Lluís Casas
Por fin ha vuelto Bernie Günther. El policía
que nos ha cautivado batallando por su supervivencia en medio de la Alemania
nazi. Parecía que Philip Kerr, el celebrado
autor de la serie, había abandonado al personaje y tomado nuevos rumbos en el
mundo el futbol, pero afortunadamente y según confesión propia, su editor le
recomendó la vuelta al éxito. Y ahí tenemos pues “La dama de Zagreb”
para deleite de los que disfrutamos con el roce del infierno.
De nuevo Bernie (ya nos tuteamos) nos
lleva de aquí para allá en una Europa en la que el superviviente además de
valiente, debe ser un descreído. Kerr le ofrece a Bernie algunos encantos, una
belleza femenina, otra belleza automovilística (un Mercedes 190) y un paisaje
pretendidamente absurdo para el asesinato y la crueldad: Suiza. Todo lo demás
lo deberían descubrir leyendo.
El ambiente de ambición desmedida que
reflejan las novelas de Kerr no nos es ahora mismo tan ajeno en el mundo de la
política. Obviamente, el asesinato no consta de momento como medio aconsejado
para ascender (a donde fuere que se ascienda), pero no debemos olvidar que ese
logro civilizatorio no pueda caer en desuso. En cambio, el otorgamiento de
galones sin pasar por más filtro que la recomendación debida es algo que está
teniendo cada día más partidarios. Partidarios de los que no consta curriculum
destacable (por no decir ninguno) o que simplemente han tenido la habilidad de
ser reproducidos por los medios a propósito de sus mismas palabras.
Por ello voy a completar el artículo
aquí expuesto sobre una crisis sobrevenida en malos momentos que mi querido
Boss del blog expuso respecto a la crisis artificial en el grupo parlamentario
de “Catalunya sí que es Pot” en Podemos Cataluña y sus
patologías. Y como en mi entorno discurre
alguna información fidedigna, la pongo a disposición del personal, como
herramienta útil para la evaluación.
Al citado grupo parlamentario le faltan,
por elección propia, miembros de En Comú (en caso de que haya alguno disponible
a estas horas), por lo que a la vista de la evolución y éxito de la coalición
ganadora por dos veces en Catalunya (En Comú Podem), se crea un problema de
gestión y uno mucho peor de expectativas de futuro.
El primero no tendría que ser difícil de
resolver aplicando simples reglas racionales: parece ser que estamos de acuerdo
en casi todo, sigamos así y no lo estropeemos. Y en todo caso extendamos la
coordinación parlamentaria en Catalunya a los que faltan aquí y que ya están en
el congreso en Madrid juntos.
El segundo ya es otro cantar. A la vista
de las buenas expectativas que tiene la coalición, la nueva política tiene
ansias de comerse el pastel ella sola, en la creencia que el lideraje mediático
lo es todo en este mundo. Ahí, el ego mayúsculo que algunos tienen por cerebro
puede hacer mucho daño.
Parece
ser que en una operación cruzada entre la Casa Gran (Ayuntamiento de Barcelona)
y dos miembros privilegiados del grupo parlamentario con mando en plaza en dos
de las organizaciones integradas en el grupo se han realizado ciertos repartos
de poder futuro. Está la cuestión de quitar de en medio a un portavoz,
excesivamente conocido y valorado para facilitar vacantes inmediatas y futuras.
Incluso un presidente de grupo de gran honestidad y casualmente independiente
es zarandeado sin necesidad. Algo de esto se decía en ¿A quién le importa el debate Iglesias – Errejón?
Los argumentos publicitados para
justificar la crisis son de ensueño: la necesidad de repartir relevancia
mediática, el hecho de que hay secretario de Podemos en Catalunya y antes no lo había y otras cuestiones de una (aparente) mayor
importancia. Los hacedores de la crisis se cuentan entre los parlamentarios
menos dados a cumplir con las exigencias del cargo, ocupados como están en
ardides de gran calado personal. Ahí no hay política verdadera, objetivos de la
realidad ciudadana o ampliación de la influencia gramsciana. Echen cuentas de
las convocatorias de la Diada y de las asistencias y verán que el asunto es
todo menos parlamentario.
Gracias a Maquiavelo ya sabemos
desde el siglo XV que el Príncipe (o la Princesa) tienen carta blanca en sus
acciones desde el punto de vista de la moralidad mínima. Lo importante son los
objetivos de Estado. Por ello no es demasiado sorprendente lo que ocurre estos
días en el Parlament: unos parlamentarios siegan la hierba en la perspectiva de
que otros caigan del rocín y lo dejen disponible, al margen de la política que
cuenta en la calle.
En el Parlament, como en casi todas las
instancias políticas o administrativas de relieve, hay dos actitudes extremas:
la primera corresponde al parlamentario que trabaja, propone, negocia,
entrevista a colectivos, refleja las inquietudes y los problemas de la calle,
es decir, se gana el sueldo con lo que le corresponde. En el otro extremo está
quien considera o que es un mero figurante de alto costo o que su trabajo se
limita a hablar y conseguir fotografías en los medios. Diríamos que es el
diputado selfie.
Pues bien, estas dos o tres actitudes
parlamentarias están en el bollo, a la espera, si la razón no aflora, para que
alguno termine el hoyo. Las víctimas, si las hubiera, no serían los del curriculum
breve, sino más bien aquellos que lo tienen repleto y completo. Si la actividad
parlamentaria fuera valorable objetivamente, con la simple lectura de los actos
parlamentarios que suponen algún esfuerzo, estaríamos al cabo de la calle al
ver la lista de acciones de cada uno. No hablo ya de la ficha de asistencia,
más clara aún.
No se despisten, porque puede haber
derivadas de gran interés en los próximos días. Nosotros o el de Parapanda se lo
contaremos.
Lluís Casas desde el Sahara.
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