La
Asamblea Nacional de Cataluña es el eslabón más oxidado del independentismo. En
el otrora potente movimiento de masas se ha puesto el Sol. Se diría que ha
entrado en un acelerado proceso de entropía, que pone de los nervios a su cápsula
dirigente. No es sólo el cansancio de no pocos de sus activistas o el hartazgo
de muchos de sus militantes que observan que el movimiento se ha convertido en
una noria. Es la constatación, que no pueden confesar, de la imposibilidad de
sus objetivos y, por tanto, del fracaso de sus tácticas políticas. Doble
fracaso, pues: el del misticismo de su ideario y del aldeanismo de sus
instrumentos.
Lo
peor: la ANC ha pasado de ser un instrumento de unidad a enfrentamiento en el
interior del independentismo, especialmente contra los partidos políticos. En
resumidas cuentas: la ANC se ha convertido en un contenedor de proximidad de la
más loquinaria antipolítica. Lo que son las cosas: hasta el hombre de Waterloo
ha tenido que llamarle la atención a la ANC. Algo de esto anticipó Shakesperare: los locos
guiando a los ciegos.
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