Hay políticos aparentemente
dispares que tienen una indisimulada querencia a parecerse. Pongamos que hablo
de Rajoy y su Soraya, de un lado, y de Artur Mas y su Neus Munté, de otro lado.
Presidentes ellos, vicepresidentas ellas. El principal parecido es que Soraya y
Munté ejercen fundamentalmente de burladeros o parapetos de los caballeros.
Como es sobradamente conocido,
cada vez que hay un asunto de cierta envergadura, el hombre de Pontevedra envía
a la vicepresidenta a dar la cara, ya sea en un tema de Estado o en un debate
electoral. Tal vez se acoja al viejo dicho castellano de “caballero prevenido
vale por dos”. Tres cuartos de lo mismo le ocurre a Artur Mas: cada vez que
prevé inconvenientes piensa que, de esa manera, (enviando a la Munté a dar la
cara) se evita algún que otro problema. Sólo ellos saben hasta qué punto su
desresponsabilización les trae ventajas o no. Lo que sí estamos en condiciones
de afirmar es que tal comportamiento es
sonrojante así en Madrid como en Barcelona. De cualquier forma no hablaremos
del tándem Rajoy – Soraya: en nuestro orden del día está el dúo Mas – Munté. Como
excusa, no obstante, diremos que Alfredo trató peor a Violeta en La Traviata.
Tras la reciente sentencia del
Tribunal Constitucional contra la declaración del Parlament de Catalunya –famosamente
conocida como la «desconexión»-- todos
esperaban que compareciera Artur Mas, presidente en funciones, para decir oxte
o moxte. ¡Quiá! Quien apareció fue el burladero de la Munté, quien, acumulando currículums,
declaró lo que Mas no tuvo redaños a solemnizar: «La sentencia del TC no
detiene la voluntad política expresada por el Parlament (…) Mantenemos los
efectos políticos de la declaración que aprobó un Parlament legalmente
constituido y con una mayoría absoluta». Es decir, que hablando en plata, Mas
endilga el problema a su segunda. Sorprendentemente la Munté no hace referencia
al confuso texto –también del Parlament— que expresa el recurso presentado ante
la institución de la que previamente se ha desconectado, que transforma el Diego en un austero digo. Francamente, no me imagino a sir Winston endosando sus responsabilidades a
otro. Que se trate de una comparación inusual, no desdice la mayor. Pues bien,
mi padre –aplicando el viejo lenguaje de la época-- hubiera dicho: «Pero en tan serios asuntos,
¿quién lleva los pantalones?». Hoy cambiamos tan tosca y machista frase y decimos que donde manda la contramaestre
no manda el capitán del navío.
Naturalmente, una cosa es mandar
y otra dar la cara. Pero, al menos, está el consuelo –si es tal-- de que una sindicalista, ahora emérita, como
Munté aparezca como algo más que una mujer florero. Lo que no conseguirán Rajoy
y Mas es que ellas les substituyan cuando tengan necesidad de ir al urólogo.
Adenda de
rectificación.-- Un amigo me envía una nota sobre el post de
ayer: http://lopezbulla.blogspot.com.es/2015/12/monedero-albert-rivera-y-la-cocaina.html No fue Bertrand
Rusell quien quería propinar un golpe con el atizador a Wittgenstein, sino éste a Karl Popper. Pido excusas a
don Bertrand y a quienes lo hayan leído.
En todo caso, eso son querellas filosóficas y no las de Hume y Rousseau.
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