sábado, 27 de agosto de 2016

Bruno Trentin y el sindicalismo europeo




En el noveno aniversario de la muerte de Bruno Trentin.

Antonio Lettieri*


En este frío invierno de Europa les falta a sus viejos amigos el pensamiento y la voz de Bruno Trentin que en el trascurso de su vida de militante político, dirigente sindical e intelectual hizo de la perspectiva europea un constante cuadro de referencia, un ejemplo de discusión y una esperanza para el futuro de la democracia y de los derechos. No podríamos decir qué análisis haría y qué juicio tendría de la actual y atormentada situación de la Unión Europea que tras una década –con el nacimiento del euro--  apareció como el signo de un posible renacimiento de Europa frente a los grandes cambios económicos y políticos en curso y sus relaciones entre las diversas áreas del mundo.

Trentin participó en aquellos tiempos con resposabilidades diversas en la construcción, a menudo controvertida y no lineal, de la Unión tal como se configuró a finales del pasado siglo. Quisiera recordar sobre todo un periodo que fue el tránsitoa la Unión europea en aquel decenio caracterizado por la presidencia de Jacques Delors a partir de la mitad de la década de los ochenta y del papel que jugó Trentin en el debate sobre la “dimensión social” y sobre los nuevos objetivos del sindicalismo europeo. Recordando aquel tiempo no se puede olvidar el papel determinante, probablemente insustituible, de Jacques Delors y la relación de confianza, de estima recíproca y de amistad que reforzaron las relaciones entre Jacques Delors y Bruno Trentin, en su vertiente de dirigente sindical, realmente singular en el panorama europeo.   


Cuando, bajo la presidencia de Delors en la Comisión europea en 1985, se abrió un nuevo capítulo en la historia de la comunidad europea, el mundo occidental (de los Estados Unidos a Europa) atravesaba una fase de cambio destinada a revolucionar los criterios y puntos de referencia culturales, sociales y políticos para muchos años. Con la llegada de Margaret Thacther en Gran Bretaña y Ronald Reagan en Norteamérica, no sólo se modificó el cuadro de referencia económico con el repudio de las políticas keynesianas en América y socialdemócratas en Europa sino que se pusieron en discusión duramente las relaciones de poder a nivel social y, en primer lugar, el poder de los sindicatos. 

No se puede infravalorar la determinación política e ideológica con que la señora Thtacher se propuso poner de rodillas a las Trade Unions, plenas de una historia secular, aunque con errores de análisis y estrategia que minaron su credibilidad y su fuerza. Los primeros años ochenta se caracterizaron porque se propuso la eliminación de las conquistas y del poder de las organizaciones sindicales en las dos orillas del Atlántico. No por casualidad Ronald Reagan ofreció el ejemplo más rotundo dela nueva situación cuando despidió fulminantemente a 12.000 controladores aéreos que osaron desafiar al gobierno haciendo huelga. Ese tránsito no fue menos significativo en Italia donde la Fiat, en otoño del 80, consumó su venganza en su confrontación con el sindicato militante por antonomasia, la FLM, dirigida por Trentin junto a Carniti y Benvenuto. Este era el clima social en el que a mediados de los ochenta se operó el inicio de la integración europea que antes había llevado al mercado único y después al nacimiento del euro. La Comunidad entró en una larga fase de estagnación y apatía, y para relanzarla era necesario reinventar una idea guía, movilizadora y convincente. La intuición de Delors con el proyecto de mercado único se convierte en el resorte del diseño europeo. Para muchos la unificación del mercado constituía el objetivo más orgánico en la nueva fase del capitalismo internacional. Unificar el mercado, rompiendo las barreras que limitaban los movimientos de bienes y capitales, era la clave para salir de la stagnación. Pero era, a la vez, un diseño que se arriesgaba a entrar en la deriva neoliberal. No fue casual que la derecha europea más dinámica viera en la promesa de la integración de los mercados no sólo el resorte de un relanzamiento del crecimiento sino también un modo de importar el nuevo modelo de relaciones sociales que se venía consolidando en el mundo anglosajón. 

No sabemos si este proyecto, inspirado en el viento neoconservador de la época, hubiera pasado fácilmente al continente, pero es un hecho que Delors imprimió una dirección diferente en la construcción de la nueva Europa, esforzándose en buscar un diverso equilibrio entre la liberalización de los mercados y la legitimación del papel de los agentes sociales y, particularmente, del movimiento sindical como equilibirio del mayor poder que la unificación de los mercados garantizaba a los centros de poder económico, libres de la telaraña de las reglas y controles que operaban dentro de los confines de los estados nacionales. 

