Nota editorial. Como es ya habitual –y muy sana costumbre—sigue la
conversación sobre el libro de Bruno Trentin La ciudad del trabajo. Iquierda y
crisis del fordismo. En esta ocasión los comentarios versan sobre (1) LA DISTRIBUCIÓN DE LAS RENTAS COMO VÍA AL SOCIALISMO Aprovechamos la ocasión para rendir homenaje a nuestro compañero y
amigo Pep Cervera (en la foto), dirigente de Comisiones Obreras de Catalunya.
Querido José Luis,
Si el fulano que quiere crear un
Eurovegas en nuestro país consigue su propósito, habrá llevado al extremo de la
reducción al absurdo la lógica de la monetarización de las condiciones de
trabajo: primero se monetarizaron las deficiencias del centro de trabajo en
temas de seguridad y de higiene. También el tiempo añadido de trabajo, las
horas extra. De progreso en progreso, se valoró la conquista de un puesto de
trabajo precario y mal pagado pero con cotización a la seguridad social: no era
gran cosa como empleo, pero daba acceso al desempleo pagado. Ahora Adelson
reclama que tampoco eso. El puesto de trabajo es el único señuelo, válido por
sí mismo y sólo por eso: precario, mal pagado, sujeto a las formas y
condiciones impuestas por el patrón, y sin derecho a la seguridad social (ni,
por supuesto, al derecho constitucional a la asociación sindical en defensa de
las condiciones de trabajo).
«La democracia se ha detenido a la
puerta de las fábricas», dijo Norberto Bobbio, y nosotros lo repetimos incluso
en el momento de mayor optimismo de la recuperación de las libertades en
España. Era una constatación que no se ha atenuado con el tiempo, sino al
contrario. Ahora también la política se detiene a la puerta de las fábricas.
Derecha e izquierda miran hacia otro lado y el patrón, acuciado por los
préstamos que le niegan los bancos, recurre a la única opción que le dejan:
abaratar el producto final a base de ahorrar por las bravas en la fuerza de
trabajo, el único de los factores de la producción sobre el que tiene un poder
real para intervenir.
Ha acabado de ese modo un espejismo
bastante generalizado en la sinistra
vincente, al que hacía
alusión en un comentario anterior: la vía al socialismo basada en la
redistribución de la riqueza es una ‘vía muerta’.
Las palabras de Trentin son anteriores
a la crisis actual, pero señalan con claridad las limitaciones del estado del
bienestar. No es que ni Trentin ni yo en mi modestia estemos en contra del
estado del bienestar, faltaría más. No voy a repetir lo que él dice, pero
merece una lectura despaciosa y atenta. Sí quiero destacar uno de los déficits
concretos que señala: el de un sistema educativo que se pretende abierto a
todos pero que no lo incluye todo. Hay una separación muy marcada entre la
formación académica y la profesional. La primera es global, la segunda
incompleta y parcelada como el trabajo mismo en la fábrica. Se excluyen de esa
formación, tomo las palabras de Trentin, «las culturas y los saberes que
maduran en la empresa.» De nuevo se constata aquí que la democracia no entra en
las empresas.
Una paradoja más, en un mundo en que la
información circula a una velocidad vertiginosa y al parecer sin trabas, pero
las financieras y algunas grandes empresas obtienen cada vez más sus beneficios
portentosos a partir del uso de una información privilegiada. Es decir, la que
no entra en el flujo general de las informaciones o entra a destiempo, cuando
los grandes negocios ya se han cerrado.
Del mismo modo la cultura de empresa, o
dicho de otro modo el conocimiento amplio y completo del proceso de producción,
se ha constituido en coto reservado para una minoría privilegiada. Y así la
riqueza va acumulándose sin parar en las manos de un porcentaje cada vez menor
de la población. En una conferencia del profesor Fontana que he leído
recientemente en este mismo blog, si no me equivoco, se afirma que en los
Estados Unidos, el autoproclamado paraíso de la igualdad de oportunidades, el
0,1% de la población acumula ya el 53% de la riqueza.
