Un analista ha escrito que,
durante la campaña electoral, se ha producido una «repolitización de masas». Un
servidor, sin embargo, ha visto las cosas de una manera más sobria. Yo he
notado que se ha producido una relación más directa con la política partidaria
en ciertos sectores de la sociedad. El uso del concepto de repolitización me parece un tanto exagerado. Sin embargo, cabe la
posibilidad de que yo mismo no haya sabido captar las novedades que, sin duda,
se han producido en los últimos quince días.
Entiendo que esa relación más
directa se ha notado en los escenarios, abarrotados por lo general, de los
actos públicos, en las significativas audiencias televisivas de los debates (o
lo que haya sido) entre los respectivos dirigentes de unos u otros partidos. Se
diría que no sólo llenan los estados los líderes de los partidos que
tradicionalmente gobernaron el país, también lo han hecho los llamados
emergentes, y de qué manera. Esta noche sabremos cómo se traduce la prédica en
trigo. Como diría Rafael El Gallo ante un circunspecto Ortega y Gasset «aquí
hay gente pa tó».
Ahora bien, tanto si se ha
producido esa repolitización o una relación más directa con la política
partidaria estamos ante un hecho sociológico que, sin duda, será comentado con
profusión. Pero en primer lugar nos encontramos ante algo que debe ser
estudiado concienzudamente por las diversas formaciones políticas. En primer
lugar, por quienes aprietan las espuelas camino de una nueva política. Lo
decimos porque pueden caer en la tradicional molicie de, pasadas las elecciones,
seguir con la modorra de la vieja política cupular. De que solo la acción
política se hace en la Torre del Homenaje de las instituciones. A decir, verdad
incluso los emergentes han prometido nuevas formas de participación en la cosa pública.
De las redes sociales poco hay
que decir. Han vuelto a ser el patio de vecindones donde el personal se ha
comportado como auténticos hoolingans
de sus amistades políticas. Nuevamente esa especie zoológica del cibernauta ha
vuelto a desaprovechar las oportunidades de las redes para hacer de esa trama el
patio hospitalario del insulto al por mayor.
Por lo demás, no me ha
sorprendido la nula relación de todos los contendientes con la cuestión
europea. Todos ellos se han comportado como los habitantes de la ínsula
Barataria, aislada, como si el mundo de la interdependencia fuera un cuento
chino o una invención de cuatro indocumentados. Ha sido otra campaña aldeana
donde el campanario –y sólo el campanario— era lo único que se ventilaba.
¿Qué ocurrirá mañana? La primera
respuesta tiene el celebrado grupo musical Jarabe de
Palo: «depende». Pero tras dejar cantado aquello de «¿de qué depende»,
nos dejaron con la miel en los labios. Precavidos fueron aquellos muchachos.
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