Ayer, Primero de Mayo, en Mota del Cuervo (Cuenca)
Sigue la conversación con Paco Rodríguez de Lecea sobre (1) ¿CAMBIAR EL TRABAJO Y LA VIDA O CONQUISTAR ANTES EL PODER?
Querido Paco, el tono del libro va subiendo de diapasón. Y, en mi opinión, están apareciendo ya suficientes indicios para la acción sindical de nuestros días. De un lado, el origen y carácter de las plataformas reivindicativas; de otro lado el tipo de representación que esté acorde con las demandas de las diversidades del conjunto asalariado. Y como basamento de todo ello las formas de decisión del sindicalismo confederal.
Aunque Trentin no lo cita expresamente, aquella
amalgama de tradiciones que se fueron contagiando tuvo un nombre curioso: l´anima bella della sinistra. Era un grupo de dirigentes sindicales,
todavía jóvenes, de las tres confederaciones (marxistas y católicos) que se
fijaron en las mutaciones que iban apareciendo en los centros de trabajo y los
cambios de la estructura de las clases trabajadoras. (Cuando nos veamos te
dejaré un libro magnífico, L´anima bella
della sinistra (1960 – 1980) del amigo Fabrizio Loreto, donde pormenoriza
todo aquel tipo de relaciones, incluso personales de aquella generación de
sindicalistas que ya tenían mando en plaza)
Nuestros jóvenes amigos –como tú muy bien dirías, nosotros llevábamos
todavía calzones cortos— se metieron de lleno en el núcleo duro de la
organización del trabajo. Y, a partir de ahí, como dice Trentin: Era una cultura de la negociación y de los
derechos de la persona que ya no estaba limitada a lo salarial; que ya no se
centraba en la simple compensación, mediante las políticas salariales y
distributivas de los “efectos sociales” (así se llamaban entonces) de una
organización del trabajo que hasta entonces se confundía con el “progreso
técnico”. De ella surge una nueva representación, los consejos de
delegados. Porque, dice nuestro hombre, para mantener al sindicalismo en la
sóla reivindicación de los salarios, no hacían faltan los consejos.
¿Qué pistas nos ofrece este tercer capítulo para
hoy, y a partir de ahora? Lo hemos hablado en Sant Pol y Pineda: estar atentos,
y no distraídos, ante todo lo que se está moviendo para
concretarlo en un proyecto general que se concrete de verdad en todo el
quehacer del sindicato y muy especialmente en la negociación colectiva y el
conjunto de prácticas contractuales; hablar con los que nunca se ha dialogado,
y con ellos proceder a un conjunto de síntesis sucesivas; y, en consecuencia,
ver qué tipo de representación es la más acorde. Y como hilo conductor una
nueva acumulación de democracia participativa en la casa sindical. Todo ello en
el contexto de esta batalla sostenida contra el neoliberalismo rampante que nos
está dejando en cueros. Quiero decir que no podemos combatir, a mi juicio, esta
aleada de contrarreformas si no es en el cuadro de las pistas que nos ofrece
Trentin. Entre otras cosas, porque este neoliberalismo se está dando en el
contexto de una profunda reestructuración e innovación de los aparatos
productivos y de la economía en general.
No me resisto a traer a colación que este contagio
de las diversas almas de la izquierda se dio contemporáneamente a los famosos diálogos cristiano-marxistas. En ellos
intervinieron gentes de alto copete: los teólogos Karl Rahner, Álvarez Bolado,
Giulio Girardi, entre otros; dirigentes políticos como Roger Garaudy (antes de
que se pusiera el turbante), Pietro Ingrao y nuestro Manolo Azcárate; y también
dos grandes marxistas ¿sinárquicos? como Lucio Lombardo-Radice y el inolvidable
Alfonso Comín… Por supuesto, me dejo un montón de personalidades, pero no
quiero convertir esto en un listín telefónico. Yo tenía el libro donde se
relataban las intervenciones de todos ellos (lo compré en una librería de viejo
de Barcelona), se lo presté a un caballero y, desde hace varios quinquenios,
estoy esperando que me lo devuelva.
Todo esto me trae a la memoria algunas
consideraciones que pueden disgustar a algunos amigos comunes de nuestra
generación. Me explico: en los primeros andares de aquel movimiento
invertebrado de las Comisiones Obreras hubo, también, un “encuentro” entre
comunistas y cristianos. Sin embargo, nuestras discusiones tenían un carácter
ideologicista y abstracto; eran esencialmente politicistas y, por lo tanto,
ninguna relación con lo que pasaba en los centros de trabajo. El historicismo
de nosotros, jóvenes comunistas, (un historicismo de taparrabo) y el populismo católico no sólo no dio
resultado sino que acabó con desgarrones en Comisiones Obreras y la aparición
de cosas sindicales fugaces y, ellos me perdonen, un tanto estrambóticas. Una
experiencia fallida de la que, por cierto, todavía nadie se ha ocupado en
historiar. Debo decirte que no estoy muy orgulloso de mí mismo en lo referente
a mis relaciones con los cristianos; espero que ellos digan de mí tres cuartos
de lo mismo.
