Presentación en la Facultad de Derecho de
«La ciudad del trabajo, izquierda y crisis del fordismo», de Bruno Trentin.
8
de Mayo 2013
Queridos
amigos, queridas amigas:
Antes de meterme en harina quiero traer a colación
una anécdota que explica Umberto Romagnoli, de sobras conocido en esta
Universidad. Decía el maestro: Dando clase explicaba que el sindicato se parece al
centauro de la leyenda: mitad hombre y mitad caballo. Un día me interrumpe un
estudiante preguntándome: «¿Qué sucede cuando el sindicato se encuentra con
molestias, hay que llamar al médico o al veterinario?» La pregunta tenía
sentido. Lo solucioné respondiendo: «Ese no es el problema. Si le escuchas
siempre te dice que está la mar de bien. Por lo menos nunca ha comunicado tener
necesidad de que le curen». Fin de la
cita. Ya la recuperaremos más adelante.
Los quebraderos de cabeza que tuve cuando traduje al
castellano La ciudad del trabajo,
izquierda y crisis del fordismo del gran sindicalista italiano Bruno
Trentin han sido recompensados con creces por todos aquellos que lo han leído,
que ya no son pocos. Más todavía, fueron igualmente recompensados cuando, a
sugerencia del infatigable Luis Collado, Antonio Navarro me invitó a hablar,
aquí en Toledo, del libro que ha sido
reeditado por Bomarzo. Quedo agradecido a Luis y Antonio por este generoso
detalle, que extiendo a todos vosotros por acudir a este acto.
La lectura y el estudio de La ciudad del trabajo tiene una gran utilidad para los sindicalistas
españoles de todas las generaciones, los operadores jurídicos iuslaboralistas y
el conjunto del mundo de los saberes e igualmente para toda la izquierda
política. De un lado, porque es una profunda investigación crítica de la
historia de las ideas y las prácticas de las izquierdas sociales y políticas
del siglo XX y, de otro lado, porque el autor, Bruno Trentin, expone sus
diferencias con todo aquello al tiempo que va desbrozando un consistente proyecto
emancipatorio. Este es, según refiere Antonio Baylos en su prólogo, «un libro
de culto».
Primero. Bruno
Trentin ha sido posiblemente el sindicalista europeo más fascinante de la
segunda mitad del siglo pasado desde responsabilidades tan importantes en el
sindicalismo italiano como las de dirigir
la Federación
de los metalúrgicos (FIOM) y la propia Confederación CGIL. Es, sin lugar a
dudas, el dirigente sindical de mayor proyección teórica de toda la historia
del sindicalismo europeo. En ese sentido, debo aclarar que su fecunda teoría no
surge de un alambique sino de su relación directa con los trabajadores y de las
experiencias que se van desarrollando en las fábricas. Por ejemplo, Trentin fue
el principal impulsar de los consejos de fábrica italianos de principios de los
años setenta del siglo pasado. Aquello fue una forma de representación de los
trabajadores que substituyó a las anteriores estructuras que ya habían quedado
obsoletas. Fue una potente operación reformadora que abrió paso a un amplio
proceso unitario, desde la base, hasta las direcciones de las confederaciones
sindicales italianas y a nuevas maneras de concebir la negociación colectiva y
a la intervención del sindicalismo en territorios tradicionalmente reservados a
la acción política de los partidos como, por ejemplo, la enseñanza, la vivienda
y la política fiscal.
Segundo. Trentin elabora un discurso que según ha explicado
Antonio Baylos es «extremadamente actual, puesto que señala la relación directa
entre libertad, derechos democráticos en el espacio público y el autoritarismo
en el que se expresa la situación de explotación laboral, la carencia de
derechos en la concreta realización del trabajo. Esta desconexión de la
problemática de la libertad y de los derechos civiles del trabajo y su
complejidad social y política es hoy un elemento central del debate democrático
en el que estamos inmersos tras la crisis. En positivo, se habla de derechos
civiles ligados a la persona que no está marcada por su posición subalterna
derivada del trabajo, y en negativo, se piensa en garantizar los derechos
cívicos, pero velando los lugares de trabajo como espacio opaco a los mismos. Una especie
de “externalidad” democrática que hace del trabajo un elemento “privado” sometido por tanto a un
espacio de autoridad privada sin límites».
