Todo indica que pintan bastos para los jubilados y
pensionistas. Es lo que se desprende de
la filtración de las conclusiones de la llamada Comisión de Sabios (la mayoría
de ellos son exponentes reconocidos de las empresas de seguros privados) que ha
elaborado una propuesta de reforma de las pensiones por encargo del Gobierno.
Una reforma que está concebida sobre la base de la Seguridad social
entendida como sistema de capitalización y no como sistema de solidaridad.
Hasta la presente daba la sensación que este inmenso
colectivo (más de diez millones de personas) se había instalado en una especie
cándida inocencia: «no se atreverán a meterle mano a las pensiones». Es una
especie de inercia con relación al pasado: los jubilados y pensionistas eran el
colectivo más halagado por los partidos políticos, que tenían más posibilidades
de gobernar, en vísperas electorales, prometiéndoles casi el oro y el moro. Más
todavía, el grupo dirigente del Partido popular reiteró con palabras que,
después alcanzaron acentos retestinados, que las «pensiones no se tocarían».
Ahora estamos en el momento de la verdad.
Por otra parte, el piquete mediático del gobierno
dirá, a buen seguro, que –tras esa reforma mendaz-- las pensiones seguirán manteniendo los
poderes adquisitivos ocultando al gran público los nuevos mecanismos de cálculo
de la pensión, que ya no será (si no se impide) en base a la evolución de los
precios sino a otras variables, por ejemplo: la evolución de la Seguridad social, la
esperanza de vida y otras.
Sépase que esta contrarreforma que representa una
tremenda cesura en la historia del Estado de bienestar en España no está para
ser aplicada ad calendas graecas, sino para ahora mismo. Precisamente en un ahora mismo cuando las
pensiones (ya de por sí deterioradas en su poder adquisitivo) están sirviendo
de colchón para mantener al conjunto de las familias cuyos miembros están en
paro. En resumidas cuentas, una contrarreforma que plantea una enorme
responsabilidad al sindicalismo confederal, a la izquierda política y a todas
las asociaciones de la llamada tercera edad.
Estoy firmemente convencido de que el sindicalismo
confederal estará a la altura en la necesaria respuesta a tanto despropósito.
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