martes, 29 de diciembre de 2015

Democracia participativa y asamblea de la CUP




Primera observación

Algunos analistas, no necesariamente de garrafón, han empezado a tirar de la cartuchera contra «la asamblea» como práctica de la democracia participativa. El motivo más reciente ha sido el  resultado de la ya famosa asamblea de la CUP del domingo pasado. Naturalmente los más directamente damnificados, la orden mendicante de  Artur Mas y sus costaleros, han sido los primeros. Si el resultado de dicho encuentro les hubiera sido favorable habrían callado y estarían agradecidos a «la asamblea». Pero estos no son los únicos y, ni siquiera, los más importantes.

Este ejercicio de redacción tiene un objetivo: hacer ver que el carácter asambleario de la CUP y, por tanto, el    misterioso «número CUP», no son los responsables del insólito resultado de dicho encuentro. Cuestión diferente es la lectura apriorística que de ello se haga en unos u otros mentideros políticos o cofradías sociológicas.

 

El quid de la cuestión estriba, en mi modesta opinión, en que la CUP –como otras formaciones políticas--  es un conglomerado de partidos, asociaciones (y hasta un  sindicato cuya representación no queda reflejada en lugar alguno) que actúan a la remanguillé, cada cual con sus propuestas y proyectos. Sólo les atraviesa un hilo conductor: la independencia de Cataluña. Lo que sirve de tenue amalgama para tan endebles costuras. Por supuesto, las paradojas y las desavenencias estallan más visiblemente en las grandes solemnidades de «la asamblea» donde lo que prima es la voz discordante de cada aparato político que actúa como correa de transmisión. Así pues, lo que se oye en cada encuentro es la voz en diferido de los comisarios políticos de todas las obediencias partidarias. Es decir, realmente lo que existe es un paradójico interés fragmentado, sea esto lo que fuere.

Segunda observación

No sólo es la CUP la única organización que tiene ese pathos. Pero ha sido en ella donde el resultado de la asamblea ha sido más espectacularmente chocante. Así las cosas, «la asamblea» queda mutilada y demediada por los trujimanes de cada particularismo. De ahí la negativa nunca explicitada pero real a que la asamblea tenga normas que regulen su funcionamiento: quórums obligatorios para determinadas decisiones, no necesariamente iguales según la ocasión, y otras formas de funcionamiento. Que, en cualquier caso, no acabarían con las componentes internas siempre enquistadas y cristalizadas ante todo. Que nada o poco tienen que ver con  aquellas corrientes que varían ante uno u otro tema como expresión de un pluralismo variable.

Tercera observación

La democracia participativa es una hipótesis, no la única, de dar el salto de una democracia envejecida y controlada por los latifundistas de cada organización a una democracia donde lo que se delibera y, posteriormente, se decide es la congruencia que recorre a todos los reunidos que buscan un interés aproximadamente general. Lo que, según parece, no es el caso de la asamblea cupaire. Ni tampoco el de otras parecidas. Así pues, mantener esos estilos sería como echarle agua de colonia a la vieja política. Una vieja política que es disfrazada de noviembre para no infundir sospechas.

Radio Parapanda. Que retransmite los estudios de diversos matemáticos en torno al cálculo de probabilidades de que saliera el empate en la asamblea cupaire: http://www.lavanguardia.com/politica/20151228/301071423295/probabilidad-empate-cup.html


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