1.-- En Italia, Grecia y Bélgica se han producido recientemente dos importantes
movilizaciones con características de huelga general. Precisamente porque se ha
apreciado un importante consenso de masas se ha intentado oscurecer dicha
movilización mediante toda la panoplia
informativa exclusivamente centrada en el alboroto callejero entre los
manifestantes y las fuerzas de orden público. De manera que el conflicto social
de masas queda secuestrado por cuatro golpes de porra contra los que protestan.
Moneda corriente, se diría. En todo caso, ahí está el rechazo a las políticas
de ajuste caballuno en dichos países.
Ahora bien,
un preocupante regomello me atraviesa todo el cuerpo: aunque no descarto estar
errado, tengo para mí que estas luchas –italianas, griegas y belgas, como antes
lo fueron las españolas-- están
separadas entre sí, y a falta de un proyecto europeo no tienen un referente
general al que acogerse. Así las cosas, tan importantes movilizaciones se
convierten en «conflictos de situación», inconexos, frente a la ruptura
unilateral del contrato social, que es la forma más reciente del conflicto como
ya expresó en 1988 un Ralph Dahrendorf.
2.-- Digamos
que frente a un ataque en toda la regla a la condición asalariada (y sus
alrededores), el recurso de cada sindicato es recluirse en el Estado
nacional. Es pertinente, pues,
preguntarse dónde está la Confederación Europea de
Sindicatos (CES).
No quisiera
ser excesivamente áspero, pero debo reconocer que no sé dónde está la CES , ni tampoco
sorprendentemente sé dónde se encuentra. Se diría que es un magma inaprensible
o, si se quiere, una estantigua que va dando trompicones solamente por los
espacios institucionales. En todo caso se está consolidando, justamente ahora
con la que está cayendo, una enorme distancia entre la CES y los sindicatos de cada
Estado nacional. Además, queriendo ser un sindicato, la CES no dispone –ni ha pugnado
suficientemente por ello— de poder contractual. Todo ello limita, naturalmente,
la acción colectiva de cada sindicato nacional habida cuenta de la
globalización con sus vertiginosos procesos de innovación y reestructuración de
los aparatos productivos y de servicios.
Ni siquiera
la CES es un
paraguas de los sindicatos nacionales, lo cual –aunque insuficiente-- podría servir para algo. Vale decir que esto
es extensible a las federaciones sindicales europeas. Alguien que conoce el
paño desde dentro ha afirmado estas «han abandonado el mundo del trabajo y lo han dejado en
manos de los comités de empresa (supranacionales) que tienen muy poca
implantación». Por lo que, con todo realismo, podemos convenir en que, mientras
se mantenga esta situación, no cabe esperar ni una adecuada resistencia a las
políticas gubernamentales ni, menos todavía, una preñez de proyecto de cambiar
la situación. Me interesa decir que no es escepticismo lo que se dice sino la
invitación a un cambio estructural de los sindicalismos europeos al alimón con la CES.
Hablo
de «cambio estructural», porque la tentación es arreglar la cosa con una mano
de pintura. Pero la mano de pintura no soluciona las grietas del viejo
edificio, ni lo precario de sus cimientos. De ahí que me venga a la memoria una
anécdota que explicaba Umberto Romagnoli: «Dando clase explicaba que el sindicato se parece al
centauro de la leyenda: mitad hombre y mitad caballo. Un día me interrumpe un
estudiante preguntándome: ”Qué sucede cuando el sindicato se encuentra con
molestias, hay que llamar al médico o al veterinario?” La pregunta tenía
sentido. Lo solucioné respondiendo: “Ese no es el problema. Si le escuchas
siempre te dice que está la mar de bien. Por lo menos nunca ha comunicado tener
necesidad de que le curen”» Y ahí está el problema o, si se quiere, una parte
del problema.
No puedo
dejar de preguntarme –sólo para mis adentros— lo siguiente: ¿hay alguien con
mando en plaza que esté verdaderamente interesado en ese «cambio estructural»?
Si lo hubiera, estaría dando señales prácticas, que no retóricas, al respecto;
estaría ya poniendo unas bases mínimas para sacar de la casa algunas señales de
pesadilla weberiana.
En todo
caso, el reformador corre dos peligros: uno, que los afectados por dicha
reformas se amotinen contra él; otra, que la reforma la hagan desde el exterior de la
barraca.
1 comentario:
No es extraño. Como ya participamos en el G-20, esperamos que con nuestra bien documentada oratoria se rindan y se desarmen. Con acierto, los bien intencionados alegan que no podemos negarnos a firmar lo que supone una mejora para la gente que necesita ya. Pero las bases para que el sindicalismo vuelva a ser una cosa de héroes las están poniendo muy sólidas. ¿Que hacer para recuperar la canalización del conflicto? porque ocultarlo no podemos e intentar levantar la voz, cada vez se nos antoja que no es el momento.
Manuel Perez
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