Homenaje a Antifonte de Atenas
Primer tranco
Analistas de la más variada zoología
racional intentarán darnos luz sobre lo ocurrido el día de ayer que, con el
paso del tiempo, podrá ser famoso. Los dirigentes de los partidos con, poco o
mucho mando real, se afanarán así mismo en la cuadratura del círculo mediante
el método matemático de la exahución. De momento, dejemos que los responsables
políticos consuman, según los casos, botellas de cava o de litines. Mientras
tanto, sí estamos en condiciones de seguir la corriente a quienes han hablado
de que se entra en un nuevo curso. Un servidor, no obstante, preferiría añadir
un suave matiz que no desdice lo anterior: nos acostamos con el Tenorio, de Tirso de Molina y nos levantamos con el don Juan, según
Zorrilla. Don Juan Tenorio sigue siendo el
protagonista, pero el escenario, los segundones y los figurantes han cambiado.
El escenario, decimos, ha
cambiado: ya no estamos en la tierra firme de las grandes mayorías sino que nos
encontramos afortunadamente en el territorio ambiguo del equilibrio de
debilidades. Que puede ser propenso para ciertas alquimias o para una sólida
cultura del pacto. Un elemento ha aparecido con claridad: cada partido
tradicional (de los dos grandes) tiene un competidor estratégico que le irá
soplando en el cogote. Lo que podría traducirse en querellas por la disputa del
espacio vecino o por la geometría de los pactos. Ya veremos qué movimientos se
insinúan y, andando las semanas, cómo se van concretando.
Segundo tranco
En principio diría que este nuevo
escenario parece favorecer al sindicalismo confederal. Cierto, siempre y cuando
se coloque con la mayor sabiduría y su consecuente razón pragmática.
La experiencia nos dice que, en
los años de mayorías absolutas, el sindicalismo confederal ha tenido no pocos
problemas. Una de ellas, no irrelevante, ha sido el áspero choque entre la
legitimidad de la autonomía sindical y la legitimidad institucional de la
mayoría electoral. Que nunca maridaron adecuadamente. En esas condiciones el sindicalismo
ha tenido no pocas dificultades. Y comoquiera que los partidos que
tradicionalmente tuvieron una relación de (relativa) amistad con los sindicatos
sólo hicieron política en las cumbres borrascosas de la Torre del Homenaje, el
movimiento de los trabajadores tuvo las de no ganar en esas asperezas, el gallo
de Morón fue perdiendo algunas de sus bellas plumas.
El nuevo escenario podría abrir
nuevas expectativas. Siempre y cuando tome buena nota de que se ha producido
una serie de cambios que también le afectan a él: el deseo indiciado por el
cuerpo electoral de avanzar a grandes reformas (dignas de ese nombre) no puede ser ajeno al sindicalismo confederal.
Tanto si se da en el cuadro político como si éste, obviando aquel deseo
indiciado, se encoje de hombros y vuelve a la molicie que caracterizó el viejo
bipartidismo.
En resumidas cuentas, el
sindicalismo confederal debe actuar como un sujeto propulsor de reformas tanto
en el ecocentro de trabajo como fuera de él. En ese sentido, es la hora de la
puesta al día de las relaciones laborales, de los contenidos de las prácticas
contractuales, de la reforma de la representación y de la adormecida cuestión
unitaria. Y aquí cabe, como anillo al dedo, la lúcida observación de Fernández Toxo, que vale más que nunca para la nueva
situación: «No podemos seguir haciendo lo mismo para conseguir los mismos
resultados. Si el sindicato no se reinventa, el viento de la historia se lo
llevará por delante».Pues sépase que, de cara al día de ayer, ha habido alguien que no ha seguido haciendo lo de siempre y, por eso, ha tenido su premio correspondiente.
En consecuencia, el sindicalismo
confederal tiene un enorme desafío pendiente: expresar su alteridad propositiva
en el nuevo contexto. Ahora bien, lo que decimos es válido siempre y cuando
convengamos que las cosas, tras el día de ayer, entran en otro curso. Entonces
celebraremos adecuadamente el intento de la cuadratura del círculo del viejo Antifonte de Atenas. Si no es así, lo que hemos dicho
no tiene sentido alguno.
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