No hay vía posible a la emancipación
por el expediente de la redistribución. Hay que volver al trabajo como al
núcleo esencial de la condición humana. A ese respecto, es clarificadora la
cita de Marx que incluye Trentin en este capítulo. El ‘hombre parcial’ al que
alude es el resultado por una parte de la división del trabajo, y por otra de
la implantación (antinatural, dice el Barbudo de Tréveris) de la propiedad privada. Ese
instinto sobrevenido ha hecho que el propietario crea ser lo que posee, y se
desinterese del resto. En el proletario, la misma lógica le lleva a enajenarse:
su fuerza de trabajo es su capital, y él mismo vale nada más la cantidad que
recibe como salario.
Marx soñó que con el despliegue de las
fuerzas productivas, la gran industria incluso capitalista llegaría a necesitar
como el agua un tipo de trabajador distinto, no unidimensional sino poliédrico,
capaz de ejercer funciones distintas y de cambiar de la una a la otra según las
circunstancias lo exigieran. Ahora que estamos en un escalón tecnológico superior
al del fordismo y que la pirámide jerárquica en las empresas se ha achatado y
ensanchado considerablemente, parecería que vislumbramos ya las condiciones
para empezar a dar cumplimiento a su profecía.
Hasta el momento no ocurre así. Cavilo
que para que eso ocurra habremos de volver los ojos a lo que ocurre dentro de
la empresa, a quién le ocurre, y cómo ocurre, y por qué. No hay atajos, no hay
soluciones alternativas. Me parece.
Querido
Paco, a veces me pongo nervioso traduciendo a Trentin con su reiterada (casi
machacona) insistencia en “el control de …”, “los saberes …” Pero tal vez
tamaña recurrencia no sea baldía. Porque es precisamente “el control de…” lo
que está más descuidado. Recuerdo que nuestro común amigo Javier Sánchez del
Campo me insistía en que “reivindicamos, reivindicamos y reivindicamos, pero no
controlamos lo que hemos conseguido”. Por
ejemplo (uno entre mil), los tiempos de trabajo ante una novación tecnológica
que vuelve a poner patas arriba lo que se ha conseguido. Tres cuartos de lo
mismo: los saberes, otra de las insistencias de Trentin que se irá haciendo
cada vez más machacona. Hasta tal punto que me inspiró una propuesta que hice
en su día: El Estatuto de los saberes.
Que sería algo a un compendio de nuevos derechos para todos los trabajadores. Lo
traigo a colación porque nadie me hizo ni puñetero caso y no tuve más remedio
que ponerlo, junto a la famosa arpa de Bécquer, allá en el salón del ángulo
obscuro; allí mora “silencioso y cubierto de polvo”.
Aprovecharé
estas conversaciones para quitarle el polvo y reincidir en esa chuchería del
Estatuto de los saberes. No me resisto a contar lo que hace tiempo leí en uno
de los libros que me han ayudado, La
democracia industrial, de Sidney y Beatrice Webb, el legendario matrimonio
inglés. Explican que, en los primeros andares del sindicalismo inglés, había
una norma que obligaba moralmente a los afiliados de determinados sectores a
estudiar. Y que para ser elegidos para determinados puestos de responsabilidad
tenían que presentarse a unos exámenes.
¿Te imaginas qué pasaría si eso se intentara poner en estos pagos? Pues
bien, vuelvo a mencionar a nuestro Javier Sánchez, que no conocía esa
experiencia inglesa: intentó, durante años, convencerme de que hiciéramos algo
parecido en nuestro sindicato. Lamento no haberle hecho caso. Mea culpa.
Bueno,
Paco, te dejo. Me acabo de enterar de que Rodrigo Rato, experto en espantás –eso sí, sin la elegancia de
Rafael El Gallo— acaba de presentar la dimisión de Bankia. A la espera, del
sábado en Sant Pol de Marx, recibe catorce palmoteos en la espalda. JL
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