¿Cuántas
veces debe decir la CUP que no a Artur Mas para que este caballero se baje del
burro? Y eso que Mas se ha desabrochado los pantalones hasta las rodillas. Lo
que implica poner a la intemperie las partes pudendas para lo que sea de
menester. Lo que ocurre es que la
CUP no tiene –al menos, todavía-- ciertas inclinaciones. Ha dicho que Mas no es
de su interés. Sea, pues.
En esa
situación valdría la pena escarbar a fondo cuál es en realidad la explicación
de la cabezonería de Artur Mas en mantener su candidatura a la presidencia de la Generalitat de
Catalunya. La primera explicación que se nos viene a la cabeza es que este
caballero tiene un exceso de autoestima o un exagerado sentido de su misión
histórica, algo así como «o yo o el caos». Que, en el fondo, es una secuela del
pujolismo, vale decir: «Cataluña soy yo». Digamos que el cesarismo en todas sus
expresiones ha influido también en los movimientos nacionalistas. Tengo para mí
que esto es una parte de la explicación. Pero no toda. El empecinamiento de Mas
podría tener segundas y hasta terceras derivadas. ¿Qué explicación nos debe,
pues, el caballero contumazmente mendicante?
Tal vez una
de las claves –y no precisamente la menor-- de la testarudez de Mas debamos escarbarla en
la situación de su partido, Convergència
Democràtica de Catalunya. Esta organización fue entrando, curiosamente
mientras se producía el independentismo rampante, en un proceso de declive que
se concretaba en una fase de parábola electoral descendente. Y
contemporáneamente su competidor más directo en el terreno político, Esquerra Republicana de Catalunya, fue zampándose
una buena carreta de su consenso electoral.
Digamos, además, que mientras tanto fueron estallando dos casos
judiciales de enormes proporciones: los atinentes a la familia de Jordi Pujol, deus
ex machina de Cataluña durante décadas, y el conocido popularmente como del
3 por ciento. Dos casos separados, aunque interconectados. Fueron dos expedientes
judiciales que siguen teniendo enormes repercusiones políticas. Todo ello ha
llevado a un hecho incontrovertible: Convergència está hecha, dicho
coloquialmente, unos zorros especialmente en los asuntos de intendencia.
Dicho con
más precisión: Artur Mas tal vez piense que una de las formas posibles de
´salvar´ su partido (y tal vez a sí mismo), al menos como hipótesis, es
mantenerse como presidente de la Generalitat.
Desde ese torreón tendría más mano para reorientar el terreno
de secano donde se encuentra CDC. Porque, con sinceridad o sin ella, en su
partido se ha extendido la idea de que, tras el escándalo de Pujol, había que
romper con toda la herencia
pujolista. O sea, borrón y cuenta nueva. En ese sentido han apuntado los
siguientes elementos: la coalición Junts pel Sí
en las pasadas autonómicas, la nueva etiqueta para las elecciones generales, Democràcia i Llibertat, y la más llamativa, que es
el definitivo cambio de nombre de Convergència. En cualquier caso, el viejo
nombre está ya en capilla, sólo le falta el acta de defunción.
Así las
cosas, comoquiera que todavía parece ser que no es la hora de los capitanes en
la dirección del nuevo partido –hijo o hijastro de Convergència-- se necesita un cabeza de cartel, real o
postizo. Que en cierta medida sea capaz de guiñarle a su vieja guardia –y a sus
bienestantes sectores tradicionales— diciéndoles: «Seguimos siendo de los
nuestros». Eso no lo pueden hacer ahora los jóvenes capitanes todavía precarios
de entorchados y galones.
De ahí ese
cierre de filas en la orden mendicante convergente y esa resistencia numantina
en mantenerle como candidato a la presidencia de la Generalitat. Es una política de
resistencia.
1 comentario:
Yo más bien diría que Mas desea quedar aforado para que no lo metan en la cárcel!
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