Editorial.-- Cada vez que soplan –o parece que
soplan-- vientos de cambio aparece un espantajo
en forma de comunismo. Quienes atribulados por la posible pérdida de un cierto
cacho de poderes perciben un posible cambio de tortilla sacan de sus entrañas lo
peor de su caverna contra los comunistas.
Ahora, no hay por qué extrañarse, en campaña electoral vuelve a sonar el
lúgubre grito de secano: «A por ellos, que son de regadío» como antaño se
repitió contra el Humanismo, la Ilustración, el liberalismo y la democracia. Mayoritariamente
viene desde los viejos púlpitos de las covachuelas de los poderes fácticos del
hombre del Cromagnon y desde su visible caspa. Pero también alguna que otra
nueva brillantina se incorpora, desde su sobrevenido secano, a la demolición de
lo que fue, pero ya no es. Se trata, así las cosas, de corromper la Historia
(perfectamente en mayúsculas) por parte de quienes se aconchaban para corromper económica, moral y
políticamente el país.
Menos mal que, desde la inteligencia, aparecen voces
cuerdas, interesadas moral e intelectualmente en dejar las cosas en su sitio.
Uno de ellos es Jordi Borja,
que ha pedido la palabra y ha dejado y enseñado lo que sigue en su artículo de
hoy, titulado ¿Comunistas?. Aquí tienen ustedes el texto. Estúdienlo y saquen
las conclusiones pertinentes. Es una sugerencia de un servidor de ustedes, José
Luis López Bulla.
Escribe Jordi Borja
«No hay comunismo pero renace el
anticomunismo. Los líderes de la derecha, el PP y Ciudadanos, y también el PSOE
pero más discretamente, se escandalizan ante la hipotética posibilidad que los
“comunistas” y otro “extremistas” lleguen al poder. Y anuncian grandes males,
no se sabe cuales. ¿De qué y de quienes tienen miedo? El “comunismo”,
identificado con el sistema soviético, ha desaparecido, solo pervive su
caricatura en Corea del Norte, pues en Cuba está en una transición sin posible
vuelta atrás. En Europa occidental, los partidos comunistas hace décadas que se
integraron en los sistemas políticos de democracia representativa y los más
importantes, en especial el francés y el italiano, formaron parte de gobiernos
en todos los niveles del Estado. El PC francés, bajo la presidencia socialista
de Mitterrand, y el PC italiano derivó como Partido Democrático, está en la
Internacional Socialista, integró a una gran parte de la Democracia Cristiana y
gobierna Italia. Los distinguidos personajes que denuncian el peligro comunista
en España suponemos que no se refieren al comunismo internacional inexistente
sino al español y al catalán. Y utilizan el término comunista no como un
concepto que se puede entender con sus virtudes y defectos sino como un
insulto. Cuando Rajoy o Rivera se refieren al comunismo parecen inspirados por
Carrero Blanco o cualquier ministro del franquismo. Lamentable y, además,
inútil.
»¿Hay una fuerza política comunista en
nuestro país? ¿Los que son o fueron comunistas son una amenaza para las
libertades y el progreso? Las izquierdas nuevas o renovadas pueden considerarse
más o menos radicales o moderadas, pero sus programas, declaraciones o formas
de hacer política son más propias del liberalismo progresista y de la
socialdemocracia clásica. Con algunos rasgos de los movimientos sociales
similares a todos los países europeos o americanos. A los que se añaden los
herederos del comunismo forjado en el antifranquismo y arraigado en el
movimiento obrero y ciudadano y en las universidades y en los sectores
culturales y profesionales. Aportan realismo y experiencia y en su pasado, como
en el presente, llevan consigo un ADN profundamente democrático. ¿O acaso no
fueron los militantes comunistas luchadores por la democracia, las libertades y
la reconciliación nacional y su acción, pacífica y muy costosa, aceptada por
amplias capas de la población? Más que temor o inseguridad, la cultura política
de los comunistas herederos del antifranquismo es una garantía de orden
democrático y de cambios para las mayorías sociales.
»Pesar el término “comunista” referido
al PSUC y al PCE como un insulto es indigno. Se les denominó “el partido” y fue
la organización política más presente y con más iniciativa desde finales de los
años 40 hasta la muerte del dictador. Miles de militantes y centenares de
dirigentes y cuadros pasaron por las cárceles, el maltrato policial, el exilio,
la clandestinidad. No fueron los únicos, pero sí los más numerosos. Estuvieron
en múltiples frentes y casi siempre liderando la resistencia democrática.
Fueron respetados por la Iglesia de base y por intelectuales y profesionales
cualificados que no compartían las mismas ideas pero admiraban a los militantes
comunistas. Jorge Semprún criticó duramente el comunismo de aquella época, pero
también siempre manifestó su identificación con los militantes. Líderes
políticos e intelectuales de ideología liberal expresaron el reconocimiento al
protagonismo de los comunistas en la lucha por la democracia, en la consecución
de las libertades políticas y la defensa de los derechos sociales y culturales.
La Transición truncada les llevó a una relativa marginación. No pidieron nada a
cambio. Y cuando han nacido y se han desarrollado nuevas fuerzas políticas y
sociales los apoyan sin ninguna pretensión dirigente. Su cultura política es
muy clara: promover la democracia a todos los niveles de las instituciones, la
economía, la cultura y la vida social. Y ni esperan halagos ni escuchan los
insultos».
Jordi Borja es
urbanista.
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