La
situación de Podemos
se agrava. El grupo dirigente echa más leña al fuego («de algo tiene que vivir
Errejón hasta mayo»,
según afirmó toscamente Echenique) que prendió Íñigo. En el fondo, sigue vigente
para algunos la vieja e inútil enseñanza de que el partido crece depurándose.
Se olvida que los cementerios están repletos de las consecuencias de las
depuraciones.
La
crisis de Podemos no es sólo –ni principalmente-- una crisis madrileña. Larvada en el grupo
dirigente del partido atraviesa su política general en toda España; por eso sus consecuencias son espeluznantes. Por ello inquieta que sus dirigentes hayan
escogido la opción más drástica y tradicional: la expulsión de Errejón. Cierto,
de un Errejón cuyo comportamiento, todo hay que decirlo, no ha sido modélico. De
donde puede sacarse una primera conclusión provisional: este partido nuevo,
imaginativo en tantas cosas, opta por una medida vieja, la expulsión del
heresiarca.
Cruzo
los dedos y me pregunto en qué va a afectar tamaño follón a la izquierda
catalana, que es hermana siamesa de Podemos. Porque, a decir verdad, no hay
cordones sanitarios que las separen. Más todavía, qué va a significar la
situación de Podemos en la política general catalana. Razón de más para que Ada
Colau y los suyos intervengan con una propuesta sensata de reorientación del
problema. Malo sería que se optara por «mejor no meneallo».
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