No
diría que sin la pandemia hubiéramos tenido un «año Galdós» más lucido. Eso ya
forma parte de un contra--inventario, aunque tenemos la experiencia de algunos
aniversarios no menos importantes que han pasado sin pena ni gloria. Sea como
fuere, el caso es que Pérez Galdós ha caminado de
puntillas por el año 2020. Ni siquiera el gremio del periodismo le ha
recordado, habida cuenta de que don Benito es una de las glorias de la
profesión.
Desearía
recomendar a mis amigos, conocidos y saludados la lectura de las obras del
autor de los Episodios Nacionales. Y, al mismo
tiempo, subrayar con brocha gorda alguno de los rasgos más relevantes del escritor.
Primero.—
Es portentosa la coralidad del conjunto de la obra galdosiana: miles de
personajes, claramente identificados, que forman tramas diversas que, en
ocasiones, encuentran continuidad en otras novelas.
Segundo.—
Me parece que Galdós, junto a don Juan Valera y Leopoldo Alas, tienen el léxico más rico y preciso de la
literatura en lengua castellana. De hecho, soy del parecer que los novelistas
del siglo Diecinueve –incluso los considerados menores— han manejado la lengua
mejor que todos los que vinieron después, incluidos los patológicamente
sufridores del Noventa y Ocho, entre cuyas
virtudes estuvo ver lo que se caía, pero nunca lo que iba emergiendo. Mi padre me dejó en herencia muy poca simpatía
por los noventayochistas, a los que llamó la Generación Chuchurría.
Tercero.—
Galdós indicia un estilo que es utilizado en estos tiempos por novelistas como Éric Vuillard, Laurent Binet, Antonio Scurati
y nuestra Almudena Grandes. Es decir, rigor histórico en lo esencial,
rodeado de una trama plausible, cuya intención no es el adorno sino describir
el contexto de una época. Galdós, sobre todo, contagia a estos escritores con
un enorme respeto al lector, que sabe diferenciar lo que es verídico de aquello
que le rodea. De ahí que, de un lado, los
Episodios Nacionales sean una enciclopedia que enseña una parte importantísima
de la historia de España del Diecinueve y, de otro lado, el resto de su novelística
sea un potente libro de texto de antropología de cómo éramos en aquellos
tiempos.
Ya
lo dijo, tiempo hace, Paco Rodríguez: «Para entender los vaivenes y los
remolinos de la sociedad y de la política española a lo largo del siglo XIX, es
posible seguir dos caminos: el primero es estudiar las síntesis históricas
escritas por profesionales competentes en el periodo; el segundo, seguramente
más largo pero también mucho más ameno, leer las novelas de Benito Pérez
Galdós, de cuya desaparición se cumple este año un siglo» (1).
Punto
final. Nuestro autor comparte la gloria, junto a Leon
Tolstoy, de no haber recibido el Premio Nobel de Literatura. Ignoro por
qué la Academia se hizo el sueco con el autor ruso. Pero sí sabemos que, desde
lo más bajo de los casinos de la ciudad y el campo hasta las estancias más
altas de los palacios, hubo un movimiento para impedir que don Benito recibiera
el Nobel. Los abuelos de las zafias derechas españolas ya iban señalando el
camino. Al final la cosa se saldó con la concesión de ese galardón a un mediocre –diré mejor, mediocrérrimo— autor teatral, un tal José Echegaray que era
ministro. De este caballero nadie se acuerda, así en la Tierra como en el Cielo.
Lean,
lean a don Benito. Y luego me cuentan.
1)
http://vamosapollas.blogspot.com/2020/01/un-amor-de-galdos.html
Post
scriptum.--- «Lo primero es antes», enseñaba don Venancio
Sacristán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario