martes, 8 de mayo de 2012

LA DEMOCRACIA SE HA DETENIDO EN LAS PUERTAS DE LA FÁBRICA



Nota editorial. Como es ya habitual –y muy sana costumbre—sigue la conversación sobre el libro de Bruno Trentin La ciudad del trabajo. Iquierda y crisis del fordismo. En esta ocasión los comentarios versan sobre (1) LA DISTRIBUCIÓN DE LAS RENTAS COMO VÍA AL SOCIALISMO  Aprovechamos la ocasión para rendir homenaje a nuestro compañero y amigo Pep Cervera (en la foto), dirigente de Comisiones Obreras de Catalunya.


Querido José Luis,

Si el fulano que quiere crear un Eurovegas en nuestro país consigue su propósito, habrá llevado al extremo de la reducción al absurdo la lógica de la monetarización de las condiciones de trabajo: primero se monetarizaron las deficiencias del centro de trabajo en temas de seguridad y de higiene. También el tiempo añadido de trabajo, las horas extra. De progreso en progreso, se valoró la conquista de un puesto de trabajo precario y mal pagado pero con cotización a la seguridad social: no era gran cosa como empleo, pero daba acceso al desempleo pagado. Ahora Adelson reclama que tampoco eso. El puesto de trabajo es el único señuelo, válido por sí mismo y sólo por eso: precario, mal pagado, sujeto a las formas y condiciones impuestas por el patrón, y sin derecho a la seguridad social (ni, por supuesto, al derecho constitucional a la asociación sindical en defensa de las condiciones de trabajo).

«La democracia se ha detenido a la puerta de las fábricas», dijo Norberto Bobbio, y nosotros lo repetimos incluso en el momento de mayor optimismo de la recuperación de las libertades en España. Era una constatación que no se ha atenuado con el tiempo, sino al contrario. Ahora también la política se detiene a la puerta de las fábricas. Derecha e izquierda miran hacia otro lado y el patrón, acuciado por los préstamos que le niegan los bancos, recurre a la única opción que le dejan: abaratar el producto final a base de ahorrar por las bravas en la fuerza de trabajo, el único de los factores de la producción sobre el que tiene un poder real para intervenir.

Ha acabado de ese modo un espejismo bastante generalizado en la sinistra vincente, al que hacía alusión en un comentario anterior: la vía al socialismo basada en la redistribución de la riqueza es una ‘vía muerta’.

Las palabras de Trentin son anteriores a la crisis actual, pero señalan con claridad las limitaciones del estado del bienestar. No es que ni Trentin ni yo en mi modestia estemos en contra del estado del bienestar, faltaría más. No voy a repetir lo que él dice, pero merece una lectura despaciosa y atenta. Sí quiero destacar uno de los déficits concretos que señala: el de un sistema educativo que se pretende abierto a todos pero que no lo incluye todo. Hay una separación muy marcada entre la formación académica y la profesional. La primera es global, la segunda incompleta y parcelada como el trabajo mismo en la fábrica. Se excluyen de esa formación, tomo las palabras de Trentin, «las culturas y los saberes que maduran en la empresa.» De nuevo se constata aquí que la democracia no entra en las empresas.

Una paradoja más, en un mundo en que la información circula a una velocidad vertiginosa y al parecer sin trabas, pero las financieras y algunas grandes empresas obtienen cada vez más sus beneficios portentosos a partir del uso de una información privilegiada. Es decir, la que no entra en el flujo general de las informaciones o entra a destiempo, cuando los grandes negocios ya se han cerrado.

Del mismo modo la cultura de empresa, o dicho de otro modo el conocimiento amplio y completo del proceso de producción, se ha constituido en coto reservado para una minoría privilegiada. Y así la riqueza va acumulándose sin parar en las manos de un porcentaje cada vez menor de la población. En una conferencia del profesor Fontana que he leído recientemente en este mismo blog, si no me equivoco, se afirma que en los Estados Unidos, el autoproclamado paraíso de la igualdad de oportunidades, el 0,1% de la población acumula ya el 53% de la riqueza.