El modelo social europeo, tan querido por Delors, tenía sentido no como modelo uniforme de regulación de las relaciones sociales, sino como paradigma de un modelo de desarrollo al que las instituciones comunitarias y el sindicato daban vida, cada uno con sus propios medios, con una trama de políticas sociales que debía caracterizar el conjunto de la construcción europea. Es en este cuadro donde Delors, desde los primeros pasos de su presidencia, abre la puerta de las instituciones europeas a los sindicatos, define su papel y los integra en el proyecto europeo. Es nada más llegar a la presidencia que significativamente, tras presentar su programa al Parlamento europeo, convoca el primero de los famosos encuentros de Val Duchesse, inaugurando el “diálogo social” entre los sindicatos y sus contrapartes empresariales. Trentin tomará parte en el curso de aquellos años dedicándose en particular al tema de la innovación tecnológica y la formación, como punto de referencia esencial de un nuevo terreno de encuentro y reelaboración de las políticas reivindicativas del sindicalismo europeo. 

Para Bruno Trentin es la ocasión que finalmente  se presenta para transformar en realidad las esperanzas, muy frecuentemente frustradas, de una efectiva estrategia europea del sindicato. El proyecto siempre se mostró de no fácil solución. El sindicalismo europeo tiene en común muchas luchas y conquistas. Pero sus diversas raices, tradiciones, modelos de representación y negociación –entre negociación nacional y de empresa--  describen opciones y paradigmas muy diversos de comportamiento. Eso sin mencionar la diferencia más evidente entre sindicatos unitarios y sindicatos históricamente divididos como en una gran parte de la Unión a partir de Francia que comprende los paises mediterráneos.  En este cuadro el proyecto de “institucionalización” de una especie de contrapoder sindical respecto al impulso desrregulador, implícito en la liberalización y unificación de los mercados nacionales, representaba una perspectiva más decisiva frente a las nuevas tendencias del capitalismo mundial. Pero, al mismo tiempo, como demostróla experiencia, era algo limitado, con sus luces pero también con muchas y duras sombras.

Trentin era un lider sindical de indiscutida estatura europea. A diferencia de la tradición de muchos sindicatos europeos estaba presente en el trabajo sindical con las características de un militante y de un intelectual. Había dirigido, tiempo atrás, el prestigioso Departamento de Estudios Económicos de la CGIL. Su atención a los cambios económicos y sociales del capitalismo europeo le suministraron los instrumentos para un contraste político, frecuentemente áspero, con las tesis predominantes de la izquierda italiana de la época e, incluso del propio Partido comunista italiano en el que estuvo presente en sus órganos de dirección y parlamentarios hasta la decisión de las incompatibilidades entre cargos sindicales y del partido.

Recuerdo, entre otros que marcaron el debate a principios de los sesenta, con Trentin entre sus protagonistas, el seminario promovido por el Istituto Gramsci, dedicado específicamente a Europa, Tendencias del capitalismo europeo, con una introducción de Maurice Dobb, economista inglés de la escuela marxista, profesor en Cambridge, y la participación de intelectuales del conjunto de la izquierda europea. Trentin presentó una ponencia que analizaba los cambios en curso en las estructuras económicas del capitalismo europeo y en las respuestas del movimiento obrero.  La originalidad, muy típica en su modo de escudriñar los problemas, estaba en la capacidad de tejer el análisis de los grandes cambios en las estructuras económicos que habían acompañado la reconstrucción en la posguerra con las mutaciones en las estructuras productivas, en la organización del trabajo y en la subjetividad obrera.  Esta amplitud de análisis y de visión le permitía discutir con las tesis contrapuestas de la cultura política de tradición marxista en aquellos años. Un debate que veía, de una parte, como ineluctable corolario de la práctica socialdemócrata un proceso de integración de la clase obrera en las nuevas formas de capitalismo; y de otra parte el final de su papel y el paso a la hegemonía a los desheredados del tercer mundo según las tesisis que tuvieron en Marcuse su más celebrado sostenedor.

