Pineda
de Marx: un joven debatiendo entre comprar un kilo de jureles o el Ulises de James Joyce.
No hubo novedades en la sesión
de ayer en el Parlamento. Rajoy, sin novedad. Sánchez, sin sorpresas. Iglesias,
que no hubiera dicho antes. Y el resto de los oradores nada añadieron a lo que
vienen manifestando desde hace ocho meses. No se puede decir tampoco que el
público esperara lo contrario. Posiblemente lo único nuevo de ayer fueran las
declaraciones de Antonio Garrigues Walker
afirmando que «no le gustaría que se
convocaran unas terceras elecciones, pero considera no sería ni un fracaso, ni
un drama
excesivo». Ya lo ven ustedes, la derecha ilustrada tiene sus
desencuentros con ese interés --real, impostado o ficticio-- de la gran mayoría
de las fuerzas políticas españolas. Tanto las de viejos odres como las de
sedicente nueva cepa.
Algunos analistas arremeten contra Mariano
Rajoy en la siguiente dirección: el tancredismo de Estado que practica, no
buscando pactos con otras fuerzas para impedir las terceras elecciones, le
desacredita como candidato a la presidencia del Gobierno. Yo veo las cosas de
otra manera. El hombre de Pontevedra no quiere pactos; todo lo más desea que se
comparta con él un ligero baldeo a la cubierta de la nave. O una mano de
pintura a algún que otro camarote. No hay, pues, tancredismo de Estado, sino
una operación meticulosamente preparada. Que parte de la idea de que unas terceras
elecciones concretarían un cuadro político institucional más favorable para sus
intereses. Esto es, una nueva recaída del PSOE, un desinfle de Podemos y otra
sangría de Ciudadanos. Por lo tanto, el hombre de Pontevedra tiene que ajustar
las variables a esta función. Así pues, saca la silla a la puerta de su casa y
espera ver el desfile de damnificados, que es una versión menos drástica que la
de ver pasar el cadáver del enemigo.
El hombre de Pontevedra está suficientemente
bien informado. Sabe que Sánchez no quiere ser alternativa, que no entra en las
hipótesis del PSOE lanzar una potente oferta, tras la hipotética derrota de
Rajoy en la investidura, de cambio real a Ciudadanos y Podemos. Más todavía, el
hombre de Pontevedra sabe de buena tinta que Podemos no apoyará un nuevo pacto
entre Sánchez y el versátil Rivera. Un pacto de estas características que
permitiría gobernar con geometría variable.
Quedamos, pues, en que el hombre de Pontevedra
no es un genio. Pero podemos convenir en que les ha tomado el número a sus
adversarios. Lo que me parece que está tan claro como el agua de la granadina Fuente del Avellano.
No podemos acabar sin una pregunta inquietante:
Sánchez nos ha explicado por qué vota «rotundamente no» al hombre de
Pontevedra, ¿pero porqué no abre una alternativa? Mientras no lo explique
pensaré que su rotundamente no es
incompleto. Esto se explica, como ustedes saben, en primero de Berlinguer.
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