El hombre de Pontevedra, minutos
antes de ser elevado a los altares, dejó claro que no se le pueden pedir cosas
que forman parte del núcleo duro del programa de su partido. No dijo cuáles,
pero en la mente de todos estaban, entre otras, la reforma laboral. Toda la
gente informada de este país lo sabía de sobras. Por supuesto, también los que
se abstuvieron. Partamos, pues, de lo siguiente: la negativa de Rajoy ya es
formal, y si se quiere vuelve a inscribirla en las intenciones del nuevo
gobierno.
Atribuimos, sin embargo, al
sindicalismo confederal y a las fuerzas políticas de la oposición, que han
expresado su voluntad de seguir combatiendo la reforma laboral, que mantendrán
su acción colectiva contra ella. Ahora, tras la auto intimidación del PSOE, en
condiciones más complicadas, con menos acompañamiento. Yendo por lo derecho, el
desmantelamiento gradual de la reforma laboral está más en precario en el
terreno político. Si esto es así, hemos de convenir que el esfuerzo del
sindicalismo debe tener más diapasón.
Ahora bien, a mi juicio no
existe una estrategia eficaz basada monotemáticamente en el acoso y derribo de
la reforma laboral. O ello se inscribe en un contexto más general de la acción
colectiva o no salimos de ese enredo. Las palabras de Maurizio
Landini, secretario general de la FIOM—CGIL, son claras: «Pero el tema no es solamente cómo se
reunifican los derechos en el trabajo, sino que el proceso tecnológico en curso
modificará la estructura de toda la industria. La pregunta es, pues, ¿qué
debemos hacer como sindicato para incentivar un proceso de esa naturaleza y que
acciones hay que poner en marcha?» (1).
Parece claro que una traducción de lo que
afirma Landini a nuestras cosas es como sigue: si nuestro objetivo estratégico
es la «reunificación de los derechos en el trabajo», el planteamiento de
nuestro amigo italiano nos lleva a intervenir no sólo en la piel sino en la
columna vertebral del «proceso tecnológico en curso». Con un matiz por mi
parte: dicho proceso no afecta solamente a la estructura de toda la industria,
sino al mundo de los servicios. Es decir, a todo.
De manera que, como ya advirtió Toxo en su día, «no podemos seguir haciendo lo
mismo de siempre para llegar a los mismos resultados de siempre». Me aventuro a
decir que no parece que el conjunto del sindicalismo haya llegado todavía a
entender cabalmente lo que ha manifestado Toxo. Si seguimos haciendo lo mismo
de siempre se corre el peligro de tutelar y representar solamente a los últimos mohicanos, a los injustamente
olvidados por los procesos de innovación y reestructuración de los aparatos
productivos y de servicios. La gradual
pérdida de representación y representatividad estaría cantada.
Tiene sentido evocar a nuestro Marcelino Camacho que, en su famoso artículo en Cuadernos para el Diálogo se percataba
de una novedad: « A la capital administrativa ha sucedido el
Madrid industrial; hoy son millares de obreras, que con sus batas blancas o
azules, pasan por Atocha camino de Standard, Telefunken o Phillips hacia las
máquinas-herramienta y las cadenas de montaje» (2).
Aparentemente esta descripción camachiana podría ser interpretada como un
relato costumbrista. Pero tiene mucha más miga. Es la percepción de un paisaje
socioeconómico que ha desplazado definitivamente lo anterior: por la calle --de
la fábrica hasta casa-- el mono azul de un tipo de trabajo asalariado ha
emergido y de esa visibilidad antropológica Marcelino saca sus conclusiones
sociopolíticas y culturales. De ahí que sugiera algo poco mencionado hasta
ahora: de Marcelino se celebra fundamentalmente su eticidad –la unidad dialéctica
de la moralidad con la socialidad-- su carácter
insobornable, pero mucho menos su mirada, su inteligencia y el giro valiente
que propuso en los cimientos renovados del movimiento organizado de los
trabajadores.
Me pregunto: ¿hay condiciones para proponer una relación virtuosa
entre sindicalismo y hecho tecnológica? Respondo con orgullo: claro que sí. En
este mismo blog, en Sabiduría sindical en
Alstom, (3)
hemos dado cuenta de un documento que debería estar en la mesita de noche de
todos los sindicalistas. Dejadme que refunfuñe un poco como expresión natural
de alguien que camina a sus ochenta años: ¿Cómo es posible que tal documento
apenas si aparece en las cuantiosas web de los sindicatos?.
Por último, hay que felicitarse
por la amable y fructífera relación que el sindicalismo tiene con los juristas
del trabajo. Ahora bien, no podemos decir lo mismo de su relación con los
ingenieros. Lo digo porque no concibe un nuevo planteamiento de vínculo con el
hecho tecnológico si no abre un puente estable de relaciones con los
profesionales de la ciencia y la técnica. El caso de Alstom es paradigmático de
ese buen hacer sindical. Por lo que más quieran no dejen de estudiar el
documento de los amigos de esa empresa. Sea.
(2)
Marcelino Camacho: "El fetichismo y la
realidad", Cuadernos para el diálogo (Junio de 1964)
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