La
peregrinación independentista llegó a Estrasburgo procedente de los diversos
campanarios catalanes. El hombre de Waterloo –un atolondrado para las cosas de
los demás, menos para las suyas propias--
no se presentó. El caballero tiene fama de imprudente pero sabe
cuidarse; cruzar el río hubiera significado, tal vez, entrar en la cangrí.
Los
peregrinos exhibieron músculo anti europeísta. De la Europa que iba a ser su
santa matrona protectora han pasado a convertirla en la gran adversaria. A los
peregrinos parece que sólo les va a quedar las amistades peligrosas de Polonia
y Hungría. Meapilas los de allí y los de aquí.
Tiene
interés la observación del siguiente correlato: a medida que el independentismo
se va degradando en diversas sacristías, que ya empiezan a odiarse más entre sí
que al «país vecino», se va incrementando el anti europeísmo.
Para
más inri el ministro Borell –de los Borrell de
La Pobla de Segur de toda la vida--, el catalán más odiado por los peregrinos,
es designado para la máxima responsabilidad de las relaciones exteriores de la
Unión Europea. Para la que en otros tiempos se le llamaba Míster PESC.
Las
cosas claras: cada vez lo tienen peor los independentistas. Excepto para
quienes organizan las romerías a las ermitas de Waterloo y Estrasburgo. Una
burda imitación del INSERSO.
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