En la foto, Ramón Luque
El vaso catalán se está colmando
de gotas de agua sucia. Algunos comentaristas intentan relativizar
beatíficamente su importancia con el manoseado dicho de que esto, aquello y lo
otro no son extrapolables sin señalar hacia dónde se extrapola. He llegado a la
conclusión provisional de que tales comentaristas son gente intencionadamente
despistada. Que no quiere enemistarse con el párvulo gobierno de la
Generalitat, ni con sus allegados. Esto, aquello y lo otro son minucias,
simples gajes de una situación que pudorosamente llaman compleja.
¿Pero, qué es «esto»? Se trata
de la agresión que sufrió el otro día Ramón Luque,
un histórico dirigente de IU en Barcelona. Un grupo de matones –herederos de
los hermanos Badía— se lió a mamporros contra Luque en los
alrededores de la exposición del Franco decapitado. El bueno de Luque,
siguiendo los ´vicios´ de la vieja izquierda, quería explicar a la hostil muchachada
las buenas razones de aquella exposición. Ellos, manteniendo las viejas
tradiciones del escuadrismo de los «puños y las pistolas» no paró en razones.
Ahora bien, si preocupante es el sucedido que se narra, más lo es todavía que Esquerra Republicana de Catalunya
y sus franquicias no hayan dicho ni oxte ni moxte sobre tan grave particular. Tampoco ha dicho ni mú el resto del planeta independentista.
Algunos dirán que el gobierno de
la Generalitat no tiene nada que ver en este incidente. Lo que es cierto. Sin
embargo, soy del parecer que el
Govern --doble moral y doble contabilidad-- da alas, de manera
oblicua, a la agresión a Luque. Porque constantemente le ha puesto la proa de
manera agresiva a dicha exposición. De ahí que el matonismo se sienta obligado
a poner algo de su parte, mientras las
almas de cántaro dirán que se trata de una chiquillada, de una colla de brètols. Pero todos ellos ya
tienen pelos en los sobacos de la Independencia.
Me pregunto: ¿cuántas gotas de
agua sucia son necesarias para llamar las cosas por su nombre?
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