Pedro y Pablo están
coqueteando en el precipicio. Para mí que están practicando la técnica patria
del órdago: la política, en ciertos casos, es la prolongación del mus por otros
medios. Pablo y Pedro, así las cosas, van del coro al caño y del caño al coro. Los
seguidores de cada cual son los recios figurantes de este singular melodrama.
Entiendo
que haya gente que quiera saber quién es
el responsable de este calcorreo político, y comprendo que también haya
personal que responsabilice a uno o al otro de tantas vueltas y revueltas. Sin
embargo, en mi opinión, lo más importante no es quién es el responsable y, ni
siquiera, quién lo es en mayor medida. Eso es, en efecto, lo ortodoxamente
académico. Para mi paladar ambos –Pedro y Pablo— serán los responsables, caso
de no llegar a acuerdos, de que no haya un gobierno de izquierdas en España. Me
da igual que el gobierno sea de coalición o de cooperación o de consolación. En
resumidas cuentas, que se empiece a abordar los problemas, viejos y nuevos, de
la gente de carne y hueso es para un servidor más importante que si Pedro mea
más largo que Pablo, o al revés. ¿Por
qué? Porque el objeto de los políticos no es la política sino la ciudadanía. Que
lo sepan Pedro en su altivez y Pablo en su egotismo.
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