martes, 23 de agosto de 2022

El principio de acción y reacción


 

El minúsculo grupo centrista del Partido Popular, caso de existir, debe estar decepcionado de su nuevo dirigente. Feijóo, nos dijeron ellos y plumillas alquiladas, era la personalidad que centraría definitivamente el partido y lo situaría a la altura de los partidos de centroderecha europea. Puede que, en efecto, Feijóo, sea ese deseado o puede que la curia no le deje respirar. En todo caso, lo que cuenta son los hechos: «facta non verba», decían los clásicos romanos. Díganse las cosas como son: no ha habido cambio en el Partido Popular con la nueva dirección. Sin novedad, señora Baronesa.

Así pues, los sedicentes populares han decidido votar en el Parlamento contra todo. De ese voto negativo no se escapa ni la ley de la gravedad ni el teorema Euclides sobre la infinitud de los números primos. Ahora hablan de que «por frívolo» se opondrán al Plan de ahorro energético. Y, como de costumbre, brilla por su ausencia ningún proyecto propio sobre el particular. Feijóo apunta no sólo contra Pedro Sánchez sino contra la Unión Europea, que lógicamente hace suyas las medidas del gobierno español.

Esta estajanovista oposición contra todo no es un fenómeno exclusivamente carpetovetónico. Es, ante todo, la confluencia de agrupaciones de agraviados por las crisis del capitalismo, de  numerosas cohortes de negacionistas, de fundamentalistas con o sin carné, de resentidos de que sus expectativas de juventud se hayan puesto, como las viejas fotografías, de color amarillo. El lema que más conviene a este tropel es el legendario «A por ellos, que son de regadío. Me cago en tó».

Todo eso estaba en barbecho esperando su momentum. Y de las catacumbas saltó, tan desparpajado como desinhibido, al foro público: las universidades, los currinches mediáticos, las tabernas de moyate peleón hasta servir de pasto de los partidos de las derechas varias que transformaron su acción política, conservadora o reaccionaria, en antipolítica.

Este movimiento de movimientos ultras ha conseguido una polarización de masas no irrelevante. También en España, aunque no llega a los extremos que hay en Norteamérica. El estilo (estilo viene de estilete) es el negacionismo, el nihilismo, el bulo, la insidia, la calumnia, el ataque ad hominem y demás figuras que, también hasta hace poco, estaban en barbecho. El PP es el aprendiz, si mantiene esa singladura, del nuevo americanismo (o trumpismo). Dato que leemos hoy en LV: «el 78% de los encuestados [en los Estados Unidos] justificó la violencia política en algún caso y, de ellos, un 7% dijeron estar listos para matar».

Esta situación se caracteriza –algo de ese nos dijo Riccardo Terzi en uno de los ensayos, que ahora mismo no tengo a mano--  porque, simultáneamente, se produce un aumento de los derechos civiles y sociales y una formidable reacción contraria contra ello. Algo así como la tercera ley de Newton: el principio de acción y reacción.

Lo que estaba en barbecho ha salido a la superficie cuando se iba agotando la ´racionalidad´ --sea esto lo que fuere— del sistema, que tanto ha influido en la política. De esta ´racionalidad´ taylo-fordista se ha pasado a unas derechas  anómicas y unas izquierdas que cambiaron el rojo de sus banderas por el color calabaza.

Sospecho que mientras la izquierda no recupere su sentido socialista las cosas podrían empeorar. Pero una sospecha no es una demostración, ni una formulación relativamente seria; es simplemente el barrunto de un anciano.   

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