No hay vía posible a la emancipación por el expediente de la redistribución. Hay que volver al trabajo como al núcleo esencial de la condición humana. A ese respecto, es clarificadora la cita de Marx que incluye Trentin en este capítulo. El ‘hombre parcial’ al que alude es el resultado por una parte de la división del trabajo, y por otra de la implantación (antinatural, dice el Barbudo de Tréveris) de la propiedad privada. Ese instinto sobrevenido ha hecho que el propietario crea ser lo que posee, y se desinterese del resto. En el proletario, la misma lógica le lleva a enajenarse: su fuerza de trabajo es su capital, y él mismo vale nada más la cantidad que recibe como salario.

Marx soñó que con el despliegue de las fuerzas productivas, la gran industria incluso capitalista llegaría a necesitar como el agua un tipo de trabajador distinto, no unidimensional sino poliédrico, capaz de ejercer funciones distintas y de cambiar de la una a la otra según las circunstancias lo exigieran. Ahora que estamos en un escalón tecnológico superior al del fordismo y que la pirámide jerárquica en las empresas se ha achatado y ensanchado considerablemente, parecería que vislumbramos ya las condiciones para empezar a dar cumplimiento a su profecía.

Hasta el momento no ocurre así. Cavilo que para que eso ocurra habremos de volver los ojos a lo que ocurre dentro de la empresa, a quién le ocurre, y cómo ocurre, y por qué. No hay atajos, no hay soluciones alternativas. Me parece.

Querido Paco, a veces me pongo nervioso traduciendo a Trentin con su reiterada (casi machacona) insistencia en “el control de …”, “los saberes …” Pero tal vez tamaña recurrencia no sea baldía. Porque es precisamente “el control de…” lo que está más descuidado. Recuerdo que nuestro común amigo Javier Sánchez del Campo me insistía en que “reivindicamos, reivindicamos y reivindicamos, pero no controlamos lo que hemos conseguido”. Por ejemplo (uno entre mil), los tiempos de trabajo ante una novación tecnológica que vuelve a poner patas arriba lo que se ha conseguido. Tres cuartos de lo mismo: los saberes, otra de las insistencias de Trentin que se irá haciendo cada vez más machacona. Hasta tal punto que me inspiró una propuesta que hice en su día: El Estatuto de los saberes. Que sería algo a un compendio de nuevos derechos para todos los trabajadores. Lo traigo a colación porque nadie me hizo ni puñetero caso y no tuve más remedio que ponerlo, junto a la famosa arpa de Bécquer, allá en el salón del ángulo obscuro; allí mora “silencioso y cubierto de polvo”.

Aprovecharé estas conversaciones para quitarle el polvo y reincidir en esa chuchería del Estatuto de los saberes. No me resisto a contar lo que hace tiempo leí en uno de los libros que me han ayudado, La democracia industrial, de Sidney y Beatrice Webb, el legendario matrimonio inglés. Explican que, en los primeros andares del sindicalismo inglés, había una norma que obligaba moralmente a los afiliados de determinados sectores a estudiar. Y que para ser elegidos para determinados puestos de responsabilidad tenían que presentarse a unos exámenes.  ¿Te imaginas qué pasaría si eso se intentara poner en estos pagos? Pues bien, vuelvo a mencionar a nuestro Javier Sánchez, que no conocía esa experiencia inglesa: intentó, durante años, convencerme de que hiciéramos algo parecido en nuestro sindicato. Lamento no haberle hecho caso. Mea culpa.

Bueno, Paco, te dejo. Me acabo de enterar de que Rodrigo Rato, experto en espantás –eso sí, sin la elegancia de Rafael El Gallo— acaba de presentar la dimisión de Bankia. A la espera, del sábado en Sant Pol de Marx, recibe catorce palmoteos en la espalda. JL    

Radio Parapanda.

 

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