Sobre estas bases teóricas, y sólo aparentemente alejadas de la problemática sindical, Trentin había elaborado la tesis de la autonomía del sindicato junto a su función política general. Era una posición teórica que se distinguía tanto de la tradición socialdemócrata, fundada en la separación entre la acción reivindicativa propia del sindicato y el programa económico y social de carácter general confiado  al partido y al gobierno como de la tradición comunista ortodoxa que concentraba el papel del sindicato en la tarea salarial y de soporte a la estrategia general del partido. 

No se trataba, respecto a los modelos sindicales europeos, de una teorización abstracta de la posición del sindicato. Esta formaba parte, entre los años sesenta y setenta, de un proceso caracterizado por la afirmación cultural y política de la autonomía sindical con respecto al partido comunista y, en general, del proceso unitario entre las confederaciones sindicales. Fue un resultado original en el panorama de la división sindical persistente en los paises mediterráneos y, en particular, en Francia donde la división entre la CGT, la CFDT y Force Ouvrière parecía imposible de superar. 

El encuentro entre Trentin y Delors a mediados de los años ochenta se basaba en muchos aspectos bajo esa concepción heterodoxa con relación a la cultura sindical que prevalecía en el continente. El sindicato dotado de su  específica autonomía y al mismo tiempo portador de una visión general que le hacía ser un sujeto político y un contrapoder en el equilibrio de las fuerzas sociales en presencia.

Tenían en común puntos de llegada, no de partida. Jacques Delors era un católico y un socialista –“mi-chretien, mi-socialiste”--  acostumbrado a actuar en la actividad de los clubs pero no en la jerarquía de partido. Su más rica experiencia maduró en las instituciones de gobierno, en su rol en el Comisariado de la planificación hasta la función de Ministro de Economía y Finanzas en el gobierno Mauroy durante la presidencia de Mitterrand. Dos trayectorias diversas, contrapuestas en cierto sentido. Pero había un profundo dato común en la constante referencia de Delors a la función del sindicato, aunque no fue un sindicalistas  “de plena dedicación”. Es interesante recordar que, mientras Trentin dirigía el Departamento de Estudios de la CGIL, en los años cincuenta, Delors –funcionario de la Banca de Francia--  fue consejero económico de la CFTC, la Confederation française des trevaillerur chrétiens, bajo cuyo impulso nacerá la CFDT.

La biografía de Delors, no obstante estas relaciones con el sindicato, era más tipicamente la de un “grand commis” del Estado, y desde este punto de vista estaba alejada de la de Trentin. Pero la cercanía al sindicato permaneció sorprendentemente en Delors viva siempre, entrando a formar parte de su cultura política y de su proyecto. En el libro-entrevista (L´Unité d´un homme), dedicado a su biografía intelectual y política, en 1994, estando en la presidencia de la Unión, responde a una pregunta sobre su adhesión al sindicato y lo hace con una cierta emoción: : “Il s’agissait pour moi de lutter contre l’injustice sociale, et le terrain essentiel de l’action était le syndicalisme…C’est l’endroit ou je suis le plus à l’aise…Le syndicaisme, c’est ma vie. Si j’avais pu, je n’aurais fait que cela »[1](Jacques Delors, L’Unité d’un Homme).  Intentad imaginar en nuestro días algo similar en la alta burocracia del eje Frankfurt – Bruselas a quien se le ha confiado la tarea de dirigir la Unión Europea en la  gran crisis de nuestros días.

El decenio de la presidencia de Delors, en el que más implicado estuvo Trentin en la acción del sindicalismo europeo fue el de la gran transformación europea. Fueron los años de la construcción del mercado interior, de la predisposición de la moneda única, de la definición del Tratado de Maastricht. Pero fueron también los años del desarrollo del “Diálogo social” que Delors, como hemos visto, lanzó desde el inicio de su presidencia. Fue aprobada la “Carta social”, y como complemento al Tratado de Maastricht el protocolo social que ponía el sindicalismo en el corazón de las instituciones europeas y del proceso de decisión para los aspectos que se refieren a las competencias de la Comisión sobre los temas de carácter social.

Se trataba de importantes hallazgos que se contraponían a la ideología dominante neoconservadora y profundamente antisindical de aquellos años. No por casualidad la Gran Bretaña se opuso perentoriamente a todos los esfuerzos comunitarios de carácter social.  Pero el rol del sindicalismo europeo no se circunscribió dentro de los confines de las relaciones con las nuevas instituciones económicas. El debate sindical abarcaba en todos sus aspectos las transformaciones en curso en la organización de la producción. Superaba la época fordista que se caracterizaba por masas de trabajadores sin una cualificación particular, a menudo provinentes del campo o de la inmigración. La programación con unos objetivos productivos estandarizados chocaba con los ininterrumpidos procesos de innovación tecnológica y con la creciente turbulencia de los mercados globales.

