Ayer
empezó lo que para algunos será la campaña electoral y para otros un via crucis
con catorce estaciones. Los políticos presos independentistas están en la calle
reclamando libertad y la extrema derecha –una novedad en Cataluña-- quejándose de que los barrios se han
convertido en un «estercolero multiculturalista». De momento una actitud
recorre lo que llevamos de campaña: todos contra Illa.
Todos contra ese buen señor hasta que las antenas demoscópicas informen que eso proporciona más consensos a don
Salvador.
De
momento la larga precampaña ha contado con una novedad con relación a la de las
anteriores elecciones: en aquella ocasión el independentismo guardaba las
formas unitarias y se apuntaba clara y contundentemente «contra España»; en
aquellos tiempos, Waterloo
era el único señor de los post post post convergentes; hoy, el viejo árbol
pujoliano está quebrado en dos partes, que compiten entre sí. Y, más todavía, de
un tiempo a esta parte, el independentismo político es una zahúrda que se ha
olvidado de España y gasta el grosor de su munición contra ellos mismos. Con
dos elementos: a) la bronca persistente en do mayor entre los de Junqueras y los de Waterloo
que se manifiesta con igual virulencia en Barcelona y en el Parlamento español;
b) la aparición de innumerables maquetas de grupúsculos semiclandestinos que,
azuzados por arriba («apreteu, apreteu»), rivalizan entre ellos por ser alguien cerca de las covachuelas del
poder.
Si
la campaña es una bronca descomunal, me temo que quienes sacarán tajada serán
Waterloo y los de Vox.
Y si desde la izquierda se empeñan en crucificar a Illa, quien lo haga puede
salir descalabrado. Y toda la izquierda también.
Por
lo demás, si quieren una lección de política lean a Lluís
Rabell, pero no en diagonal (1). Así entre nosotros, ¿por qué misteriosa
razón la izquierda sedicentemente alternativa no ha contado con este caballero?
Yo leo a Rabell y lo tengo en favoritos.
Post
scriptum.--- Don Venancio Sacristán: «Lo primero
es antes».
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