Nunca
imaginé que tendría una vejez tan rara. Porque, la verdad sea dicha, vivimos
tiempos raros, muy raros. Ahora mismo no tengo la suficiente preparación para
establecer una analogía o comparación entre este hoy y la de tiempos lueñes. Y,
más todavía, tampoco sabría intuir qué predicen las cabañuelas de la
meteorología política.
Tiempos
raros: después de acreditarse la derrota electoral de Trump, tras el asalto violento
al Congreso de los EE.UU., después del registro del FBI a la residencia del
antiguo mandatario y la amplísima repulsa mundial… después de toda esa rareza
el ex presidente Trump sigue contando con millones y millones de seguidores--militantes
en su país. Una enorme masa con una extraordinaria capacidad intimidante. Esto
es lo más significativo del caso Trump.
De ahí que me pregunte, desde hace
tiempo, ¿qué es exactamente lo que promueve ese seguimiento espectacular a las
locuras de un personaje único en la historia de Norteamérica? Sigo sin saberlo,
ni siquiera por aproximación. Naturalmente sus incontables seguidores no son
una especie zoológica similar: los hay
de todos los gustos y colores, empresarios y obreros, agricultores y barberos
de barriada. Aunque todos ellos tienen un hilo conductor: el gobierno federal y
ahora el FBI con un sentimiento patriochiquero que hace que los EE.UU. sea
considerado por ellos como un tropel de campanarios. Vale, pero sigo sin explicarme
por qué ese acompañamiento de turbas, organizado a la postmoderna.
Podría
ser que una parte de la explicación, tal vez la menos relevante, fuera esta: el
deshilachamiento de las grandes religiones del cristianismo y su pérdida de
autoridad y auctoritas, está siendo suplido
por un cierto miedo al laicismo. Son masas que se han sentido huérfanas de un liderazgo
espiritual, cultural y político que pusiera en orden la precariedad intelectual
de cada cual. Vale, pero tiene que haber algo más, porque la historia de los
EEUU, incluso antes de su nacimiento,
está trufada de movimientos extraños, dirigentes de extremada confusión. Hasta
tal punto que, cada cual a su manera, recuerdan las aglomeraciones de seguidores
de los fraticelli y otros
milenaristas.
Seguiremos
reflexionando con más sosiego cuando pase la canícula.
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