Los corpúsculos del escuadrismo
catalán han pintarrajeado la fachada de la casa donde vive Salvador Illa, secretario
de Organización del Partit
dels Socialistes de Catalunya. Es la última hazaña de ese ardor guerrero
de una militancia que, de seguir por esa vía, amenaza con elevar el voltaje
operativo. Hasta la presente ninguna autoridad del movimiento amarillo ha dicho
esta boca es mía. Precaución o cautela, no sea que tengan miedo de aparecer
como sospechosos de no tener pureza de sangre independentista.
Hace relativamente poco que apareció
esa desgraciada novedad: la intimidación violenta a una serie de personalidades
o a sus familias, que apenas si concita reflexión alguna en los diversos
medios. Ni siquiera un tímido reproche por parte de los Estados Mayores
amarillos. Más todavía, que parecen entender que ese escuadrismo es una
favorable parte activa de la correlación de fuerzas.
Ese movimiento clandestino es
otra consecuencia del fracaso del procés. Perdido, pues, el relato aparece
la intimidación como elemento de señalización de quien se oponga a la teología
redentorista. También como consecuencia de que tales mesnaderos tienen el
cerebro en los juanetes de los dedos del pie derecho. Estos escuadristas son la
prolongación de un determinado tipo de política independentista por otros
medios.
Ahora bien, llegará el día en
que este personal se haga una apariencia de autocrítica. Tomará como boceto la
reciente declaración de ETA, y
desparpajadamente afirmará que la violencia era solamente contra los enemigos
de Cataluña y un «perdonen las molestias» a los damnificados colaterales que
pasaban o vivían por allí.
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