martes, 5 de enero de 2021

Meditaciones desde mi ambulancia (38)


 

 

Nuestros ancianos, en no pocas ocasiones,  sobreviven en las residencias. Tantas cuantas veces –que han sido pocas— se ha alzado la voz denunciando esa situación los poderes públicos (así en general) dicen que toman nota, juran y perjuran que ´se tomarán medidas´ para, a continuación, seguir en la desidia y molicie. En estos viajes en ambulancia, este es el penúltimo, he tenido ocasión de percibir fragmentos de esa dolorosa situación.

Me dice el joven conductor de la ambulancia que ya ha pasado por la residencia para avisar que tengan a punto a G* para dentro de media hora para llevarlo a can Ruti. G* es un anciano muy débil que va en silla de ruedas. Nos dirigimos, pues, a recogerlo. La residencia (privada) está justico al lado de un polígono industrial, tal vez con la humorada de que sus residentes no pierdan la memoria de muchos años de trabajo en lugares similares.

G*  no está a punto. Nadie nos abre la puerta. Es la tercera vez que nos sucede esto. Finalmente sale un sujeto malcarado, despeinado y con una bata que simula ser blanca, y de otra persona, y los ojos llenos todavía de legañas. Una manera activa, se diría, de estar de guardia. Nos dice que debemos esperar al menos una hora para que G* esté a punto.

Desidia, abulia, des responsabilización. Este es un ejemplo, tal vez insignificante para algunos, de cómo se cuida a nuestros ancianos en esos contenedores que son algunas residencias.

Leo que la mitad de los fallecidos por el coronavirus son ancianos que estaban en residencias. Mañana, cuando se me pase el enorme enfado que tengo, hablaremos del asunto. De momento dejamos atrás el polígono industrial, ya casi destartalado. ¡Vaya suerte que tuvieron los ancianos al no ser su territorio el escogido para el rave de Llinars del Vallès!

Leo en la pantallica del móvil que «los empleados de Google crean su propio sindicato». Todo un acontecimiento en la post post post moderna Silicon Valley. Me imagino la sorpresa de los analistas de garrafón que proclamaron la muerte del sindicato porque iba desapareciendo el obrero industrial, el de la «pobreza laboriosa» que refería el maestro Umberto Romagnoli.  Ahí tienen al sindicato con una declaración de intenciones que explica que abordarán no sólo los salarios y las condiciones laborales sino también la discriminación y el acoso sexual. Primera conclusión provisional: la caída de las catedrales fordistas no lleva aparejado la desaparición del sindicalismo. Ojo, siempre y cuando esté al tanto de los cambios y transformaciones que están en marcha. Así pues, hay que estar al tanto, no sea que nos pase lo mismo que a Raül Romeva.

Lo primero, quiero ver a Romeva fuera de la cárcel. Lo segundo, sus declaraciones recientes son una joya: «No se puede construir la República catalana con sólo el apoyo de la mitad de la población». Para que luego digan que el fracaso del procés no obra milagros. Sí, es el mismo Romeva que luciendo el capote de paseo de su experiencia de europarlamentario (de Iniciativa per Catalunya) afirmó, jocundo, que tras la declaración de independencia de Cataluña la Unión Europea le daría el ingreso en «cinc minuts». Digamos que el caballero estaba bien informado de los humos europeos. Lo que no sabemos es si tal despropósito lo dijo motu proprio o era el peaje para entrar en Esquerra Republicana de Catalunya y sus atalajes. Esperemos, pues, sus Memorias, que no leeremos.

 

Post scriptum.---  «Que llueva, pero que llueva parejo», reclamaba don Salvador, del curato de Santa Fe. Pero --¿dónde va a parar?--  no tiene ni punto de comparación con «Lo primero es antes», que enseñaba don Venancio Sacristán.

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