Primer tranco
Los muertos que algunos matan
siguen vivos. Lo que viene a cuento por el resultado de las elecciones
sindicales en Cataluña. Según las cifras oficiales la cosa ha ido de esta
guisa: Comisiones Obreras ha alcanzado el 41,39
% y UGT ha conseguido el 39,33 por ciento. Una
lectura meramente cuantitativa puede decir que son unos resultados positivos, y
a fe mí que lo son. Ahora bien, esa justa interpretación debe ir acompañada de
otros elementos. Es lo que nos proponemos hacer en este ejercicio de redacción.
Los últimos años han sido
extremadamente duros para los trabajadores y sus familias, que siguen sufriendo
los efectos devastadores de la crisis. Ni que decir tiene que han sido años de
plomo para el sindicalismo confederal: interrupción del ciclo de conquistas
sociales, deconstrucción de derechos y poderes sindicales. Nunca en la España democrática
el sindicalismo había sido desafiado con tanta adversidad y enemistad. Y, sin
embargo, ahí están esos resultados en Cataluña.
Es obvio que los grupos dirigentes
de cada ámbito, federativo y territorial, deberán hacer escrupulosamente su
particular balance. Pero, a la espera de los datos pormenorizados, ¿cabe alguna
duda de lo positivo del resultado que han alcanzado los dos principales
sindicatos? Cualquier organización política se daría con un canto en el cielo
del paladar si hubiera obtenido en unos comicios estos resultados. Lo que
sorprendentemente se niega al movimiento organizado de los trabajadores. A este
se le sigue negando el pan y la sal: la innegable representatividad que le dan
las urnas en el ecocentro de trabajo.
Una lectura cualitativa de los
resultados electorales debe acompañar forzosamente la interpretación
cuantitativa. Estos resultados, en esta larga fase de crisis económica y sus
consecuencias, van más allá de la rotundidad de los números. Al tiempo que nos
proponen nuevas reflexiones: a pesar de todos los pesares, los trabajadores
siguen confiando en el sindicalismo confederal. Cierto, podríamos decir que
dicha confianza tiene una componente de resignación. Tal vez, pero si fuera de
esa manera ¿cómo explicar que ambos sindicatos suman cerca del 81 por ciento de
la representatividad total? Las interpretaciones son libres, pero si quieren tener
una aproximada lógica deben partir de que ese 81 por ciento está ahí desafiando
cualquier legítimo subjetivismo, por legítimo que sea. En todo caso, estas
interpretaciones chocan abruptamente con los datos, esto es, con la «utilidad
sindical» que perciben esas amplias mayorías de trabajadores, incluso –todo hay
que decirlo-- de aquellas organizaciones
que han conseguido menor relieve electoral.
Segundo tranco
Y sin embargo, hay no pocos
sindicalistas atribulados por el ninguno y, en no pocos casos, el ataque sistemático
al movimiento sindical en los que participan determinados sectores de una izquierda
mustia y chuchurría. Comoquiera que
son casos diferentes iremos por partes.
Desde determinados ámbitos
políticos y mediáticos el ataque al sindicalismo tiene una raíz clasista. Es un
viejo problema que nos acompañará por los siglos de los siglos y, en ese
sentido, poco hay que decir, salvo el amén protocolario. Pero en otros casos,
el ninguneo tiene otra raíz: le negativa del sindicalismo a ser la prótesis de
partidos y movimientos. Fíjense en este detalle: allá donde el sindicalismo es
un sujeto independiente concita el mayor ataque y el más espeso ninguneo. Allá
donde la alteridad sindical es más débil –o no existe-- el sindicalismo es tratado como un sujeto
venerable.
Cuestión diferente es el antipático
tratamiento que, desde la izquierda chuchurría
–un magma invertebrado de mil colores distintos-- se hace con relación al movimiento sindical
realmente existente. En ese caso, se produce una concordancia entre esos
sectores y la derecha más cavernaria. Cosa
que, por lo demás, no representa novedad alguna digna de tenerse en cuenta. Es
la confluencia entre los enragées de
diversa condición. Aquí la palabra escénica, en el sentido que le
daba el maestro Giuseppe Verdi, es la recurrente "traición" de los dirigentes sindicales que,
para hacerla más creíble, debe ir acompañada por la inefable pureza de las
bases santas, santas, santas. Locos de atar.
Tercer tranco
El 81 por ciento de la
representatividad expresa que el sindicalismo confederal representa a
centenares de miles de asalariados de la más diversa condición. Se trata de un
tejido asociativo como quizá no exista otro en el círculo de lo social en
nuestro país. Ahí está la base objetiva que puede crear e impulsar cambios
profundos en el sindicalismo. Es justamente este mantillo lo que puede transformar
la maceta sindical, regada convenientemente, en un sujeto propulsor de reformas
desde el ecocentro de trabajo y estudio.
Último tranco
Tras lo dicho, quiero significar
que no he cambiado mi posición sobre los comités de empresa. La mantengo con la
misma firmeza de siempre. Pero, tras los resultados, ¿cómo iba a dejar pasar la ocasión de expresar
mi alegría por los óptimos resultados de las elecciones sindicales? ¿Por qué
iba a callarme cuando, desde la mayor parte de las cofradías mediáticas, no han
dicho ní mú sobre el particular? Oigan, que uno no es de piedra. Así pues, alzo
mi copa de cava y canto el famoso brindis de La traviata.
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