Esta conversación versa sobre el Capítulo 5º
del libro “La ciudad del trabajo” de Bruno Trentin, concretamente LA VUELTA DE LOS DERECHOS.
Querido
Paco, dice Trentin que “tras el hundimiento del socialismo real en los países
del Este” “se abre ciertamente una larga fase de repensamiento y redefinición
no sólo de las ideologías del movimiento socialista sino, incluso, de las políticas
económicas y de la organización social del naciones del Occidente
europeo”. Nuestro amigo vio justamente
lo contrario en los últimos años de su vida. Menos mal que no llegó a sentir lo
que declaró Veltroni hace unos cuantos años: “Nosotros no somos de derechas, ni
de izquierdas”. Le faltó decir: “sino todo lo contrario”.
Lo
que hubo fue, efectivamente, un repensamiento al revés. De un lado, las
evoluciones de los cangrejos Blair y Schroeder con los experimentos de aquella
gaseosa de la llamada tercera vía; el realquiler en otros aposentos
políticos de los D´Alema y Veltroni; la evolución de ciertos partidos españoles
de inequívoca tradición emancipatoria a posiciones progres y radicales a lo Panella. Que condujeron a cancelar,
algunos en la teoría y otros en la práctica, cualquier tipo de repensamiento y
redefinición del pensamiento socialista. De otro lado, se entra en barrena en
el vendaval neoliberal con sus crisis recurrentes que, por otra parte, han
servido de tapadera y excusa para que los romanos y los cartagineses, que han
sido desplazados de los gobiernos, endosen sus responsabilidades a “la crisis”.
Un
proceso que ponía de mal humor a Trentin, que veía con perplejidad que no sólo
no había el “repensamiento” sino la substitución del debate por una publicidad
política de lo más cutre. Por cierto, he visto –chicoleando por Internet— la
polémica que se trajeron entre manos, con posturas contrapuestas, dos
científicos sociales de la potencia de Oskar Lange y von Hayek, allá por los
años treinta, acerca del cálculo económico del socialismo y del socialismo de
mercado. Por cierto, nuestro común amigo José Manuel Fariñas provocó las iras
de los camaradas veteranos del Partido, en la cárcel de Soria, porque planteaba
la substitución de aquel indigesto libro de economía política (el banalmente
famoso Nikitin) por los de Lange, Baran y Sweezy en las clases que impartía el
mismo Fariñas, hoy catedrático de Economía en la Universidad de Oviedo.
Así
pues, no ha habido el repensamiento que exigía Trentin. Eso sí, cuando un
partido político sufre un batacazo electoral corren ríos de tinta para
explicarse, los unos a los otros, las causas del desastre. Un caso
paradigmático de la ausencia de repensamiento es el dabate que durante unos
días publicó El País sobre la
cuestión de la socialdemocracia hoy, tras la estrepitosa derrota de Zapatero.
Nadie aludió a la ausencia de sentido
socialista del PSOE. Es decir, cuál es el finalismo
de dicho partido. Quiero decir, querido Paco, que el gran problema de nuestros
días –no sólo teórico, sino fundamentalmente político— es que se da por sentado
que el socialismo está plenamente archivado por parte de la sinistra vincente. Todo lo más, diría un desparpajado, que el
capitalismo tiene los siglos contados. ¿Cómo romper esa galbana teórica y
política? Y sin embargo, desde hace unos cuantos años, proliferan, como no se
veía desde hace mucho tiempo, los libros sobre Marx.
Acabo
con algo más que una anécdota. Me dijo Jordi Borja que, estando en Turín para
unos asuntos profesionales, acudió a un mitin de Veltroni. Repito, en Turín.
Borja, me explicó, se quedó perplejo porque la canción que sonaba para arrancar
la intervención del orador era aquella que habla de “su blanca palidez” [A whiter shade of pale]
Pero lo que le dejó patidifuso es que Veltroni en el arraque del discurso dijo,
más o menos: “Estamos en Turín, en el Turín de Bobbio, de Primo Levi …” Y calló
el nombre de Gramsci. Jordi Borja aguantó toda la perorata para ver si don
Antonio era mencionado, al menos, con un premio de consolación. Como diría
nuestro Paco Puerto: nástic de plástic.