Finalmente, otra de las pistas que indicia Trentin
en este capítulo es la necesidad de dialogar con los que nunca se ha hablado.
Es cierto que, en los centros de trabajo, no sería posible la representatividad
del sindicalismo español si no estuviera hablando constantemente con millones
de personas. Pero, con mayor o menor aproximación, esos son los de siempre. Falta ahora la conversación
sostenida con aquellos con los que hemos estado de espaldas: los jóvenes, en
primer lugar.
Finalmente, si te parece dejamos para más adelante
conversar sobre la recuperación del concepto marxiano de alienación que aparece
en este texto. Lo digo para dosificar nuestros esfuerzos.
Querido Paco, ¿has puesto el verdejo en la nevera?
Sí es así, punto y final por hoy.
Querido José Luis,
Amén a todas tus observaciones. Sólo me queda añadir un par de pinceladas a la primera parte de este tercer capítulo. La primera, constatar las enormes diferencias entre la historia del sindicalismo en Italia y en España, en los años de referencia. Allá, centrales sindicales democráticas bien implantadas y con una rutina y unos protocolos consolidados; aquí un sindicato vertical de pandereta y un bullebulle por abajo. Mal podíamos caer quienes aún vestíamos calzón corto en pecados de historicismo; nuestra consigna era más bien la del Quijote: «Más vale salto de mata que ruego de hombres buenos.» En España la contradicción secundaria, el franquismo, se sobrepuso a la principal, el capitalismo. Yo he contado hace poco a nuestro común amigo Javier Tébar que fui, en mis inicios clandestinos, un activista sindical pero no un sindicalista. Militaba para derribar el régimen franquista pero apenas tenía idea de lo que ocurría de puertas adentro en las empresas del ramo al que representaba en las coordinadoras.
Amén a todas tus observaciones. Sólo me queda añadir un par de pinceladas a la primera parte de este tercer capítulo. La primera, constatar las enormes diferencias entre la historia del sindicalismo en Italia y en España, en los años de referencia. Allá, centrales sindicales democráticas bien implantadas y con una rutina y unos protocolos consolidados; aquí un sindicato vertical de pandereta y un bullebulle por abajo. Mal podíamos caer quienes aún vestíamos calzón corto en pecados de historicismo; nuestra consigna era más bien la del Quijote: «Más vale salto de mata que ruego de hombres buenos.» En España la contradicción secundaria, el franquismo, se sobrepuso a la principal, el capitalismo. Yo he contado hace poco a nuestro común amigo Javier Tébar que fui, en mis inicios clandestinos, un activista sindical pero no un sindicalista. Militaba para derribar el régimen franquista pero apenas tenía idea de lo que ocurría de puertas adentro en las empresas del ramo al que representaba en las coordinadoras.
También la
actuación de la iglesia en el mundo del trabajo tiene, creo yo, connotaciones
muy distintas en los dos países. Tuve algún contacto esporádico en mis épocas
de estudiante con círculos cristianos de Acción católica y HOAC, y mi
curiosidad por todo me llevó a leer a Mounier y otras hierbas que no recuerdo.
Lo que sí tengo en mente es que los obispos Morcillo y Guerra Campos cercenaron
de golpe aquellos brotes, mandaron a muchos consiliarios a tomar viento en
diócesis remotas y se apiñaron con su grey, todos a una, en torno a las Cortes
franquistas y el Fuero del trabajo. De modo que si en Italia la actuación del
sindicalismo de impronta católica se vio respaldada por la autoridad y el peso
institucional de la jerarquía, entre nosotros las iniciativas que existieron en
la misma dirección hubieron de refugiarse en las catacumbas. Y en las
catacumbas se produjo una confluencia y un acomodo con las corrientes que allí
estábamos, por lo que, incluso después de la instauración de la democracia, el
sindicalismo de inspiración cristiana ha tenido aquí, creo yo, un carácter
distinto al –bastante antipático– de Italia.
Creo de
justicia también señalar el fuerte componente libertario del movimiento de los
trabajadores en Catalunya y en los años que van desde el 68 hasta la transición
democrática. La historia y casi diría que la genética del sindicalismo catalán
está marcada por la CNT :
el Noi del Sucre, Pestaña, Peiró. Una actitud ‘historicista’ por nuestra parte
nos habría situado, por consiguiente, en posiciones algo distintas a las de los
de los compañeros italianos. Y para seguir rindiendo homenajes a compañeros
irremplazables, quiero recordar aquí a Josep Cervera, antiguo cenetista y
veterano dirigente de la madera, que tenía el mismo prurito que yo de acudir
con puntualidad escrupulosa a las citas de las reuniones de la coordinadora de
Barcelona. Pasamos de ese modo muchísimos cuartos de hora dando vueltas los dos
juntos a la espera del enlace, y él fue mi primer maestro en algunos conceptos
básicos de la lucha sindical. En particular, me conjuró a prestar atención al
pensamiento libertario, a tomarlo en serio y a no ningunearlo desde la
pretendida superioridad del socialismo científico. Y lo decía él, que era el
militante del PSUC más disciplinado que he conocido nunca.
