Donde conversamos sobre el CAPÍTULO 7
(2) Del "salario político" a
"la autonomía de lo político" (2) mi amigo Paco Rodríguez de Lecea y un servidor de
ustedes.
Querido Paco, en este capítulo al igual que en los
anteriores nuestro amigo italiano
insiste en, digamos, el carácter inseparable de las transformaciones de la
organización del trabajo y la influencia de ello en la “sociedad civil”. Desde
ese esquema –y habiendo comentado ya la influencia del taylorismo y del
fordismo en la sociedad, que ha sido motivo de nuestras conversaciones— hace
tiempo que vengo devanándome los sesos sobre un asunto que considero de gran
interés: el uso social de las conquistas que ha llevado a cabo el
sindicalismo confederal desde hace muchas décadas.
Por más vueltas que le dé siempre acabo estancado y
no tengo manera de avanzar. Hace un par de años publiqué en el blog un artículo
y cometí la imprudencia de añadir, al final del articulillo, un socorrido continuará. Pero sigue resistiéndose a salir a la
superficie.
Me refiero a lo siguiente: ¿qué uso social se hace
de las conquistas relativas a la reducción de los horarios? ¿qué uso social se
hizo de los incrementos salariales cuando estos tenían un cierto empaque? ¿qué
uso social de otros bienes democráticos? Lo cierto es, querido Paco, que la
reducción de los tiempos de trabajo no se ha visto acompañada de un uso que
haya favorecido a la cultura, al menos como la concebían nuestro abuelos
anarco-sindicalistas con su planteamiento famoso de la jornada de los tres ochos: 8 horas para trabajar, 8 para las
relaciones interpersonales y 8 para el descanso. Y, tengo para mí, que los
hasta hace poco incrementos de los salarios no han conllevado un temperado uso
en los poderes adquisitivos. La pregunta inquietante es: ¿determinado uso de
ciertas conquistas sociales puede conllevar paradójicamente a vaciar de
substancia tales conquistas?
No estoy diciendo que el sindicalismo debe ser el
sujeto principal de la “reforma de la sociedad civil”. Aunque sí soy del
parecer que –en la parte que le corresponda--
debe compartir ese paradigma con las fuerzas de izquierda y los
movimientos progresistas. Tampoco sé cómo traducirlo de manera concreta. O sea,
que sigo tan empantanado como hace años. ¿Cuándo hablamos de ello? Te saluda desde esta machadiana tarde
lluviosa en los cristales de Pineda de Marx. JL
Habla Paco
Rodríguez de Lecea.
La cuestión
que propones, querido José Luis, acerca del uso social de las conquistas
arrancadas por los sindicatos, es curiosa e intrigante, pero poco significativa
desde el punto de vista político, por lo menos según yo lo entiendo. Me
explico. El trasfondo de la acción sindical es conseguir mejoras en las
condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores. En las condiciones de
vida, en el sentido de que la reducción de la jornada y el aumento del salario
no sólo afectan al trabajo mismo, sino que ofrecen al beneficiado posibilidades
de enriquecer su tiempo de ocio y por tanto su vida en general.
La
utilización que cada trabajador concreto hace de esas nuevas posibilidades
queda fuera del radio de acción del sindicato (por lo menos de su acción
directa; sí puede ser un motivo sugerente para la reflexión). El interés del
tema es sobre todo sociológico: cuando se produce un alza general de los
salarios, ¿aumenta el índice de lectura, o bien aumenta el consumo de bebidas
alcohólicas, o bien ambas cosas y en qué proporción? ¿Cómo emplean
tendencialmente los trabajadores su tiempo libre en las áreas urbanas y/o
rurales?
En una
sociedad diversificada como la nuestra, el abanico de posibilidades es muy
amplio. Recuerdo haber conocido a compañeros de trabajo aficionados a la
parapente y al trekking, y a uno que llegó a las semifinales de un campeonato
de España de ping-pong. Enrique Domínguez salía corriendo de su empresa
gráfica, Grafesa, para atender en su despacho del sindicato las consultas de
los afiliados, y de ahí corría al trozo de tierra que cultivaba detrás de su
casa, en el Baix Llobregat, y aprovechaba las últimas luces del día para
escardar o plantar alguna hortaliza.
Siempre cabe,
desde luego, la posibilidad de un mal uso de las conquistas sindicales; de un
uso antisindical, inclusive. Es un elemento de preocupación, como tú dices.
Pero no veo cómo se puede atajar esa posibilidad si no es con la insistencia
machacona en la educación, la formación permanente y el estudio.
Vuelvo a
Trentin, y a este capítulo séptimo. Ya había percibido que al apuntar a Tronti
nuestro autor disparaba por elevación contra instancias más, ¿cómo decirlo?,
encopetadas. El desarrollo del capítulo lo deja claro. A partir de 1972 se
produce una quiebra profunda entre la línea estratégica del Pci y la de la Cgil : son muchas las voces, dentro
de ésta, que reclaman entrar en la discusión, más allá de las cuestiones
salariales, del ‘núcleo duro’ de la organización del trabajo. La dirección del
partido las llama al orden con una tremenda severidad, critica esa pretensión,
la ridiculiza incluso, habla de ‘pansindicalismo’. En último término, afirma la
primacía indiscutible de lo político sobre lo económico, y reclama para sí la
centralidad de las decisiones.
Hablas de
Amendola. 1972 es el año en que Enrico Berlinguer asciende a la secretaría
general del Pci, y 1973 el de la oferta de un gran compromiso histórico a la Democracia cristiana.
Corrígeme si me equivoco. Pienso que es de eso de lo que está hablando Trentin;
y de lo que ocurrió cuando se antepusieron los pactos de gobierno a las transformaciones
sociales.
Sin acritud,
sin denuncias, sin gestos grandilocuentes de acusación. Lo que Trentin propone,
lo que hemos de retener, son las posibilidades de explorar en el futuro una vía
diferente: construir en primer lugar una alternativa sólida, consensuada, bien
pensada y madurada, para la sociedad civil. Y sólo luego de haber completado
ese trabajo, o esa ‘etapa’, ir con decisión al asalto del gobierno respaldados
por la fuerza de una mayoría convencida y de un programa creíble. Saludos, Paco
No hay comentarios:
Publicar un comentario