Gramsci fue barrido de la genealogía de la izquierda por un Veltroni de tres al
cuarto. Cosas veredes …
Punto
final. Toma pan y moja en toda la durísima crítica que hace Trentin a los
corporativismos de todo tipo al final de este capítulo. Es para dedicarle ríos
de tinta.
Mis
saludos, JL
Habla
Paco Rodríguez de Lecea
Querido José Luis,
Seguiré con gusto tu invitación a mojar pan en la feroz
crítica de Trentin a los corporativismos. Pero conviene seguir el hilo y el
orden del maestro en este quinto capítulo. ¡Qué capítulo! Los antiguos lo
habrían inscrito con letras de oro en mármoles del Pentélico. Nosotros, hombres
de la modernidad, debemos hacer algo diametralmente distinto, y seguir el
consejo de mi entrañable amigo don Marcel Proust. Proust se escandalizaba de
que los Ensayos de Montaigne se imprimieran en papel de primera calidad con
tapas de piel y cantos dorados. Cuánto más preferible, argumentaba, dar ese
formato de lujo a los periódicos, con sus noticias insustanciales que caducan a
las veinticuatro horas, para que sirvieran de goce exclusivo a algunos
bibliófilos raros, y difundir los textos realmente importantes a cuatro
columnas en papel prensa para ponerlos a cambio de algunos céntimos a la
disposición de centenas de miles de lectores.
Al asunto. Viene a señalar Trentin, resumiendo, que las
izquierdas confiaban en que el progreso social imparable que preveían les
ahorrara el trabajo de pensar. Pero de pronto constataron que la expansión de
las fuerzas productivas conducía, contra todo pronóstico, a un aumento de la
subordinación y mutilación del trabajo humano, a la degradación del medio
ambiente, a restricciones crecientes de la democracia y de las libertades
individuales, y a la desregulación progresiva de la sociedad civil.
Un cuadro clínico tan grave tenía que obligar a las
izquierdas a «repensar» su estrategia. No ha habido, lo dice él, insistes tú,
machaco yo, tal repensamiento en el sentido de una puesta en cuestión de los
fundamentos mismos del problema. Lo que sí se han dado son dos líneas de fuga
divergentes a partir de defensas parciales de cosas que existían antes. Llamaré
a la primera línea la del ‘salvar lo que se pueda’, y a la segunda la del
‘sálvese quien pueda’.
La opción del ‘salvar lo que se pueda’ es la de los
veltronis y dalemas de distintas latitudes. Insisten en defender el estado del
bienestar frente a los zarpazos cada vez más sañudos del neoliberalismo. Pero
no cuestionan el centralismo, la burocracia y con frecuencia la ineficacia del
edificio de los servicios sociales que se ha construido un poco a la buena de
dios, entre gestos populistas e intereses poco confesables. No es eso lo único
que no cuestionan los veltronis: tampoco se plantean una reforma a fondo de un
mercado financiero pura, simple y malignamente especulativo. Se diría que para
estas izquierdas el ‘mercado’ es una institución de derecho divino, más
intocable que la constitución. Intocable es también la organización managerial
del trabajo, que sigue cerrando tozudamente las puertas a la entrada de la
democracia en las empresas. Y ni siquiera contemplan la posibilidad de una
reforma de la gestión del gasto público, para hacerla más transparente y más
democrática, aprobada y controlada por instancias más amplias y representativas
de los ciudadanos a los que va en principio dirigido ese gasto.
Desde esa perspectiva no me extraña que en el mitin de
Torino se citara a Primo Levi y no a Antonio Gramsci. Los dos fueron personas
admirables y respetables; los dos, también, víctimas del fascismo. Levi
denunció la injusticia cósmica, el pisoteo de la dignidad, la deshumanización
de los campos de concentración, y eso es algo que todos los bien nacidos
sentimos muy dentro de nosotros. Gramsci propuso una alternativa de lucha ‘hoy’
contra las casamatas del capitalismo, cosa que al parecer no es de recibo para
quienes piensan que, total, como tú díces, el capitalismo tiene ya los siglos
contados (¿doce siglos?, ¿veintidós?, ¿cuarenta y cuatro?).