El otro punto
que me importa subrayar (tú ya lo haces suficientemente) es el ‘cambio de
cultura’ que se produce con las luchas del otoño caliente del 69. Allí es donde
los trabajadores se empeñan en tomar en sus manos el tiempo, las formas y los
métodos de trabajo. Aparecen los consejos de fábrica, que habían sido
innecesarios cuando sólo era cuestión de negociar las compensaciones salariales
y ‘sociales’ a las férreas condiciones impuestas por el patrón. Ya no se da por
buenas sin más esas condiciones; ahora se va al meollo de la cuestión. Se
confrontan los saberes del patrón (de los ingenieros y cronometradores del patrón)
con los de los propios trabajadores: la experiencia acumulada, el saber hacer,
una racionalidad de fábrica ya no puramente defensiva, sino dirigida a
trascender la subordinación. Y ese nuevo pensamiento se extiende desde la
empresa a la situación de los ciudadanos fuera de la empresa. Se asume un nuevo
protagonismo, se exigen cambios ya. Sin esperar los tiempos marcados por la
política, sin seguir agazapados a la espera de una futura conquista del estado.
Las luchas
del otoño caliente supusieron una revitalización importante del pensamiento de
las izquierdas y un patrón inequívoco para orientar futuras luchas. Sólo cabe
lamentar, como señala Trentin, que esa nueva cultura y sus implicaciones no
fueran bien comprendidas en el seno de los estados mayores de las
organizaciones establecidas.
Acabo con un
par de coletillas a tus comentarios sobre el capítulo anterior. Hombre, no me
extraña que Lenin echara piropos al ingeniero Taylor. Sus métodos permitieron
dar un salto inmenso en la producción y trajeron grandes mejoras en la calidad
de vida de las clases menos favorecidas (podían comprar más bienes y más
baratos). Para superar el atraso industrial y las penurias del naciente estado
soviético, el taylorismo debió de venir tan a punto como pedrada en ojo de boticario,
según el dicho. Es más, ignoro si Lenin dijo algo alguna vez sobre la pareja de
hecho de don Taylor, el señor Henry Ford, pero éste fue visto por sus
contemporáneos como un visionario, un filántropo y una especie de santo laico:
su imagen corría en estampitas y en muchas casas humildes le encendían
candelillas en altares improvisados, como ocurre en Nápoles aún con el padre
Pío. Ahora estamos en otra revolución tecnológica, y la nueva etapa implica
modificaciones profundas en la organización del trabajo. Se trata de aprovechar
las oportunidades que esa situación ofrece al protagonismo de las clases
asalariadas. A nadie (salvo quizás a un nuevo Rabaté) se le ocurrirá discutir
la bondad o maldad de la incorporación masiva de la informática y la telemática
a los procesos productivos.
Tu otra
pregunta me deja un poco desconcertado. No estoy muy al tanto, ¿se discute aún
sobre vías al socialismo, nacionales o no? Ese debate nos dio años atrás muchos
dolores de cabeza, pero ahora diría yo que ha tomado una pátina ‘viejuna’. Nada
de vías ni de itinerarios, nos hemos vuelto machadianos: «Caminante, no hay
camino, se hace camino al andar.»
Pero me
acuerdo de que hace muchos años, en un artículo que se publicó en “Treball” me
disfracé de pepito grillo y lancé una alerta valiéndome de unas palabras
anteriores en varios siglos a las de Machado: «Quien no cata los fines, fará
los principios errados». Se lo dijo el consejero Patronio al buen conde
Lucanor. Un camarada del comité central vino a decirme que le había echado
cataplines. «Sólo a ti se te ocurre acordarte del infante don Juan Manuel,
cuando hoy todo el que escribe un papel tiene preparada una cita de Popper para
traerla a cuento.»
No estaría
mal, digo aunque igual me equivoco, armar en este momento una buena bronca como
las de don Renegado en torno a vías e itinerarios. Aunque sea sólo para
refrescar las viejas certezas con nuevas incógnitas. Y en esa bronca que
propongo, tampoco estaría de más tomar en cuenta el siguiente consejo de
Patronio al conde: «Quien quiere acabar lo que desea, desee lo que puede
acabar.»
Posdata
importante.- El verdejo se está refrescando ya en la nevera.
Radio Parapanda. Los debates anteriores se encuentran en PRIMERO, A LA SOCIEDAD CIVIL, y EL FINAL DE LAS CERTEZAS DE LA IZQUIERDA
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