Al mismo tiempo habían cambiado les dimensiones subjetivas de la fuerza del trabajo cada vez más refractaria a los estándares descualificantes del viejo modelo taylorista. Frente a estos cambios iban decayendo los viejos parámetros reivindicativos de la tradición sindical. El debate se iba orientando –no sin incertidumbres, resistencias y contradicciones— hacia las nuevas formas de control de la organización del trabajo, a la introducción de nuevas formas de flexibilidad, a la reducción y sobre todo a la gestión de los horarios de trabajo diarios, semanales e incluso anuales, a la relación entre cualificación y tarea, al derecho a la formación y hacia diversas formas de participación.

Un debate en muchos aspectos complejo, siendo profundamente desiguales las experiencias y los enfoques culturales, más allá de los modelos contractuales en los diversos países de la Unión.  Algunos sindicatos, especialmente de los países nórdicos, con una larga experiencia de cooperación centralizada a nivel confederal mostraban mayor interés en los temas económicos de carácter general, en la dimensión keynesiana de las políticas de crecimiento y ocupación más que en las políticas de reorganización del trabajo.

En otras ocasiones, como en la experiencia alemana, el primado federativo invertía el ángulo de visión. En otros casos, como el francés, dominado por la división sindical, era más clara la contraposición entre las reivindicaciones salariales y la intervención en los procesos de reorganización del trabajo. El sindicato italiano –dividido y empequeñecido por la dramática ruptura en torno al futuro de la escala móvil, a mediados de los ochenta--  se encontró en la tesitura de presentar una visión de conjunto con la idea de sugerir  fuertes puntos de conexión entre la evolución de las políticas reivindicativas y la dimensión política general de los procesos de reestructuración. Trentin, en su cargo de vicepresidente de la CES, trabajó en este contexto que exigía capacidad de innovación sobre diversos planos de la acción sindical: desde los cambios en la organización del trabajo a los aspectos más radicalmente políticos de las estrategias macroeconómicos, industriales y del mercado de trabajo. Pero también estaba convencido de que la actuación de una plataforma ambiciosa del sindicalismo europeo exigía un reforzamiento institucional de la Confederación europea, aceptando ceder en algunos aspectos de la soberanía de los sindicatos nacionales que la conforman.  Fue un diseño no fácil porque los sindicatos eran muy celosos de las experiencias en las que estaban ancladas sus opciones. Pero era una exigencia que fue haciendo camino y reforzará la capacidad de decisión de la CES, aunque con resistencias. Se puede observar, con el beneficio del tiempo pasado, que para algunos aspectos esta proyección unitaria del sindicalismo europeo podría encuadrarse perfectamente en la visión de Jacques Delors que concebía la Unión europea como una “Federación de Estados soberanos”, una imagen que conjugaba la exigencia insuprimible del Estado-nación con una nueva dimensión supranacional.

Desde el punto de vista de las políticas reivindicativas, el debate entre los sindicatos europeos implica con opiniones a menudo discordantes las nuevas formas de flexibilidad de la prestación laboral contrapuesta a la rigidez típica del modelo fordista. En esto el sindicato italiano fue, en muchos aspectos, el que hizo una elaboración más avanzada con una crítica a la organización taylorista, alienante y descualificadora, acompañándola con reivindicaciones de nuevas formas de trabajo abiertas a los modelos de flexibilidad tanto en la gestión de los horarios  como de las tareas, asumiendo como criterio de referencia de la negociación nuevos parámetros de flexibilidad negociada por el sindicato y controlada colectivamente. Mientras que, a nivel de las políticas macroeconómicas, el viejo debate sobre la política de rentas  tenía como principio una composición en la relación entre una gestión autónoma de la negociación en coherencia con los objetivos generales negociados a nivel tripartito en función de las políticas de crecimiento y ocupación.

