A
lo largo de tantos años la televisión ha convertido el concierto de Año Nuevo
en un espectáculo, en el que el público era otra componente más, casi a la
altura del director. Ricachones del mundo entero se daban cita en Viena para
aparentar, no pocos de ellos, que están por la cultura. Este año las butacas
–entre 3.000 y 6.000 euros por entrada--
estaban vacías. No importa, el reloj patrocinador y los derechos
televisivos corren con todo. Sólo la orquesta y el maestro Riccardo Muti, llenando la pantalla.
Algunos
han manifestado la extrañeza ante la sala vacía. Yo diría que es la rareza ante
esa forzada igualdad a la que nos ha sometido obligatoriamente el virus.
Igualdad entre, los que no han podido
asistir pudiendo económicamente, y los que nunca han presenciado, por aquello
del parné, el concierto in situ. Ellos y nosotros teníamos la libertad abstracta
de ir al concierto, pero nosotros no podíamos estar concretamente en el acontecimiento.
Libres y desiguales. Esta es una inecuación cuyas incógnitas seguimos sin saber
despejar.
La
pandemia, por así decir, nos ha igualado. Atención, no hay nada que agradecerle
al bicho. Con todo, ha dejado constancia de ese pasmo: el público, visto por
algunos como parte del atrezzo, no existía. Suerte de Riccardo Muti.
Soberbio
el maestro. Llenó el ambiente con las dos piezas de Franz
von Suppé, especialmente ´Poeta y aldeano´. Y me alegro de decir que la
interpretación del Danubio azul estuvo a la altura del mejor Karajan. Muti es mucho Muti. Su discurso lo evidenció:
una potente exigencia a los gobernantes para que atiendan la cultura. Además,
un hombre progresista que en el 2011 se enfrentó a Berlusconi en el teatro de la Opera de Roma.
Permítaseme
un desahogo personal. Los valses de los Strauss y las piezas de von Suppé eran
lo más celebrado de los conciertos que la Banda Municipal de Santa Fe --los
domingos veraniegos por la noche en la Plaza, atestada de gente-- que dirigía
el afamado maestro Salvador El Pájaro, tío de mi prima Carmela.
Con Paquito Orozco, pariente de mi tía Victoria,
de
primer saxo, a modo de metafórico concertino; Chuchuruchu,
un clarinetista de primera; y el brillante trompeta (no recuerdo su nombre),
que era el hijo de mi vecina Sebastiana de la
calle del Sol, que cuando tocaba un solo se nos paraba a todos el aliento. Algo
tenía que salirnos bien en aquellos años tan duros.
Post scriptum.--- Años duros también para don Venancio Sacristán. Durante esa época aprendió que «Lo primero es antes».
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