Esta «externalidad democrática» le quita el sueño a
Bruno Trentin y es una de las críticas más contundentes que nuestro hombre hace
a la acción política de las izquierdas durante el siglo XX, salvo honrosas
excepciones. La crítica es concretamente ésta: habéis puesto todo el énfasis en
la conquista del Estado y ninguno en transformar la sociedad desde el trabajo
heterodirigido. Por ello, dice nuestro hombre machaconamente, no habéis visto
el carácter y las consecuencias de los cambios que se han producido en los centros
de trabajo. Y tras lo cual os habéis contagiado de los efectos devastadores del
taylorismo y fordismo: dos sistemas de organización del trabajo que se os han
metido en los mismísimos tuétanos.
Tercero. Afirmo que el libro –y, en general, toda la obra
de nuestro autor-- es imprescindible
para proceder a lo que Ignacio Fernández Toxo propone como la «refundación del
sindicato» y, en parecido sentido, lo que afirma Cándido Méndez de que «UGT
necesita algo más que un lavado de cara». Ahora bien, la necesidad de refundar el
sindicato y de proceder a algo más que un lavado de cara requiere una
argumentación consistente que, hasta la presente, no se ha dado. Me propongo
hacerlo desde el desparpajo que se le concede a quien está ya en edad
veneranda. Lo que indica que, después de muchos años, el sindicato reconoce que
necesita, no ya cuidados sino una intervención quirúrgica.
Si vivimos en otro paradigma –justamente el que
plantea Trentin con su formulación de que el «fordismo es ya pura
chatarra»-- que, para abreviar, llamaré
postfordismo; si estamos en una fase de largo recorrido de innovación /
reestructuración de los aparatos productivos, de servicios y de toda la
economía; si se han operado, fruto de todo ello, cambios en la estructura de
las clases trabajadoras; si ese paradigma se da en el contexto de la
globalización, que ya no tiene marcha atrás… es de cajón que pensemos muy
seriamente qué cambio de metabolismo necesita el sindicalismo confederal.
Justamente para ser más eficaz en su condición de sujeto social. Porque lo que
no puede ser es que todo cambie vertiginosamente y nosotros sigamos lo que John
Stuart Mill llamaba «creencias muertas», esto es, aquellas que se mantienen por
pura rutina y sin discusión alguna. De este tipo de creencias muertas se pasa a
las «prácticas muertas», las que se
siguen practicando por pura rutina y sin debate alguno. El coraje de las
propuestas de Ignacio y Cándido debería partir de esas consideraciones.
Las preguntas serían estas: ¿es conveniente mantener
el modelo de representación que tiene cerca de cuarenta años cuando todo se ha
movido como una centella?, ¿tiene sentido seguir con la forma sindicato después
de casi ocho quinquenios de vida?, ¿si, además, el fordismo es «pura chatarra»
por qué seguimos con los contenidos y características de ese sistema de
organización? Una refundación siempre es poner patas arriba las cosas. Pero no
de manera alocada, ni tampoco dejando las cosas siempre para mañana. Hay que
hacerlo de manera gradual, seguramente con experiencias-piloto y a través del
método acierto y error. Por supuesto,
sabiendo aquello que nos alertaba Maquiavelo: «quien introduce innovaciones
tiene como enemigos a todos los que se benefician del ordenamiento antiguo y,
como tímidos defensores, a todos los que se beneficiarán del nuevo». Lo que un
servidor ignora es si existen más «enemigos» que «tímidos defensores» como
tampoco sé si los «amigos entusiastas» son más que la suma de los dos
anteriores, al menos de los «enemigos».
Ahora bien, ¿el sindicalismo español está en
condiciones de ponerse manos a la obra de su propia refundación? Me permito dos
referencias históricas de gran contenido que, en su tiempo, tuvieron
características de gran reforma en la historia de Comisiones Obreras: una fue la
generalizada práctica de la asamblea de trabajadores en los centros de trabajo;
otra, la progresiva conquista de la independencia con relación al partido
político, una de cuyas matrices fue la propia asamblea como mandato principal
para los representantes de los trabajadores.
Sea como fuere, una cosa tengo cierta: si no se
procede a esa refundación y a ese algo más que lavado de cara, el sindicalismo
corre el peligro de convertirse en «el último mohicano». Por supuesto,
heroicamente resistente pero sin capacidad de intimidación al poder privado
empresarial. Hay que elegir, pues. El libro de nuestro amigo Trentin da las
suficientes pistas para emprender ese viaje.
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