Eran temas que partían de un largo proceso de elaboraciónen la biografía sindical y política de Trentin. Y eran también, desde diversos puntos de vista, elementos importantes del modelo sindical que Delors valoraba en el proceso de construcción de un coherente “modelo social europeo” en el que los sindicatos fueran actores principales.   Se dibujaba así una alternativa fuerte a la desestructuración de la acción sindical que en la experiencia americana y, parcialmente, en la británica iba afirmándose en el proceso de desregulación de los mercados y, en particular, en el mercado de trabajo. No importa cuáles fueran los puntos de mayor o menor sintonía. El paradigma sindical que inspiraba a Trentin coincidía con el punto de vista del método y, en muchos aspectos, con los contenidos que Delors consideraba los puntos de “soldadura” entre los diversos ejes de la negociación y la perspectiva de una renovada política económica y social a nivel comunitario.

Era frecuente que Delors interviniera en los momentos más relevantes en las reuniones del comité ejecutivo de la CES que, en aquellos años, dirigía Emilio Gabaglio, y recuerdo la atención y la relación de lealtad que caracterizaban aquellos encuentros. No faltaban los elementos críticos y las desilusiones respecto a políticas concretas comunitarias. Pero la relación con el presidente de la Comisión era un elemento de confianza y de acicate en la dirección de una estrategia comunitaria en muchos aspectos insatisfactoria y contradictoria, pero bajo su impulso estaba abierta a problemas del mundo del trabajo y de la centralidad del papel del sindicato.

Cuando en 1994, en los tres últimos meses de la presidencia, tuvo lugar en Roma un seminario dedicado al Libro Blanco sobre “Crecimiento, competitividad y empleo”, promovido por el Instituto Europeo de Estudios Sociales (IESS), creado por la voluntad unitaria de la CGIL, CSIL y UIL, se mostró con claridad la sintonía de fondo entre la concepción del papel del sindicato que Delors preveía para el futuro de la Unión y la inspiración de fondo de las confederaciones sindicales italianas, entre las que no faltaban elementos de fricción y duros gérmenes de división. Trentin hizo notar en su intervención que el Libro Blanco representaba “un parteaguas entre la opción de Europa y el repliegue suicida hacia políticas monetaristas, gestionadas en el interior de cada país, y vislumbraba “una terapia del desempleo de masas… incluso existe un peligro  mayor: la desarticulación y desregulación de los mercados nacionales de trabajo”.

Para Trentin los sindicatos europeosdeberían estar a la altura de promover una visión de las prioridades contractuales, aunque no con la reducción de un denominador único de perfiles históricamente diverso sino con criterios precisos de referencia en los procesos de innovación, participación y control de la organización del trabajo, los horarios, la formación y la protección social. Pero al mismo tiempo Trentin no escondía las sombras que frenaban al sindicalismo europeo; éste en muchos aspectos consideraba la coordinación de la acción sindical era “un atentado a la soberanía contractual de cada confederación en su estado nacional”.

A pesar de muchos elogios formales dirigidos por las fuerzas políticas y sociales al Libro Blanco, “La batalla (afirma) no se ha conseguido vencer … [todavía] habrá la fuerte tentación en muchos gobiernos –y tal vez no sólo en muchos gobiernos— de arrojar al cesto de los papeles el Libro Blanco y la nueva cultura de crecimiento y del trabajo que contiene”. 

Trentin tiene presente el enfrentamiento abierto a nivel cultural y político en Europa sobre el trabajo. La OCDE publicó casi simultáneamente con el Libro Blanco su Jobs Study, una investigación encargada por los gobiernos sobre los temas del crecimiento y el desempleo. Las conclusiones de la OCDE no dejaron lugar para la duda ya que la impronta era explícitamente neoliberal.  El himno a la desregulación del mercado de trabajo se acompaña a la condena sin paliativos de las políticas de intervención macroeconómica de raiz keynesiana de apoyo a la demanda y al empleo.

Sabemos que en años sucesivos la línea Delors del Libro Blanco será sacrificada en el altar del nuevo americanismo clintoniano que, en realidad, era la continuación, enriquecida por la retórica “neo democrática”,  de la revolución reaganiana que ve en la intervención del estado “no la solución sino el problema”. No fue casual que Bill Clinton condujera su campaña electoral bajo la bandera de dos principios que volveremos a ver en Europa en el “neo laborismo” de Tony Blair: la reducción de la intervención del Estado (Big governement is over) y las restricciones en el welfare state, esto es, el repudio del “welfare as we know”, según el eslogan de Clinton.

