la imagen
lo confirme. La imagen que constate la veracidad del acontecimiento político.
Ese será el golpe psicológico. Será el salto de treinta y seis años a otro
lugar.
Surgirán,
entonces, nuevas preguntas. Y, seguramente, la menos relevante será si Susana Díaz debe propiciar
--«dar un paso al lado», se dice púdicamente en Cataluña-- el relevo a un nuevo grupo dirigente del
socialismo meridional o, como ella insiste, debe continuar en sus actuales
responsabilidades. Primera consideración sobre el particular: ni las victorias
–ni este caso las derrotas-- tienen una
única explicación. Pero, ella misma ha centrado la mayor parte de su
predicación en torno a la garantía de su persona. Con lo que, haga lo que haga
de ahora en adelante, tendrá que establecerse un vínculo entre ese discurso
extremadamente personal y su decisión.
No
quiero meterme donde no me llaman. De hecho, estas reflexiones sólo tienen un
interés: forjarme una explicación sobre el nexo entre la realidad de lo
sucedido en Andalucía en las recientes elecciones autonómicas y la (necesaria)
voluntad de remontar el conocido fracaso del socialismo andaluz. Que es,
naturalmente, parte de las dificultades del socialismo y las izquierdas
españolas.
Sir
Winston era de la
idea de que «durante la tempestad se debe confiar en quien lleva el timón».
Era, sin duda, una opinión interesada. Lo dijo en 1900 con sólo 26 años.
Todavía le faltaban muchas vicisitudes políticas. En todo caso, pudo sufrir en
sus propias carnes la dura experiencia de que, tras la victoria contra el Eje,
el electorado británico no le eligió premier
en las primeras elecciones tras la Segunda guerra Mundial. Las ganó el
laborista Clement Attlee.
Díaz
ha sido la persona más votada en las elecciones. Pero no las ha ganado
políticamente, ni la imagen que se nos ofrecerá en breve indicará que las ha
ganado psicológicamente. Con lo que –me pregunto-- ¿qué sería lo más apropiado
en su caso? Me permito, de entrada, una elipsis: quien ha estado gobernando
durante años –primero en el gobierno de la Junta y después como presidenta— no
parece estar suficientemente en condiciones para liderar una remontada. El
enraizado estilo de estar al frente
de la nave no propicia la necesaria versatilidad para gobernar la rosa de los
vientos. Más todavía, quien no ha fabricado un proyecto de permanente
reconstrucción de Andalucía –o de cualquier otro país-- consolida la praxis de la rutina, del ir
tirando con unos determinados hábitos.
Por
otra parte, la ley matemática de la monotonía aplicada a las ásperas relaciones
entre Ferraz y Susana Díaz podría indicar que se reproducirían los
desencuentros y asperezas entre ella y Pedro Sánchez. Justo lo que no necesita España. Lo que no necesita el frágil espectro
de las izquierdas. Y menos todavía el agotador proceso electoral que se nos viene encima.
Sosiego y temple.
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