La
visita de Nancy Pelosi a
Taiwan fue, a mi entender, contraproducente. Ahora, la presidenta de la Cámara
de Representantes de los EE.UU. debería explicar la utilidad de su viaje y los beneficios
que ha traído a las hostilidades, que vienen de antiguo, entre China y Taiwan,
que antes llamábamos Formosa.
Cuesta
trabajo pensar que Pelosi visitó la isla por libre o por un pronto. Estas son
interpretaciones subvencionadas con una clara intencionalidad política.
Especialmente en estos momentos de extremada polarización política en
Norteamérica; de un estremecedor pulso entre los demócratas y Trump. De un partido
demócrata donde algunas de sus personalidades más relevantes tienen un interés
político no coincidente con el Presidente Biden y su diplomacia.
Ahora
ha vuelto a suceder tres cuartos de lo mismo: un grupo de congresistas
demócratas ha visitado Taiwan y se ha
entrevistado con sus más altas autoridades. Cuesta trabajo pensar que sean versos libres, pues en esos asuntos la
lírica no pinta absolutamente nada. Eso sí, nos informan, que todo ha sido de
bajo nivel, de manera discreta y sin altavoces. Un encuentro recatado que --de
forma querida, naturalmente-- ha salido
en los medios de todo el mundo. Cierto, para eso se ha hecho.
Puede
ser una diplomacia de doble personalidad. Imprudente porque atiza más las
hostilidades entre China y Taiwan y entre los clientes de los hunos y los hotros. Y, por descontado, distorsiona
las relaciones de la Unión Europea y los Estados Unidos.
Permitan una chispa de guasa: ¿no hay en la Unión Europea nadie que le cante la gallina a los Estados Unidos? Porque, en caso contrario, empiezo ya a tener un cierto hartazgo de solidaridades cuando empiezan a ser equívocas.
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