Trentin deja el sindicato en 1994 cuando también concluye el decenio de Delors. Llevará adelante su batalla por una Europa socialmente responsable desde los escaños del Parlamento europeo. Conserva relaciones de investigación y diálogo con la parte más viva del sindicalismo europeo, en primer lugar los franceses, españoles y alemanes. Los encuentros de Paris, cerca de Lasaire, el centro de investigaciones dirigido por Pierre Heritier, provinente de la CFDT, le mantienen en vilo. Conserva y desarrolla el mismo tiempo las viejas relaciones con el sindicalismo americano a través de sus exponentes y, en estrecho contacto con un grupo de intelectuales próximo a Bob Reich, ministro de Trabajo durante el primer mandato de Clinton.

A finales de los noventa Trentin, en el Parlamento europeo, se implica en el debate y elaboración de la estrategia que será adoptada a principios de 2000 por el Consejo europeo en Lisboa. Efectivamente, su informe sobre el sindicalismo europeo que se manifiesta particularmente en el “intergrupo” de los parlamentarios de origen sindical, es coherente con el esfuerzo que animó su vida de sindicalista que sitúa la autonomía y el proyecto del sindicato en el trasfondo de las estrategias políticas que condicionan el papel social del trabajo y los derechos de los trabajadores. En el cruce del viejo y el nuevo milenio el cuadro se presenta propicio.

A finales de 2000, con la Declaración del Consejo europeo extraordinario de Lisboa parece renacer el espíritu del Libro Blanco. El crecimiento y el empleo vuelven al centro de la escena. Italia y Francia jugaron un papel de primer orden en su elaboración. La declaración final del Consejo europeo dibuja el inicio de una estrategia coordinada en política económica y social con un doble objetivo: un crecimiento sostenido con un promedio anual del 3 por ciento y la consecución del pleno empleo a finales de la década.

Sabemos cómo ha ido la cosa posteriormente. El euro debía ser un instrumento de reforzamiento del crecimiento en un cuadro de políticas coordinadas de desarrollo. Por el contrario, la política monetaria del BCE se centró obsesivamente en el control de la inflación, incluso con la ausencia de amenazas inflacionistas.  Las reglas del presupuesto de Maastricht se convirtieron en una jaula, frecuentemente violadas por sus guardianes que no distingueron entre la contención del gasto corriente dentro de los parámetros fijados y el espacio para las políticas de inversión nacional y de la Unión. El crecimiento económico fue una quimera igual que el pleno empleo. Cuando estalló la crisis financiera americana del 2008, la Unión europea podía poner el incentivo de entrontrar una plataforma común de respuesta a la crisis utilizando la moneda única de la eurozona para una política conjunta. Ocurrió lo contrario. El euro se convirtió en el banderín de la desarticulación. La crisis griega, que inicialmente podía resolverse con unas intervenciones ordinarias de apoyo, fue exasperada por medidas punitivas para hacerla incontrolable, de fuente de contagio y crisispara toda la eurozona y, en cualquier modo, para toda la construcción europea. Sería un momento de desilusión para Bruno Trentin, como también para Jacques Delors. Dos europeistas por convicción profunda, no por un abstracto y retórico conformismo.  Pero, más allá de los motivos y las desilusiones que habrían afectado a Trentin por las ocasiones perdidas y las amenazas obligadas que pesan sobre el futuro de la Unión, no podemos sino lamentar  la falta de su reflexión, lúcidamente crítica y de su imaginación política. En la crisis actual, caracterizada por el ataque al mundo del trabajo y a los sindicatos, en una Europa paralizada por el dominante conservadorismo de los gobiernos de derechas –por no hablar de Italia, saqueada por un gobierno sin principios y sin credibilidad--  la reflexión de Bruno Trentin nos sería, ciertamente, de gran ayuda en la lucha por la defensa y el impuso por los derechos sociales y de las conquistas de poder que, con todas sus variantes, están en aquel “modelo social europeo” que las políticas neoconservadoras, bajo la ola de la crisis, intentan desarticular y que, con todos sus límites, el resto del mundo continuará envidiandonos.




*   El texto original se encuentra publicado en INSIGTH, la revista príncipe del sindicalismo europeo. Ha sido  traducido al castellano por la Escuela de Traductores de Parapanda.      Bruno Trentin e il sindacalismo europeo Antonio Lettieri





[1]“Se trataba para mi de luchar contra la injusticia social, y el terreno esencial de esta acción era el sindicalismo…es el lugar en el que me encuentro más  a gusto…el sindicalismo es mi vida, si hubiera podido no habría hecho más que eso” (N.d.T. )

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