Primera observación
Algunos analistas, no
necesariamente de garrafón, han empezado a tirar de la cartuchera contra «la
asamblea» como práctica de la democracia participativa. El motivo más reciente
ha sido el resultado de la ya famosa
asamblea de la CUP del domingo pasado. Naturalmente los más directamente
damnificados, la orden mendicante de Artur Mas y sus costaleros,
han sido los primeros. Si el resultado de dicho encuentro les hubiera sido
favorable habrían callado y estarían agradecidos a «la asamblea». Pero estos no
son los únicos y, ni siquiera, los más importantes.
Este ejercicio de redacción
tiene un objetivo: hacer ver que el carácter asambleario de la CUP y, por
tanto, el misterioso «número CUP», no son
los responsables del insólito resultado de dicho encuentro. Cuestión diferente
es la lectura apriorística que de ello se haga en unos u otros mentideros políticos
o cofradías sociológicas.
El quid de la cuestión estriba,
en mi modesta opinión, en que la CUP –como otras formaciones políticas-- es un conglomerado de partidos, asociaciones
(y hasta un sindicato cuya
representación no queda reflejada en lugar alguno) que actúan a la remanguillé,
cada cual con sus propuestas y proyectos. Sólo les atraviesa un hilo conductor:
la independencia de Cataluña. Lo que sirve de tenue amalgama para tan endebles
costuras. Por supuesto, las paradojas y las desavenencias estallan más
visiblemente en las grandes solemnidades de «la asamblea» donde lo que prima es
la voz discordante de cada aparato político que actúa como correa de
transmisión. Así pues, lo que se oye en cada encuentro es la voz en diferido de
los comisarios políticos de todas las obediencias partidarias. Es decir,
realmente lo que existe es un paradójico interés fragmentado, sea esto lo que
fuere.
Segunda observación
No sólo es la CUP la única organización
que tiene ese pathos. Pero ha sido en ella donde el resultado de la asamblea ha
sido más espectacularmente chocante. Así las cosas, «la asamblea» queda
mutilada y demediada por los trujimanes de cada particularismo. De ahí la
negativa nunca explicitada pero real a que la asamblea tenga normas que regulen
su funcionamiento: quórums obligatorios para determinadas decisiones, no
necesariamente iguales según la ocasión, y otras formas de funcionamiento. Que,
en cualquier caso, no acabarían con las componentes internas siempre
enquistadas y cristalizadas ante todo. Que nada o poco tienen que ver con aquellas corrientes que varían ante uno u otro
tema como expresión de un pluralismo
variable.
Tercera observación
La democracia participativa es
una hipótesis, no la única, de dar el salto de una democracia envejecida y
controlada por los latifundistas de cada organización a una democracia donde lo
que se delibera y, posteriormente, se decide es la congruencia que recorre a
todos los reunidos que buscan un interés aproximadamente general. Lo que, según
parece, no es el caso de la asamblea cupaire. Ni tampoco el de otras parecidas.
Así pues, mantener esos estilos sería como echarle agua de colonia a la vieja
política. Una vieja política que es disfrazada de noviembre para no infundir
sospechas.
Radio Parapanda.
Que retransmite los estudios de diversos matemáticos en torno al cálculo de
probabilidades de que saliera el empate en la asamblea cupaire: http://www.lavanguardia.com/politica/20151228/301071423295/probabilidad-empate-cup.html
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