Ilustre
diputado Sr. Junqueras:
Le deseo muy de veras que salga
muy pronto de la prisión. De hecho me pone de los nervios
su prolongada estancia en Estremera. Que usted salga de esos muros impuestos lo
baso en dos argumentos: primero, la normalización de su vida familiar y,
segundo, la utilidad política que se espera de usted al frente de su partido,
Esquerra Republicana de Catalunya. En todo caso, le informo que soy un
adversario político del independentismo, no un equidistante. Ser adversario del
independentismo implica en mi caso una batalla de ideas, hacer de la política
un sistema democrático dentro de las leyes y convenciones del Estado de
derecho, según dejó sentado en tantas ocasiones Palmiro Togliatti. Lo que me
lleva a esta consideración: usted sigue preso porque la política gubernamental
ha subarrendado sus decisiones en la Brigada Aranzadi.
Permítame, así las cosas, que le
ponga al tanto de algunas cosas que me rondan por la cabeza. Una cabeza que se
encamina a los ochenta años de manera bulliciosa y, desafiada por los
acontecimientos desagradables que vivimos, está viviendo una segunda juventud.
Me acojo, pues, al lema que nos viene desde Arquílaco: «Nada curo llorando y
nada empeoraré si gozo de la alegría». La tristeza y los lloriqueos embotan la
sesera. Me juego lo que sea, señor Junqueras, que usted no tendrá inconveniente
en compartir eso mismo con un servidor. Cuestión diferente es lo que viene a
continuación.
En Cataluña los que pueden formar
gobierno no están por la labor; quienes lo quieren no pueden hacerlo. Los que
pueden hacer gobierno están almacenando nuevas canciones de gesta, tras el
insuceso del confuso itinerario de lo que se ha dado en llamar el procés. Tal vez con la idea de una
nueva convocatoria electoral. Quienes ponen el énfasis en la formación del
gobierno –usted entre ellos-- han optado
por una opción laica (que dijera Togliatti) que no acaba de cuajar ni conseguir
significativos consensos cualitativos ni apoyos cuantitativos suficientes.
Debo decirle, señor Junqueras,
que sus opiniones no calan en Esquerra Republicana. De hecho, tan sólo Joan
Tardà parece ser el único Enviado de usted en la Tierra. El resto del grupo dirigente
de ERC va del caño al coro y del coro al caño con el mismo desparpajo con el
que se comportan determinados pares de magnitudes físicas que siguen el
principio de Heisenberg. Esta indeterminación es, lo creo provisionalmente,
consecuencia de una crisis de liderazgo y de una crisis de proyecto. No es que
las voces de los primeros espadas republicanos que están en la calle vayan por
libre, sino que parecen subalternas a Puigdemont, cuyo reino parece no ser de
este mundo. De un Puigdemont, tan extraordinariamente versátil, que empiezo a
temer que piense que «o él o el diluvio».
Políticamente hablando podríamos
convenir que, en toda esta historia, la principal perjudicada es Esquerra. Se
lo razono: Junts per Cat es una organización instrumental. Son las hechuras de
Puigdemont. No tiene pasado, aunque retiene el gen neo convergente. Y, peor
todavía: es observable que tiene ya los rasgos principales de la antipolítica.
En cualquier momento, según cómo vayan las cosas, puede ir al Jordán y,
bautizándose de nuevo, registrarse con otro nombre. Esquerra es otra cosa: es
un partido de larga tradición, de hecho es el más antiguo de Cataluña. Si en
esta crisis mantiene el carácter de subalternidad a un partido instrumental y
sigue con su naturaleza ancilar al cesarismo de campanario de Puigdemont,
Esquerra será la formación política más perjudicada. Porque Esquerra, partido
político, si no hace política pierde las esencias de su propia naturaleza. Y
deja en manos de Junts per Cat las manos libres a cualquier tipo de artificios.
Señor Junqueras: ¿hay algo más
urgente para salir del pantano, que empieza a ser ciénaga, que formar gobierno
en Cataluña? Creo que no. Es más, usted lo ha dicho en repetidas ocasiones.
Asuma --en condiciones difíciles, ciertamente--
el pleno liderazgo de su partido. Y proponga, por ejemplo, una reunión
de su grupo dirigente en la Prisión de Escombreras para darle un golpe de timón
al problema. Siga, en consecuencia, el discurso de Aristipo: «Yo me he
presentado ante vosotros no para unirme a vuestro dolor, sino para ponerle
fin». Nos lo explica Claudio Eliano (170 – 235), en Historias Curiosas.
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