El
independentismo post convergente se irá dentro de unos días de ejercicios
espirituales. El sector laico –Campuzano y la Pascal-- se recluirán en el monasterio de Poblet; el
sector iluminado –esto es, los seguidores del hombre de Waterloo-- se encerrarán en un sitio, todavía por
determinar. Primera conclusión provisional: cada uno en su casa y Dios en la de
todos. Tengo para mí que ambos encuentros se han acelerado tras la propuesta
que ha lanzado Esquerra Republicana de Catalunya de una convocatoria anticipada
de elecciones autonómicas. En todo caso, ¡oído cocina!: la disputa por el
reparto de la túnica sagrada no parece que siga la vieja tónica: de un lado,
los post convergentes; de otro lado, la vieja Esquerra Republicana. Ahora, la
familia numerosa post convergente se encuentra, como hemos dicho, dividida
entre el sector laico y el iluminado. De estos últimos poco se puede esperar:
el Reino de Puigdemont
no es de este mundo.
Del
sector laico podría esperarse algo.
El problema que aparece es si tendrá la lucidez para conformar un proyecto y,
simultáneamente, el coraje para llevarlo a cabo contra viento y marea. Lo uno
sin lo otro es papel mojado. Pero ese algo
inconcreto (y, a la vez, insuficiente) no estará a la altura de corregir la
ausencia de gobernabilidad de la Generalitat, mientras la incompetencia del
enviado de Waterloo en Catalunya siente sus reales en el Palau de Sant Jordi. La
permanencia de ese caballerete en el cargo sólo sirve para abultar su pecunio y
mantener la parusía en la llegada de Jesucristo a Cataluña.
En
todo caso el error de todas las fracciones independentistas está en que la
convocatoria de nuevas elecciones no la entienden como una salida para ocuparse
de los problemas de la gente de carne y hueso, sino como una reacción contra la
sentencia del Tribunal Supremo, que está por llegar. Un problema del que tendría que ocuparse el
Cristo del Paño, famoso milagrero de Moclín con su cruz a cuestas, que según mi madre adoptiva era el
único Hijo de Dios verdadero; el resto, según ella, es paganismo puro y duro. Lo que indica algo sorprendente: mi madre era beata, sí, pero heterodoxa.
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