El
minúsculo grupo centrista del Partido
Popular, caso de existir, debe estar decepcionado de su nuevo dirigente.
Feijóo, nos dijeron
ellos y plumillas alquiladas, era la personalidad que centraría definitivamente
el partido y lo situaría a la altura de los partidos de centroderecha europea.
Puede que, en efecto, Feijóo, sea ese deseado o puede que la curia no le deje
respirar. En todo caso, lo que cuenta son los hechos: «facta non verba», decían
los clásicos romanos. Díganse las cosas como son: no ha habido cambio en el
Partido Popular con la nueva dirección. Sin novedad, señora Baronesa.
Así
pues, los sedicentes populares han
decidido votar en el Parlamento contra todo. De ese voto negativo no se escapa
ni la ley de la gravedad ni el teorema Euclides
sobre la infinitud de los números primos. Ahora hablan de que «por frívolo» se
opondrán al Plan de ahorro energético. Y, como de costumbre, brilla por su
ausencia ningún proyecto propio sobre el particular. Feijóo apunta no sólo
contra Pedro Sánchez sino contra la Unión
Europea, que lógicamente hace suyas las medidas del gobierno español.
Esta
estajanovista oposición contra todo
no es un fenómeno exclusivamente carpetovetónico. Es, ante todo, la confluencia
de agrupaciones de agraviados por las crisis del capitalismo, de numerosas cohortes de negacionistas, de fundamentalistas
con o sin carné, de resentidos de que sus expectativas de juventud se hayan
puesto, como las viejas fotografías, de color amarillo. El lema que más conviene
a este tropel es el legendario «A por ellos, que son de regadío. Me cago en
tó».
Todo
eso estaba en barbecho esperando su momentum. Y de las catacumbas saltó, tan
desparpajado como desinhibido, al foro público: las universidades, los
currinches mediáticos, las tabernas de moyate peleón hasta servir de pasto de
los partidos de las derechas varias que transformaron su acción política,
conservadora o reaccionaria, en antipolítica.
Este
movimiento de movimientos ultras ha conseguido una polarización de masas no
irrelevante. También en España, aunque no llega a los extremos que hay en
Norteamérica. El estilo (estilo viene de estilete) es el negacionismo, el nihilismo,
el bulo, la insidia, la calumnia, el ataque ad
hominem y demás figuras que, también hasta hace poco, estaban en barbecho. El
PP es el aprendiz, si mantiene esa singladura, del nuevo americanismo (o
trumpismo). Dato que leemos hoy en LV: «el 78% de los encuestados [en los
Estados Unidos] justificó la violencia política en algún caso y, de ellos, un
7% dijeron estar listos para matar».
Esta
situación se caracteriza –algo de ese nos dijo Riccardo
Terzi en uno de los ensayos, que ahora mismo no tengo a mano-- porque, simultáneamente, se produce un aumento
de los derechos civiles y sociales y una formidable reacción contraria contra
ello. Algo así como la tercera ley de Newton: el principio de acción y
reacción.
Lo
que estaba en barbecho ha salido a la superficie cuando se iba agotando la ´racionalidad´
--sea esto lo que fuere— del sistema, que tanto ha influido en la política. De
esta ´racionalidad´ taylo-fordista se ha pasado a unas derechas anómicas y unas izquierdas que cambiaron el
rojo de sus banderas por el color calabaza.
Sospecho
que mientras la izquierda no recupere su sentido socialista las cosas podrían
empeorar. Pero una sospecha no es una demostración, ni una formulación
relativamente seria; es simplemente el barrunto de un anciano.
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