Dejo ahí el tema, aunque seguro que volveremos sobre él, y
mojo pan en la segunda respuesta de las izquierdas, el ‘sálvese quien pueda’.
Esta actitud se ha dado más bien en ámbitos sindicales, y en algunos
territorios políticos dudosos. Consiste en tirar con fuerza de los conflictos
laborales que se producen en sectores minoritarios con una posición
social fuerte (casi siempre se trata de funcionarios, empresas del sector
público y servicios esenciales) para, con una retórica radical de rechazo al
‘sistema’ en su conjunto, reivindicar ‘derechos’ que son privilegios de unos
pocos, defender el oficio y el estatus de unas personas frente al común de los
trabajadores de la empresa o el sector, negarse de forma cerrada a negociar
procesos que impliquen movilidad profesional o una recomposición organizativa
del trabajo, etc.
Por mucha palabrería radical que utilice, ese maximalismo
reivindicativo tiene una matriz profundamente conservadora. Los sindicatos han
amparado en ocasiones ese tipo de lógica. Sindicatos corporativos tipo SEPLA,
pero también sindicatos integrados en confederaciones democráticas. Ha habido
como una alegría del conflicto por el conflicto en la que algunos han pensado
que ‘todo sirve’, que ‘todo suma’. Cedo la palabra al maestro Bruno: esos
movimientos radicales de tipo corporativo actúan como «factores poderosos de
disgregación y desarticulación de los derechos generales conquistados en las
luchas sociales en las décadas pasadas, y dividen a la nueva clase trabajadora
nacida de la crisis del fordismo.»
Hace ya algunos años, en un escrito de circunstancias pero
que llamó tu atención, yo señalé que estábamos acostumbrados en otro tiempo a
pensar en una clase obrera firme y compacta como el suelo sobre el que
apoyábamos los pies (1). Pero que la geología nos enseña que el suelo que tenemos
bajo los pies está sujeto a tensiones y presiones poderosas, que las placas
continentales chocan entre ellas, y en los puntos de fricción se elevan
cordilleras infranqueables o abismos sin fondo, tienen lugar temblores
destructivos, entran en erupción los cinturones de fuego de los volcanes, y se
producen otros fenómenos telúricos potencialmente destructivos. Es necesario,
te propongo, descender a la estructura actual, la realmente existente, de las
clases trabajadoras, y auscultar sus conflictos internos, reducir sus tensiones
extremas, encauzar sus energías en la dirección más eficaz. De esa forma
podremos quizá contar un día con un suelo seguro y realmente habitable sobre el
que cimentar nuestras aspiraciones.
Me atrevo a hacerte una última sugerencia. El repensamiento
inexcusable de toda esa situación en que se encuentran la fuerza de trabajo, la
organización managerial del trabajo y las perspectivas de lucha por los
derechos de los trabajadores y los ciudadanos, es algo que debe estar en la
agenda tanto de los partidos como de los sindicatos de la izquierda. De unos y
de otros. Hay en estos momentos una cómoda división del trabajo entre partidos
y sindicatos que también es nociva: tal vez los sindicatos han enfatizado
demasiado su autonomía, y los partidos se han desentendido de unas
problemáticas determinadas por pensar que ese flanco quedaba ya cubierto. Se
podría dar una situación en la que desde cada casa se tiraran piedras al tejado
de la otra. Y no. Desde la autonomía reconocida al sindicato y al partido, es
obligatorio que cada cual repiense sobre estos temas y saque sus conclusiones.
Y que luego se abra un diálogo para que uno y otro pongan en común las
conclusiones y las experiencias, y se trabaje en conjunto, de forma respetuosa
y coordinada. La realidad no es plana, es poliédrica; no se deja abarcar
totalmente desde un solo punto de vista.
(1) Nota de Radio Parapanda. Paco se refiere al artículo que escribió para el Homenaje a Umberto Romagnoli en
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