Con
exagerada fanfarria se ha celebrado la Convención del Partido Popular. Todo se ha resumido en recetas
y consignas que, desde el púlpito de las arengas, se han lanzado a granel como
ideas de necesaria obediencia y obligado cumplimiento. Solo prosopopeya
estridente. La batahola disfrazada de debate para no infundir sospechas.
Habló
Mariano Rajoy:
atención a los dogmatismos y sectarismos, vino a decir. Predicó José María Aznar: Santiago
y cierra España, afilando los cuchillos. Fuertes ovaciones a ambos, aunque dicen los
meticulosos que los aplausos con más decibelios y duración fueron para el
hombre de Pontevedra. Primera conclusión provisional: la convención fue como la
rosa de Alejandría, a saber, rajoyana de noche, aznariana de día. De ahí que Casado hiciera de Arlequín.
De aquel Arlequín que Carlo Goldoni dibujara
como el «servidor de dos señores».
Y
de esa guisa Casado, zurciendo los retales de uno y otro patrón, afirmó que su
partido es de «centro y moderado» y, a continuación, clamar por imponer el
artículo 155 a Cataluña con o sin todas las de la ley.
De
centro y moderado, menos mal que tenemos a María
Moliner que nos defiende de las palabras de Casado.
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