Marcelino Camacho en Canyamars, Maresme, enero de 1977
Mientras lo políticos catalanes
se dedican distraídamente a los mejunjes de la metafísica hay empresarios que
se ocupan de la física concreta. No se trata de una especulación, son las cosas
de la vida.
Desde hace semanas la prensa
informa de una serie de capitanes de industria que –afirman-- deciden trasladar bien sus empresas, bien
sus centros de dirección fuera de Cataluña. Los motivos que se aducen, por lo
general, se refieren al problema político catalán. Algunos, como Lara (Planeta), han ido por
lo directo; otros, menos abruptos, se van despidiendo a la chita callando. Pero
el caso es el mismo: se van con las repercusiones en los puestos de trabajo que
ello comporta.
¿Estamos ante casos aislados o
se trata del inicio de una tendencia? Habrá que esperar para saberlo con más
detalle. Mientras tanto –sólo en mi caso, naturalmente— se trata de «esperar y
barajar». Quienes tangan mando en plaza, sin embargo, no pueden instalarse en
tan comodona actitud.
De todas maneras, entiendo que
el motivo central no es el aducido, vale decir, la situación política catalana,
sino un fenómeno más físico: la deslocalización pura y dura que se ha instalado
de manera ´natural´ en el nuevo paradigma de la reestructuración de la economía
globalizada. Esta actitud del capital se inscribe en el marco de la
«constelación posnacional», por utilizar una expresión de Jürgen Habermas, el filósofo de Düsseldorf.
Pero, comoquiera que eso es muy
duro de pelar, dicha deslocalización es disfrazada de manera política para no infundir sospechas y,
de paso, aparentar un sentimiento de españolidad. Porque, por ejemplo, la
empresa de hemoderivados
Grifols, que se traslada a Irlanda, es sabedora de las ventajas fiscales
que ello le comportará. Pero queda poco elegante publicitar tales razones.
En todo caso, resulta
sorprendente la actitud de molicie
política de algunos dirigentes del Gobierno de la Generalitat. Felip Puig, el consejero de
Empresa ha reaccionado ante la deslocalización de Derbi Hotels: «respetemos las
decisiones empresariales». Otros señores territoriales ni siquiera han abierto
la boca. Que Felip Puig, ex consejero de la porra contra los manifestantes, no
pueda hacer mucho por impedir las deslocalizaciones es políticamente incompatible
con la muestra de ese respeto que es –en fondo y forma—una actitud de sumisión
respetuosa a los poderes económicos. El resto de los señores territoriales ha preferido callar: unos, tal vez, a la
espera de la hospitalidad de las puertas giratorias, otros sencillamente
siguiendo el antiguo mandamiento materno: hijo, no te signifiques.
Lo que no se entiende es la
actitud silente de la izquierda y de la muy
izquierda. Hasta ahora han guardado un llamativo silencio. Tal vez con la idea
sobada de que no conviene caer en alarmismos. Cierto, hay que ser prudentes,
pero no expectantes. Ya nos dijo Antonio Gramsci,
y repitió hasta el agotamiento Marcelino Camacho,
que «dirigir es prever». Que traducido a las cosas de ahora podría equivaler a
estar al tanto de lo que pasa, qué líneas tendenciales se abren, y –oído,
cocina-- qué hacer para que las actuales
deslocalizaciones no se transformen en una pandemia. Por unos u otros motivos.
Y sin caer en el victimato, una palabra que debemos al gran Sánchez Ferlosio.
Mantener el silencio para,
después, criticar a los señores territoriales por su respeto a las «decisiones
personales» es una actitud de cinismo
político, moral y ético. Es un silencio que merece que la Cofradía del Santo Reproche, cuyo hermano mayor es Joaquín Sabina, se
ponga en marcha.
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